SEMBLANZAS

Un catalán olvidado: Eugenio d’Ors

Eugenio d’Ors está en el recuerdo de algunos y en el olvido de los más. Incluso su pasado falangista todavía cuenta para tenerlo relegado. Según Ortega, era junto con Maeztu, las únicas personas con quien valía la pena hablar en España. Una España que, como decíamos, también quiere ignorarlo.


Publicado en Gaceta de la FJA, núm. 347, AGO/2021. Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.​​​

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La imagen de fondo es del monumento a Eugenio d'Ors en Madrid, en el paseo del Prado, 11.
Un catalán olvidado: Eugenio d’Ors

Un catalán olvidado: Eugenio d’Ors


He estado leyendo un libro de Eugenio d’Ors, publicado en Buenos Aires en 1941, con el título, Introducción a la vida angélica. Cartas a una soledad, donde, quien lo haya leído recordará que hace alusión, en la primera página, a la frase de santa Teresa «Sólo Dios basta», y que d’Ors añade: «No, no es cierto que sólo Dios baste. Así piensan erróneamente los deístas. Tal vez los protestantes. Pero, éstos la proclamación de su recelosa exclusividad la compensan al menos con un cultivo apasionado de la presencia real de Cristo; y ello, hasta evaporar en su representación, la condición histórica. ¿Cabrá, sin embargo, apropiarse personalmente al Hijo mejor que el Padre?».

Bien, ahora no trato de escribir ninguna crítica al libro pues después de tantos años de su edición me imagino que se habrán publicado bastantes. Sólo quiero referirme a unas palabras que su biógrafo, Antonino González, ha escrito en su obra Eugenio d’Ors. El arte y la vida, publicado hace unos años. Opina Antonino González que sobre la figura de d’Ors «estamos asistiendo en los últimos tiempos a un creciente interés por su pensamiento de lo que es prueba la avalancha de reediciones de sus obras en diversas editoriales están llevando a cabo».

Si bien hay que respetar todas las opiniones, creo que el autor de estas letras exagera un poco. Habría que preguntar cuántos estudiantes conocen a este también poeta, esto es, un creador, como muy bien lo califica el doctor en Filosofía, mi buen amigo Manuel Parra Celaya, director de este medio.

Sería mejor decir, creo, que d’Ors está en el recuerdo de algunos y en el olvido de los más. Incluso su pasado falangista todavía cuenta para tenerlo relegado hasta tal punto que, supongo, habrán borrado su nombre del callejero de Madrid porque hay muchos que en vez de pensar, embisten. O si se quiere, d’Ors es un escritor que está mal plantado, en la cultura de hoy, a pesar de ser el autor de La bien plantada que es, entre otras cosas y como dice meu bon amic, «el símbolo de esa elegancia que guió toda su obra».

Se podían añadir más comentarios o puntos de vista sobre el silencio a que se ha sometido la obra de Eugenio d’Ors. Por ello, no me resisto a añadir ni pasar por alto lo que un día ya lejano, 25 de septiembre de 2004, Pablo d’Ors, nieto del filósofo, escribía en el suplemento cultural Blanco y Negro del diario ABC, en el que hace referencia a que quizá fuera él como una reliquia del pasado, una especie de caballero medieval, obcecado, como don Quijote, por defender un nombre y un ideal, un castillo, una idea. Ser d’Ors era para él eso; un horizonte, una consigna, una fortaleza.

No es casual que lo considerase así. Ha habido demasiados ataques para que no lo considerase así. Por de pronto el nombre de su abuelo, Eugenio  –el ingenio de esta corte, ya caduca– había sido sistemáticamente borrado de las enciclopedias y de los manuales escolares y universitarios de lengua y literatura españolas. También, como es natural, el de su obra, casi infinita. Y sublime. Se tomó la molestia de cotejar muchos de esos manuales colegiales, los que van desde la época así llamada nacional-católica hasta los de actualidad. Y comprobó con pesar cómo las muchas páginas dedicadas a su abuelo pasaban a ser pocas, y cómo pocas se degradaban hasta convertirse en muchas líneas, pero de una sola página, y cómo esas muchas líneas, ¡ay!, se transformaban en pocas, y esas pocas en tres, dos, una, ninguna. Y terminaba con estas duras palabras: «Nada. Eugenio d’Ors ya no existe en la mayoría de las historias de la literatura. Ni siquiera los catalanes, la puerta española hacia Europa, le mencionan. Los catalanes son los peores de todos, interesados, oportunistas, frívolos con avaricia, y por eso los odio con todo el odio que cabe en mi alma catalana, que es mucho».

Pero volvamos la vista atrás. En el tiempo que estuvo en Pamplona, durante la Guerra Civil, d’Ors intentó en su Glosario una nota de altura. «De él se pedía eso. No siempre lo consiguió; quizá por su naturaleza vehemente y mediterránea, descendía, a menudo más jónico que ático, a la verdulería, aunque menos infrecuente es que pierda el humor, uno de los más personales e inteligentes de nuestra literatura», decía el escritor y poeta Andrés Trapiello. En 1938 hicieron a d’Ors, doctor honoris causa de la Universidad de Coimbra y estuvo en la Bienal de Venecia donde el periodista César González-Ruano, que se encontraba en Roma de corresponsal, lo vio en aquella ciudad italiana y nunca olvidó «el tremendo efecto que me hizo esta sorprendente aparición de aquel Xènius 1938».

Este mismo año, Pedro Sainz Rodríguez, ministro de Educación, le nombró director general de Bellas Artes y comisario para la repatriación del Museo de Prado, que estaba en Ginebra. «Durante esta etapa del Museo del Prado en Ginebra, decidimos organizar una exposición del Prado allí ―dice Sainz Rodríguez―, proporcionando al público, en unas salas, la visita al Museo del Prado sin necesidad de venir a Madrid. La recaudación de esta inusitada exposición en Suiza produjo mucho dinero, más que suficiente para realizar el traslado de los cuadros en buenas condiciones a Madrid».

Es nombrado también secretario perpetuo del Instituto de España. Abandona, pues, Pamplona para trasladarse primero a Burgos y más tarde a Salamanca donde en su Universidad, tuvo lugar el acto fundacional del Instituto de España. 

En 1939 regresan a Madrid los fondos del Museo del Prado y a continuación se vuelve a abrir al público gracias a la gestión de Xénius. Al mismo tiempo comienza en el diario Arriba que «será el nuevo ventanal de las Glosas orsianas, que en esta nueva etapa se llamarán Novísimo Glosario. Una larga década sería así diariamente, siendo compatible este ventanal de la Cultura desde el periódico con las muchas y muy diversas actividades desarrolladas por d’Ors en estos años de posguerra» nos dice el profesor Rafael Flórez.

Después irrumpe en una gran creación que, más tarde, daría sus frutos. Son las Bienales Hispanoamericanas de Arte con la participación de artistas españoles. Está también la fundación y puesta en marcha de la Academia Breve de Crítica y sus exposiciones llamadas Salón de los Once y las Antológicas. A la vez sigue con sus conferencias como su intervención en la Universidad de Granada, donde fue invitado, al Congreso conmemorativo del cuarto centenario del Concilio de Trento donde leyó su discurso inaugural. Al mismo tiempo publicó un artículo en La Vanguardia que tituló Empieza la conmemoración del Concilio de Trento.

«A través de su obra y de su vida ―dice su biógrafo, Antonino González―, d’Ors ha esculpido su propio ángel. La obra cumbre de d’Ors es su filosofía, pero también su vida, su modo de ver la realidad y de estar en el mundo». Finalmente, se va dando cuenta de que va haciéndose mayor y siente la necesidad de retornar a su Cataluña natal y, por tanto, de bien plantado a trasplantado, «por eso ―dice Arangurenestá tranquilo, nada puede turbarle en el porvenir. El viaje ha sido rendido, la vocación escuchada, la misión cumplida».

Y así, después de una larga y penosa enfermedad, falleció en Villanueva y Geltrú el 26 de septiembre de 1954, «este hombre que había dado a España lo mucho y mejor de su cultura, aunque no fue comprendido por todos los españoles, pues a muchos les vino ancho», repite Rafael Flórez. Por eso sobre su tumba cayó un silencio implacable que aún sigue porque algunos catalanes lo consideraron un traidor, y otros, de nuestra Patria, porque fue falangista, y que, según Ortega, era junto con Maeztu, las únicas personas con quien valía la pena hablar en España. Una España que, como decíamos, también quiere ignorarlo.


Eugenio d'Ors y su mujer, María Pérez Peix




También puede interesar


Documental de la UNED sobre la figura de Eugenio d'Ors, editado en 2010.


Y este artículo de La Vanguardia, que recoge una cincuentena de artículos de Eugenio d'Ors publicados en ese mismo medio, durante los años de 1943 a 1954.

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