EDITORIAL

El engaño

Vivimos en una 'democracia totalitaria', acorde y sumisa a los planes del hipercapitalismo global, con los caminos abiertos por un 'marxismo cultural' rampante.


Editorial de La Razón de la Proa (LRP) de octubre de 2020, recuperado para ser nuevamente publicado en agosto de 2023. Recibir el boletín de LRP.

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El engaño


Si algo puede decirse en atenuante del Gobierno español actual y, por extensión, de toda la clase política, es su imposibilidad casi absoluta para el engaño. Sí, han leído bien, no nos asombremos. Para engañar, deben darse dos condiciones: la capacidad de simulación de los que pretenden engañar y la predisposición ingenua para ser engañado de la víctima.

En cuanto a los primeros, se les ven a distancia los trucos, como a los malos ilusionistas; hasta en un tema tan serio como la pandemia, muchos españoles apagaron sus televisores cuando tenían lugar aquellas sabatinas del presidente. Cualquier ciudadano ha tenido y tiene a su alcance suficientes datos para enterarse de cuál es la hoja de ruta del señor Sánchez –redivivo sorprendentemente tras la defenestración de que fue objeto por su propio partido– aliado con los podemitas, cuya fachada social se ha derrumbado ya ostensiblemente para los que creían en su faceta de herederos de los indignados.

En cuanto a los segundos, la variante de una predisposición ingenua la constituyen los que usan la cabeza más para embestir que para pensar, según la afortunada cita machadiana, es decir, los fanáticos. En efecto, un fanático nunca atisbará que sus ídolos le engañan, puesto que su mente está cerrada a la capacidad de reflexión. El resto, los ciudadanos normales, ya no pueden llamarse a engaño.

Si se nos permite un ejemplo, estamos en un caso similar al del conocido timo de la estampita: el timador, experto en artes de fingimiento, cuenta de antemano con la estupidez y, sobre todo, la mala fe del timado; podríamos traducirlo a algunos casos, como el del afán de verse recompensado en esta fidelidad perruna con algún carguillo o subvención si sigue el juego. Pero los ciudadanos normales ya conocen, de lejos, el timo de la estampita. Es decir, como resumen, si se descuenta al fanático o el que aspira a medrar, ni el Gobierno ni la clase política pueden engañar en cuanto a sus intenciones; es decir, entre la llamada ciudadanía, solo puede ser engañado el que quiere dejarse engañar.

Proponemos que, como en el cuento de aquel rey que iba desnudo porque un pícaro le había convencido de la confección de un majestuoso traje invisible, muchos españoles se pongan a gritar que, efectivamente, nuestro gobernantes y resto de políticos van en pelota picada. 

Vivimos en una democracia totalitaria, acorde y sumisa a los planes del hipercapitalismo global, con los caminos abiertos por un marxismo cultural rampante. El que aún no haya abierto los ojos a la realidad solo puede ser un ingenuo, un fanático o un especulador.

Como contrapartida, nosotros los joseantonianos vayamos siempre con la verdad por delante, sin ofrecer jamás a nuestros coetáneos sobres de estampitas ni entrar en debate con los fanáticos.