Colón y el encuentro con Diógenes

19/06.- Entre los imbéciles de última hora tenemos los que quieren desmontar a Colón de sus altos pedestales a los que normalmente se le ha aupado por merecimientos propios. (...) Hay que fichar a un Diógenes de nuestro tiempo para que andando por la calle con la célebre lámpara, o sentado en el sillón de su despacho, vaya encontrando los hombres buenos que España necesita para salir de este tremedal y renacer a la primavera...

Publicado en el Nº 320 de 'Desde la Puerta del Sol', de 19 de junio de 2020.
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Colón y el encuentro con Diógenes

No hay como un imbécil cuando se pone activo. Y si la piara se va enriqueciendo, ya es la reoca. Porque al mandato de los mayorales se desperdigan y van sembrando las instrucciones recibidas por entre los próximos, reproduciendo en proporción geométrica las acciones o las consignas. Y los imbéciles cada vez son más, surgen por todas partes, actúan sin un fallo de la mecánica con la que los han insuflado. Entre nosotros es un espécimen que se ha ido inoculando como el covid-19 y por ello la reproducción ha sido enorme. No tenemos nada más que echar una mirada entre lo que nos rodea y seguramente, sin ponerlos el termómetro en la frente, los iremos detectando.

Podríamos hacer una lista, pero no nos gusta señalar de forma tan descarada, salvo que sea a los mandarines. A estos hay que desnudarlos quitándoles todas las capas que han ido acumulando sobre sí mismos, de diferentes géneros y distintos colores, con adornos variados para despistar. Hay que hacer esa limpieza o estriptis para evitar que vayan consiguiendo el poder y el dinero que siempre se pega a él. No hacemos la lista, como decimos, porque preferimos que los imbéciles por vocación o aprendizaje se vayan apuntando ellos mismos, pues son aficionados a figurar donde les manden y para lo que sea, y por ello no los importará.

Entre los imbéciles de última hora tenemos los que quieren desmontar a Colón de sus altos pedestales a los que normalmente se le ha aupado por merecimientos propios. Los tontos e imbéciles han respondido a la llamada de los confesos enemigos de la discriminación racial, mezclando y confundiendo los hechos aislados –aunque tengan alguna frecuencia– con un movimiento global como ahora se juzga todo. Pero no en todos los casos semejantes el dictamen de los mandarines es valorado con la misma célebre vara de medir. Ya se sabe, un policía yanqui mata queriendo o por exceso de celo a un negro y se monta la de Dios es Cristo en todo el mundo: manifestaciones más o menos violentas, entierros de lo más vistosos, llantos a discreción y condena a cuantos son calificados de racistas y acosadores.

Aunque sean casos aislados. Da igual. Pero si en Teruel, La Torre de Don Fadrique, Daimiel, Méntrida o cualquier lugar de España o del mundo una jauría de negros o equivalentes violan y matan a una mujer de cualquier edad, eso no recibe el mismo tratamiento, todo lo más detención por la autoridad, declaración y puesta en libertad hasta el juicio que sabe Dios cuando tendrá lugar, y quizá unos años de cárcel, de corta duración, vuelta a la calle y repetición del hecho. Y así una y otra vez. Ni las del 8-M tienen en consideración estos casos. A veces son despachados con el latiguillo de que son las costumbres de sus países de origen.

El comportamiento de unos seres para con los otros en lo que cabe de discriminación es bastante más amplio, y sigue la tónica de laissez faire et laissez passer que dicen los franceses.

Porque continuamente podemos encontrar en los medios de comunicación –con menor frecuencia en los habituales– que por África, por países asiáticos e incluso por el mundo occidental son asesinados misioneros de ambos sexos por el solo hecho de estar formando a las clases más desfavorecidas del planeta, por estar atendiéndolas en lo físico de lo que están tan olvidadas, e incluso en lo espiritual que es un alimento muy útil cuando faltan los otros.

Pero como decíamos, la inquina ha llegado hasta el pobre Colón, ¡quién se lo iba a decir cuando navegaba hacia las Indias Occidentales! Los imbéciles que se tomaron la muerte del pobre George Floyd como momento idóneo para armar una buena batahola, se acordaron de Cristóbal Colón, y le echaron encima todo el rencor de los racistas discriminatorios y la tomaron son las estatuas repartidas por los Estados Unidos y se dedicaron a llenarlas de porquería y pintura, decapitar algunas y echar otras al suelo, dejando estos recuerdos por Massachusetts, Minnesota, Virginia, Boston, Nueva York, Houston, Los Ángeles, etc., con independencia de que ya, antes de que se produjera este desmande había lugares de USA que habían tomado la decisión de quitar los monumentos al descubridor como aquí se hizo con los de Francisco Franco.

Al parecer han sido los demócratas de California los últimos –por ahora– en retirar la Estatua de Colón e Isabel la Católica que llevaba 137 años en el Capitolio recordando que ese estado lo pudo recorrer Fray Junípero Serra y otros monjes franciscanos sembrando misiones a lo largo del Camino Real gracias al descubrimiento que hiciera Cristóbal Colón con el apoyo de la Reina Católica.

Lo peor es lo que hacen los imbéciles nativos, que han atentado y atentan contra Colón en la propia España, de lo que es buen reflejo la catalana Jessica Albiach quien, en sede parlamentaria, pidió retirar la estatua de Colón de la ciudad condal, a lo que se ha sumado la alcaldesa Colau con entusiasmo. Tampoco quedó atrás la podemita andaluza, Teresa Rodríguez, de Rota ella, pues se apuntó a demoler el monumento a Cristóbal Colón, por esclavista, emplazado en el lugar de donde salieron las carabelas camino del descubrimiento, aunque se cuida mucho de pedir la eliminación de las estatuas de los musulmanes a los que puede aplicar el apelativo de esclavistas con mucha más razón.

Realmente estamos apenados de que haya tantos imbéciles por el mundo –y un buen racimo en nuestra piel de toro– que se manifiesten cada día en este tema, aunque no desdeñan también otros muchos más. Estamos convencidos de que en esta vieja tierra, donde Colón convenció a la reina Católica de que más allá de la mar oceana había tierras que evangelizar, hay que fichar a un Diógenes de nuestro tiempo para que andando por la calle con la célebre lámpara, o sentado en el sillón de su despacho, vaya encontrando los hombres buenos que España necesita para salir de este tremedal y renacer a la primavera.

Buscando a Diógenes por Madrid nos lo topamos, a la caída de la noche, descamisado, sediento, magro, e intentando recomponerse de andar todo el día por la ciudad. Simplemente le ofrecimos agua de nuestro botijo para que calmara la sed y recuperara energías. No nos hemos atrevido a preguntarle si ha encontrado muchos hombres buenos en su deambular. Ni lo vamos a intentar. Lo dejaremos descansar y, cuando él considere que es el momento oportuno, que hable.


 

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