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La obra literaria de Rafael Sánchez Mazas

Sánchez Mazas es autor de una obra literaria con suficiente enjundia para ocupar un lugar relevante en los manuales de literatura española..

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La obra literaria de Rafael Sánchez Mazas

La obra literaria de Rafael Sánchez Mazas


Nació en Madrid en 1894 y murió en 1966. Estudió leyes en la Universidad agustina de El Escorial. [1]

Se convierte en reportero, y su labor le vale, en 1921, el Premio Nacional de Crónicas de Guerra por sus piezas como corresponsal durante el desastre de Annual, adonde ha acudido como enviado del diario El Pueblo Vasco. Ya en esos textos se aprecia claramente su patriotismo, su idealismo a ultranza y su defensa de la muerte redentora:

«¿Es que tú te imaginas una muerte mejor que la de éste que da su sangre de veinte años a la orilla tibia del mar por su patria?»[2]

Tras su experiencia en el norte de África, Sánchez Mazas viaja a Roma, donde permanece durante ocho años como corresponsal del diario ABC. En Italia asiste en primera fila al ascenso al poder de Benito Mussolini, la Marcha sobre Roma, los primeros pasos del fascismo.

En estas crónicas se plasma de nuevo su talante antidemocrático «esa abyección socialista», su admiración hacia el fascismo «viril, divertido, generoso», y su campechana aquiescencia con las represalias fascistas «lo más que han hecho es dar una azotaina en los barrios extremos y mandar a la cama a alguna pandilla de subversivos». Así, por ejemplo, a propósito de los himnos que escucha, anota:

«Ojalá algún día pueda escuchar con los cabellos blancos esta misma canción en mi patria, bajo las ventanas de mi cuarto de trabajo».

Amigo de José Antonio Primo de Rivera, fue uno de los fundadores de Falange Española, cuya denominación le corresponde, así como uno de los principales ideólogos.[3] Así, en Actualidad y libertad, escribe sobre si la Falange es copia de otros credos políticos:

«En el extranjero no nos ligamos a ninguna ortodoxia de fascismo, ni asistimos a reuniones internacionales»; y añade la inutilidad de toda imitación: «de nada sirven imitaciones parciales, inconexas e insostenibles de cosas realizadas fuera: la constitución de Weimar, el partido centro-alemán (o el popular italiano), el radical socialismo francés, las teorías de Maurras, el legitimismo romántico (también francés), el marxismo, el bolchevismo».[4]

Sobre el concepto de nación, en un escrito titulado Unidad de destino, publicado en Arriba en marzo de 1935, señalaba:

Para los falangistas, el territorio, la raza, la lengua... son elementos importantes en la definición de la nación. Pero no son ni mucho menos los más importantes ni, desde luego, determinantes (lo que es coherente con su afirmación anterior sobre los pueblos de España y la superación de sus hechos diferenciales). Por el contrario, lo que hace a España una nación (una unidad orgánica superior) es la "unidad de destino" que permite agavillar a todos los españoles en torno a un único y gran proyecto universal y que se eleva hacia el Imperio. [5]

El planteamiento es de claras resonancias orteguianas —tras pasar por el filtro joseantoniano—, pero Sánchez Mazas no se detiene ahí, y es que, evidentemente, nos recuerda el escritor falangista, hay condicionantes físicos de la unidad, pero lo verdaderamente importante está en otra parte:

«Del Pirineo a las columnas de Hércules, existen condiciones impuestas a la unidad que son ciertamente naturales y particulares, pero las razones para conquistar esta unidad —recobro de la libertad y de la fe— son sobrenaturales y universales». [6]

Pero, ¿de qué imperio? ¿A qué se refiere Sánchez Mazas cuando utiliza ese concepto? Contra lo que se pudiera esperar, no hay en Sánchez Mazas una invocación al Imperio territorial, algo que, por el contrario, estará muy presente en la elaboración doctrinal del falangismo de guerra y postguerra (es decir, del falangismo unificado), y por parte no sólo de autores que provenían de la Falange republicana sino también de miembros del partido que antes de 1937 habían tenido otras adscripciones ideológicas.[7]

Para Sánchez Mazas, el Imperio es, ante todo, misión nacional y unidad de destino, que lleva a España a la disyuntiva de imperar (sin que nuestro autor se moleste en explicar a qué se refiere con esa palabra, que utilizará sin desmayo durante estos años) o languidecer.[8]

Por supuesto, Sánchez Mazas no desdeña los elementos territoriales del Imperio, y por ello se remite al reinado grandioso del emperador Carlos V, en su opinión, el momento de mayor gloria del Imperio español, pero en sus escritos nunca llega a explicitar reivindicación territorial alguna, y no pasa de esa afirmación ya comentada de que España debe imperar si quiere ser tenida en cuenta en el concierto de las naciones.

Efectivamente, el Imperio tiene un componente material, pero en realidad su sustancia es más compleja. Así lo señalaba Sánchez Mazas en una conferencia pronunciada en marzo de 1935:

«Hay una gran confusión de ideas en lo que se relaciona con el Imperio. Imperio no es únicamente sinónimo de grandes acorazados, territorios, islas, etc.; el Imperio es ante todo una actitud del alma colectiva. Antes que extensión es calidad. El Imperio no se reduce a la nación o al Estado. Puede haber Imperio en la familia, en la Falange por el sistema de mando. Imperemos dentro de la Falange; imperando en ella, imperaremos sobre los demás partidos. Imperando sobre los demás partidos, imperaremos en España».[9]

En definitiva, para Sánchez Mazas, el Imperio es una actitud del alma colectiva. Y es también, como en la época del César Carlos, defensa de la cristiandad.

Rango distintivo sería su catolicidad. Para él, los falangistas aparecen, y así lo reitera hasta la saciedad nuestro autor, como los auténticos defensores de la fe católica (junto con, quizás, los tradicionalistas. Según Sánchez Mazas, la revolución falangista tendría un carácter de revolución cristiana y civilizadora al tiempo que moderna, reivindicadora y popular. Los falangistas tenían, como José Antonio, un sentido cristiano de la historia y creían en un Dios ordenador de la vida de los hombres:

«Partía la Falange de una concepción total del mundo y de la realidad, de una concepción clásica y cristiana, que asumíamos por entero en sus imperativos de hoy frente a la realidad histórica. Con esto, cuando hablaba ya el Jefe Nacional en el acto de la Comedia de «unidad de destinos, leyes de amor» y de «guardias bajo las estrellas», en todo esto iba ya implícita una manera de concebir Dios y el mundo, el cielo y la tierra, el espíritu y el cuerpo, la idea y el hecho, y, a la vez, la convicción inseparable de que la vida humana debe ser regulada por una sabiduría que la trasciende, por fines que la trascienden y en primer lugar por una sabiduría divina, por un Dios ordenador, sin el cual no concebimos la naturaleza ni la historia». [10]

De él fue la idea del escudo falangista del yugo y las flechas, expuesta en una conferencia dada en Santander y publicada por el boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo, en 1927.

En esa época republicana Sánchez Mazas acompañaba a José Antonio a la tertulia de La ballena alegre, que se celebraba en los sótanos del Café Lyon, en la calle Alcalá, frente al Palacio de Correos. Asistían a ella, aparte de los mencionados, Mourlane Michalena, Jacinto Miquelarena, José María Alfaro, Santa Marina, cuando venía de Barcelona, Agustín de Foxá o Eugenio Montes. Al tiempo se llevaba a cabo una tertulia que moderaba José Bergamín, director de Cruz y Raya, y a la que asistía el poeta comunista Gabriel Celaya.[11]

Al ser Sánchez Mazas amigo de Bergamín, concertó una entrevista con José Antonio, quien le pidió le dejara parte de las páginas de Cruz y Raya para poder publicar consignas falangistas. Así lo cuenta Bergamín:

«Rafael Sánchez Mazas trataba entonces de convencer a José Antonio de hacer el fascismo español. Ya estaba en pie Cruz y Raya… y José Antonio...». [12] 

Durante la Guerra Civil española estuvo preso en zona republicana. Gracias a un permiso carcelario extraordinario de tres días (acababa de nacer su hijo Máximo) se refugió en las embajadas de Chile y Filipinas. Ante esta noticia, la revista El Mono Azul, de Rafael Alberti y su mujer María Teresa León, en septiembre de 1936, dedica su temible -por lo que significaba- A paseo a Giménez Caballero y Sánchez Mazas:

«El intelectual director de la Falange, prisionero por su destacada intervención en los cobardes asesinatos llevados a cabo por la canalla fascista, apeló a la benevolencia de los dirigentes republicanos, y aprovechándose de que su mujer iba a ser madre, salió a la calle. Y, naturalmente, “héroe” y “caballero”, puso los pies en polvorosa; huyó a Navarra y allí, junto a clérigos trabucaires (contra los que siempre clamaba) y los requetés de negra historia, luchará contra los leales… Estará luchando con un pie en Francia, dispuesto a huir a la Roma de Mussolini». [13]

En la embajada de Chile, donde se refugió gracias a un aval de Prieto, escribirá su novela Rosa Kruger. Al cabo de un año llega a Barcelona camuflado en un camión con la intención de pasar a Francia, pero es reconocido y detenido, siendo encarcelado en el barco Uruguay. En esta situación su amigo Julián Zugazagoitia pensó canjearlo a cambio de las Memorias de Azaña en poder de Franco, pero el intento no prosperó.

Lo que le pasó posteriormente a Sánchez Mazas fue novelesco, hasta el extremo que sería relatado en la ya mencionada novela de Javier Cercas Soldados de Salamina. En efecto, a finales de enero de 1939, es trasladado, junto a otros prisioneros, al Monasterio de Santa María de Colell, cercano a la frontera francesa, y que había sido habilitado como cárcel. En esta situación estaba, cuando el 30 de enero, ante la inminente llegada de los soldados nacionales, es conducido junto a sus compañeros a una explanada cercana para ser ametrallados. Pero Sánchez Mazas se salva, junto al falangista Jesús Pascual Aguilar, que lo narra en su libro Yo fui asesinado.

En la inmediata posguerra fue ministro sin cartera (1939-1940), y años después procurador en Cortes y miembro del Consejo Nacional del Movimiento. Ingresó en la Real Academia Española en 1940.

En cuanto a su faceta literaria, asistimos en los últimos años a una recuperación de la literatura de los escritores en torno a la Escuela Romana del Pirineo, cuyos componentes más conocidos son Rafael Sánchez Mazas, Jacinco Miquelarena o Pedro Mourlane Michalena. [14]

Al respecto los hermanos Carbajosa, en su obra La corte literaria de José Antonio, señalan:

«La etapa bilbaína de estos escritores es de capital importancia, especialmente por los medios en los que se mueven, y fundamental para entender su formación y desarrollo político y literario posteriores. A través de ellos llegaron a la Falange los postulados defendidos en la tertulia españolista del Lyon d’Ors  y más precisamente los de la Escuela Romana del Pirineo, encabezada por Ramón de Basterra. A ellos se debe también, en gran medida, el peso del dorsianismo en la retórica y en el estilo falangistas. No debemos olvidar tampoco su experiencia y relación directa con el nacionalismo vasco, que tanto influirá por virulenta reacción a la contra en la propia postura nacionalista de la formación joseantoniana y en su ataque enconado contra los nacionalismos periféricos»[15]

Sánchez Mazas es autor de una obra literaria con suficiente enjundia para ocupar un lugar relevante en los manuales de literatura española. [16]

Tocada inequívocamente de un componente de militancia política, la figura de Sánchez Mazas como poeta-soldado, que «andaba siempre con la idea de la fama que ganaría de mayor en batallas y en libros», según atestigua su personaje Pedrito de Andía, acredita sin embargo un alto nivel literario plasmado en el trabajo de orfebre que cincela unos textos de aparente facilidad, aunque escondan siempre un trabajo exigente. [17] Pero olvidado como tantos otros talentos literarios falangistas, sería la mencionada novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina, la que lo volviera al primer plano de la actualidad.

Pequeñas memorias de Tarín es su primera novela y se inscribe en la serie de relatos de internados religiosos, reivindicando explícitamente el modelo azoriniano de Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). [18] Al inicio de la novela, Rafael, comunica la publicación de unas “memorias” que le ha entregado su amigo Tarín:

«He leído, muchas veces, Las pequeñas memorias. Su infancia, su vida de colegio, su adolescencia, son como todas. No es Tarín, ni mucho mejor, ni mucho peor, que los demás hombres».

El escolar Tarín transcribe su Diario de colegio (con epígrafes que reflejan día y mes correspondiente), en este caso desde el día 1 de octubre de 1907 hasta el 30 de mayo de 1908, arreglado durante las vacaciones escolares y limado finalmente por el editor.

Se trata del cuarto curso de Bachillerato, primero en el que estudia como interno en un nuevo establecimiento docente, dado que los tres primeros años de bachiller, como señala en las anotaciones del primer día de octubre, los ha cursado, externo, en los Maristas. Las impresiones trasladadas en su primer día aluden, de modo impresionista, a la descripción de la parte física del edificio escolar, con el toque de ingenuidad exigido por la verosimilitud del discurso:

Este colegio está cerca de un monte pequeño y un poco separado del pueblo. Tiene parte vieja y nueva y una iglesia muy antigua y muy grande con seis altares y coro. Yo creí que tendrían capilla. Pero tienen una iglesia con campanarios y dos torres


Surge enseguida el primer amigo, Alberto de Nin, hijo de conde, y los primeros juegos sabrosos. O surgen anécdotas colegiales que tienen como protagonista al niño sonámbulo que perturba el sueño de los demás compañeros de habitación. La autoestima del muchacho queda reforzada al constatar su capacidad para la amistad y para ganarse el aprecio de los profesores.

Sale, por ejemplo, muy satisfecho, con caramelos en el bolsillo, de la primera entrevista que mantiene con el padre superior, en la que confirma que está contento en el colegio

«Cuando he entrado en su cuarto estaba azoradísimo. El 'Padre Superior' es francés. Es bastante viejo, pero está muy bien conservado. Es muy alto y tiene los ojos grises. Tiene dientes blancos y el pelo blanco y un poco largo, con rizos a los lados. Dicen que es un sabio en todas las cosas. Cuando he entrado, estaba escribiendo en una mesa con muchos libros, y muchos papeles».

También, el buen trato con el profesor de Literatura motiva que Tarín pueda recibir clases especiales en el cuarto del padre Magalhaes. Los restantes profesores aparecen tan sólo considerados en la recapitulación final, con caracterización sencilla y expresiva, de la que siempre se obtiene el tono de medianía de que va impregnada la reflexión del adolescente. Nunca aparece la acusación de práctica de malos tratos o de mala voluntad. Y cuando se señalan defectos o extravagancias se hace desde una valoración halagüeña:

«El vicerrector era muy seco, y el prefecto, rígido. No es que fueran malas personas. El padre de geometría, el P. Luis, no me quería nada durante el curso, pero al fin se ablandó un poco. El P. Justo, el de dibujo, era muy célebre. Un poco chiflado y muy amigo mío. Sabía hipnotizar muy bien. El P. Antonio era un místico. Era inspector y no había dicho misa todavía. Unas veces era bueno, y otras, gritaba por bobadas. Para él toda la división estaba corrompida. El P. Florentino era muy gordo, y daba clase de música. Cantaba en la capilla, y tenía más de sesenta años. El P. Javier era muy fino, joven y de muy buena familia (...) Los demás padres eran buenas personas, y el de francés, un francés muy rojo, de los bajos Pirineos (...) Había españoles, portugueses, franceses y alemanes. Había muchos padres que yo no hablé nunca».

Menciona las distintas asignaturas que tiene que estudiar, así como señala las aulas donde se imparten:

«La de geometría era una nevera. Nunca daba el sol. La de Preceptiva era destartalada y sucia, pero el Padre Malgahales nos contaba historias y se pasaba bien. La de latín era muy clara y daba al monte. La de Francés era nueva y muy antipática. Pero ninguna como la de Dibujo, llenas de muestras las paredes, con tableros y yesos, mucho sol, y ventanas abiertas al jardín y tertulia perpetua».

El tiempo narrado se ajusta escrupulosamente al año escolar y da cabida al repaso de los profesores-frailes, la repartición de premios, las representaciones de obras de teatro por Carnaval, o los paseos escolares de los jueves. [19]

«Fue un día hermoso de la fiesta de San José. Hizo sol desde la mañana. En la comida nos dieron muchas cosas, y jerez y anís, que aquí es cosa extraordinaria. Yo pasé todo el día charlando con Alberto. Ahora somos más amigos que nunca. Me contó muchas cosas, y me dijo un secreto muy grande.  Ningún día hemos charlado como éste. Desde la mañana hasta la noche estuvimos juntos. Al día siguiente nos dieron campo.  Nos dividimos en grupos, y cada curso fuimos con un Padre. Ya es casi primavera, y todos los arroyos llevan mucha agua con el deshielo. Fuimos a un monte muy alto, desde donde casi se ve el mar. Yo me caí y sangré mucho por las narices. Llevaba un traje kaki y me lo llenés de sangre. Poveda llevó la máquina de fotografía y sacó varios paisajes, un grupo del curso y una placa en que estamos Alberto y yo. He salido muy bien en el grupo, pero la otra placa se ha velado. En el monte había muchas hayas, y, en lo más alto, praderas de nieve. Hacía mucho daño mirarlas al sol. En una fuente hemos cogido violetas. También quisimos entrar en una cueva. No nos dejaron, ¡que pena! Nos ha prometido el Padre Antonio llevarnos un día, pero trayendo del colegio cuerdas y faroles».  

En la novela aparecen los inevitables ejercicios espirituales de los internados religiosos de entonces:

«Ahora estamos en ejercicios espirituales. Hoy han hablado de la muerte. Hemos entrado a las dos, y salido a las cuatro. Al entrar llovía. La iglesia estaba muy oscura, y las cortinas de las vidrieras todas echadas para que no entrase luz. Para darnos los ejercicios, han traído de fuera dos padres del Corazón de María. Y hoy, nos han hablado de la muerte. El padre ha dicho muchas cosas que no me dejarán dormir. La hora de plática me ha parecido un siglo. Y he tenido mucho miedo a la muerte. La veía, como iba diciendo el predicador, montada en un caballo blanco y cortando cabezas con su guadaña. Me parecía que pasaba por el altar mayor, que estaba muy oscuro, y luego iba volando sobre el techo y me miraba a mí, y yo, entonces, sentía mucho frío».

El diario del colegio concluye con un Tarín, básicamente formado y afrontando ilusionadamente un futuro prometedor. [20]


Aparte de Memorias de Tarín, su novela más conocida es La vida nueva de Pedrito de Andía (1951), una hermosa evocación de la adolescencia en primera persona. Esta novela es ya una obra clásica de la literatura en castellano de este siglo. Narra unos meses de la vida de un adolescente en el País Vasco durante el verano y el otoño de 1923.

La trama se desarrolla en los ambientes acomodados de Bilbao y en las propiedades de la familia del protagonista en Andía, con las secuelas de las luchas decimonónicas entre carlistas y liberales, el contraste entre las costumbres urbanas y las rurales, la influencia del catolicismo y, siempre, la naturaleza -muy bien descrita- como telones de fondo.

Sánchez Mazas no analiza el conjunto de la sociedad bilbaína de la época; se fija sobre todo en las clases altas de Neguri y Las Arenas. Por tanto, no es, como se ha dicho a veces, la novela de Bilbao. El protagonista narra en primera persona lo acaecido en unos meses decisivos durante su adolescencia. La complejidad psicológica de esta etapa queda magníficamente expresada.

También acierta el autor en la caracterización de los principales personajes que conviven con el narrador adolescente. Los ideales del protagonista, de fe, amor, pureza, heroísmo, de gusto por los clásicos..., añaden a la novela unos valores y una grandeza románticos, que pueden ser un buen incentivo frente al consumismo ramplón y de cortos vuelos que tan a menudo invade a la sociedad.

También debe destacarse su novela Rosa Kruger, editada cuando Rafael Sánchez Mazas había fallecido, que escapa a las simplistas clasificaciones literarias y es cada vez más apreciada por la crítica literaria objetiva, por su prosa precisa y rica en matices. [21]

La novela trata de anular el tiempo a través de la creación de un mundo imaginario. Es una historia de amor, la de Teodoro Castells, un joven catalán del Valle de Arán que en su camino hacia la aventura europea reconoce en una muchacha alsaciana al amor ideal. Es por lo tanto la historia de un encuentro, fugaz pero trascendental, que cambiará el sentido de su vida y de un deslumbramiento ante la visión del amor cristiano que hace mejor al hombre. Es también la novela de la fe: fe en el amor ideal, encarnado en una muchacha jubilosa y católica, norte y guía del protagonista. Y en consecuencia, se produce el reencuentro feliz, como no podía ser de otro modo, porque relata el cumplimiento de un destino, la consecución de lo que era ya un impulso natural por ascender.

La novela ha sido considera como bizantina. Es posible. He aquí una muestra:

«Subieron una vez de Barcelona y Lérida ingenieros y ayudantes que venían a trazar la carretera de España. El jefe de éstos era un señor de barbas blancas y que en todo parecía mostrar una gran suficiencia pues hablaba de muchas cosas. Se puso a hacer un discurso contra los toros, como costumbre bárbara y traída a España por africanos. Estábamos alrededor junto al fuego más de veinte personas. Don Rodrigo le dijo a aquel señor que la cosa no estaba así. Discutieron un poco. Don Rodrigo no era discutidor. Al fin Don Rodrigo dijo más o menos así después de un silencio. —Es una historia muy antigua que acaso os podrá gustar. Había en los mares de Grecia, antes de que Grecia existiera y sucediese la guerra de Troya, un extraño reino que se llamaba Creta, en la isla que hoy tiene su nombre. Se criaban allí toros muy hermosos, parecidos a los españoles y vinos dorados muy semejantes al jerez y a la manzanilla de Sanlúcar. Era esto más de 3.000 años antes de Jesucristo y antes puede ser del mismísimo diluvio. Tanto es así que allá se cometieron pecados de aquellos que hicieron llover durante cuarenta días y cuarenta noches. Sin embargo, en la Isla de Creta siguió luciendo el sol. Había allí un palacio, el Laberinto se llamaba, con muchos corredores y toriles, con plazas cuadradas de toros y anchas graderías de piedra. Había allí una reina hermosa y perdida de vicios, Pasífae se llamaba, que se enamoró de un famoso toro de lidia. Así empezaron en el mundo, en Creta, en Sodoma, en otras ciudades, las historias de Pepet. Pasífae se hizo construir una vaca de bronce. Se metía dentro de ella desnuda y a través de un ancho orificio, colocándose como una perra, era poseída por el toro. Dio a luz un monstruo: el Minotauro, que tenía cabeza de toro y cuerpo de hombre, a quien, para encerrarlo y que nadie lo viese, Dédalo construyó aquel intrincado laberinto. Todos los años, gentes que dieron origen a los helenos y vivían cerca de Atenas, enviaban a Creta siete doncellas y siete muchachos para satisfacer al Minotauro. Un héroe de esta estirpe, Teseo, avergonzado de tal humillación y vergüenza partió para Creta. Era un buen matador de toros y en las fiestas cretenses, que eran unas famosas corridas, se lució colocando bien las estocadas, que ya entonces, según 48 testimonios que han quedado en mármol, había que colocar en la cruz. Una princesa espectadora, la bella Ariadna, hija del rey, hermanastra del Minotauro, se enamoró, como tantas veces las mujeres de España, del torero Teseo. Tuvieron amores. Él le dijo que quería matar al Minotauro y libertar a los siete mancebos y a las siete doncellas atenienses. Entonces Ariadna le dio el hilo maravilloso. Y Teseo entró, mató al Minotauro de una estocada y libertó a los siete mancebos y a las siete doncellas, que salieron cogidos de la mano, siguiendo aquel hilo tendido que Teseo al volver recogía para no perderse. Tomaron una nave en el puerto, pero antes Teseo había estropeado de noche las quillas y timones de toda la flota cretense para que no le pudieran perseguir. Se hizo a alta mar la nave de Teseo y dicen que hizo su primera escala en la isla de Naxos o en otra, donde Ariadna quedó abandonada después y donde ante un gran altar de cuernos dedicado a Apolo inventó Teseo la primera danza en cadena, con muchas vueltas y revueltas en alegoría de la liberación del laberinto. Se parecía sin duda a vuestra sardana y era como su primer ensayo, pero se parecía mucha más al aurresco de los vascos españoles del Pirineo, porque si los siete mancebos y las siete doncellas bailaban cogidos de la mano, Teseo bailaba sólo, suelto de ellos, dando grandes saltos y haciendo cabriolas como el aurresculari. Hasta aquí la historia es muy conocida. El señor ingeniero la ha leído en Plutarco. Lo que el señor ingeniero sospecha menos es que en Creta no sólo había corridas de toros, sino también un flamenquismo regado de jerez y de manzanilla».

Interesante también es su libro Las aguas de Arbeloa y otras cuestiones, que contiene relatos, breves ensayos, crónica, artículos, epístolas, fábulas, cuentos, diálogos, escenas teatrales… Un ejemplo de su bella y concisa prosa, es este breve relato titulado Inquietud y quietud de las aguas:

«Se dice “agua impetuosa del torrente” y “agua tranquila del estanque”. Cada gota de agua del torrente, es de naturaleza cristalina luminosa, pacífica, jamás enturbiada por un solo germen, por un solo foco de lucha o inquietud. Una gota de agua del “estanque tranquilo” es, en cambio, un mundo complejo de inquietud, de confusión, de creación, de destrucción, sin cesar agitado. Se destruyen las paramecias unas a otras en furiosos combates; devoran los rotíferos –como las ballenas, bandas de peces- miles de animalillos microscópicos. Hasta los organismos vegetales inferiores se mueven allí, con una somoviente energía, que no tienen los vegetales superiores. Son como bandas de sardinetas verdes, con un ojuelo de rubí. Cuando se seca sobre un cristal, la gota del estanque tranquilo no pierde su intranquilidad inherente. Apenas refrescada, esa gota, de humedad nueva, os rotíferos que parecían muertos y convertidos en guiñapos celulares, resucitan al cabo de semanas y vuelven a su tarea devoradora. “Dos gotas de agua” pueden ser dos mundos no gemelos, sino contrarios; la del “tranquilo estanque” es la guerra y la del “impetuoso torrente o la del chorro de agua hirviente del “geiser” es la paz».

Quien lea despaciosamente el libro mencionado, llegará a la conclusión que «en la independencia de la pieza breve donde Rafael Sánchez Mazas es maestro. En este sentido es una de sus obras más representativas. No solo se recopila distintos quehaceres del autor, sino que en ella muestra y demuestra con creces sus dotes de prosista». [22]

En cuanto a su poesía es de entronque neoclásico y rica en imágenes.




Notas

[1] Francisco Morente, Rafael Sánchez Mazas y la esencia católica del fascismo español. Saiz Valdivielso, A.C.: Rafael Sánchez Mazas. El espejo de la memoria, Carbajosa Pérez, M.: La prosa del 27: Rafael Sánchez Mazas, tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid.  Mainer, J.C.: «Acerca de Rafael Sánchez Mazas (1894-1996)»- Medrano, A.: «Rafael Sánchez Mazas: le doctrinaire oublié», breve nota escrita desde la proximidad ideológica con el personaje, del que se reivindica, a principios de los años ochenta del pasado siglo, la actualidad de su pensamiento para una «révolution non seulement espagnole, mais européene».


[2] Su experiencia entre los africanistas, van a procurarle crédito suficiente como para avalar su propia vida cuando años después el mismo ministro Indalecio Prieto, consiga rescatarle tras ser detenido en un control en Madrid, ya comenzada la Guerra Civil, como señalamos más adelante.  Y es que con Prieto había compartido trincheras y camaradería de cronistas en las arenas de Marruecos.


[3] José Antonio desde la cárcel le envió esta emotiva carta:

«Querido Rafael: Voy a escribir muy pocas cartas, pero una ha de ser a ti. Desde que nos separamos quedó cortada nuestra comunicación, ya que, aunque recibí cartas tuyas, creo que no logré hacer llegar a tus manos ninguna de las dos que te escribí. Sirva ésta para anudar ese cabo suelto y para dejarlo ya anudado hasta la eternidad. Perdóname –como me tenéis que perdonar cuantos me conocisteis– lo insufrible de mi carácter. Ahora lo repaso en mi memoria con tan clara serenidad que, te lo aseguro, creo que si aún Dios me evitara el morir sería en adelante bien distinto. ¡Qué razón la tuya al reprender con inteligente acierto mi dura actitud irónica ante casi todo lo de la vida! Para purgarme quizá se me haya destinado esta muerte en la que no cabe la ironía. La fanfarronada sí, pero en esa no caeré. Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de  los fusilamientos, frente a caras desconocidas y haciendo una macabra pirueta. Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y recomendaciones de alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional. Pero ésta no se elige: Dios, quizá quiera que acabe de otro modo. Él acoja mi alma (que ayer preparé con una buena confesión) y me sostenga para que la decorosa resignación con que muera no desdiga junto al sacrificio de tantas muertes frescas y generosas como tú y yo hemos conmemorado juntos. Abraza a nuestros amigos de las largas tertulias de la Ballena, empezando por el tan querido canciller don Pedro Mourlane. Dos abrazos especiales para José María Alfaro y Eugenio Montes, a quienes no sé si podré escribir, pero a quienes recuerdo de todo corazón. Y que a ti, a Liliana y a tus hijos os dé Dios las mejores cosas».


[4] Arriba, n.º 2, 28 de marzo de 1935.


[5] Lo dejó muy claro Pedro Laín, en 1937, en un texto en el que desentrañaba el sentido de unidad de destino en el concepto de nación joseantoniano. Tras analizar las diversas facetas que presentaba la cuestión, Laín concluía:

«Por fin, en el ápice de todo, coronando todos los destinos y sirviéndoles al mismo tiempo de norte, el remate de lo auténticamente espiritual, de lo genuinamente católico [...] Por encima de todo, el Espíritu. Y tampoco ahora ese espíritu vano que circula a través de algunos ambientes culturales, al cual se adecúa mejor la palabra francesa “esprit” que la española espíritu. José Antonio se refiere concretamente al espíritu católico. Quien dude de ello es un imbécil o un malvado, que de todo hay entre nuestros enemigos. En lo católico se encuentra [...] el centro espiritual que da sentido y virtud trascendente a nuestra unidad de destino»; LAÍN, P.: La unidad de destino en José Antonio, en FE. Doctrina del Estado Nacionalsindicalista, II época, n.º 1, diciembre 1937, p. 80.[6] Libertad y unidad, F.E., n.º 3, 18 de enero de 1934 (las mayúsculas, en el original)


[7] Sin ir más lejos, en el libro de Casariego, España ante la guerra del mundo, se explicitan clarísimamente las ambiciones territoriales de España en tanto que "potencia mediterránea" y "potencia atlántica". Casariego no duda incluso en utilizar el concepto de "espacio vital" para referirse a las aspiraciones en el Mediterráneo. Eso sí, a continuación dice que el Imperio es también una "misión universalista" y, «sobre todo, la expansión de una fe y de una cultura...»- Eso sin olvidar que la obra de referencia sobre las aspiraciones territoriales españolas, Reivindicaciones de España (1941), fue escrita por dos falangistas “unificados”: José María de Areilza y Fernando María Castiella.


[8] Estado e historia, F.E., n.º 4, 25 de enero de 1934; repetirá esa misma definición en Fundación, F.E., n.º 12, 26 de abril de 1934: «Ahora bien: una política de unidad de destino y una política de misión que es lo mismo, sólo se llama Imperio».


[9] Conferencia de Rafael Sánchez Mazas, Arriba, n.º 1, 21 de marzo de 1935.


[10] Fundación, F.E., n.º 12, 26 de abril de 1934.


[11] Gabriel Celaya nos ha dejado este impagable relato:

«Nosotros teníamos una tertulia donde íbamos a tomar café todos los días, era un sitio que se llamaba La Ballena Alegre, en los bajos del Lyon. A esta tertulia íbamos, pues, estudiantes de la Residencia de Estudiantes, que muchos eran actores de La Barraca, del teatro de Federico, iban el mismo Federico, Eduardo Ugarte, que era el otro codirector, con Federico, de La Barraca, muchos residentes y muchos amigos. Y allí nos reuníamos todos los días en el mismo sitio...Nosotros estábamos allí en una mesa. Y en la mesa de enfrente había otra tertulia, que era todos los fundadores de la Falange: José Antonio Primo de Rivera, Jesús Rubio (que después fue ministro), José María Alfaro...Nos conocíamos todos y nos insultábamos, pero era todo como un juego porque nos decíamos: "¡Cabrones! ¡Fascistas! ¡Rojos!". Esto sería el año 1934. No había hostilidad. Las tertulias eran separadas y en los periódicos nos metíamos los unos con los otros, pero no había una cosa de guerra, era cosa de amigos, de intelectuales, de estudiantes, y nos veíamos en las mismas exposiciones, en los mismos conciertos, en las mismas obras teatro. Madrid era muy pequeño...Estas cosas que te cuento de La Ballena Alegre, esto de que nos gastábamos bromas los unos a los otros y nos decíamos: "¡Cabrones!", "¡Rojos!", ¡"Fascistas!", como en broma y que luego estábamos juntos tomando una cerveza en el bar del teatro, esto ya no parece verosímil; sin embargo, ¡era así!».


[12] Tomado de Trapiello o.c.


[13] Trapiello, o.c.


[14] Para entender la significación de la Escuela Romana del Pirineo, ver la introducción de Mainer, José-Carlos, en su antología de textos de escritores falangista (1971, pp. 21-23). Se trata de la agrupación de los escritores en torno a la revista Hermes en Bilbao. Se identifican con la cultura romana, defienden el catolicismo y los valores de la civilización occidental. La nómina, sigo a Mainer, está compuesta por Ramón de Basterra, Pedro Mourlane Michelena, Joaquín Zugazagoitia, Esteban Calle Iturrino, Fernando de Quadra Salcedo, Pedro de Eguillor y el propio Sánchez Mazas. Cultivan un tipo de ensayo divagatorio lleno de alusiones culturales exquisitas. Los últimos trabajos sobre este grupo de escritores ponen de manifiesto una cierta querencia por verter el mundo interior en moldes cercanos al esquema de la novela de aprendizaje. Por ejemplo, José-Carlos Mainer en un trabajo dedicado a Ramón de Basterra (2003) glosa el trasfondo educativo de la obra Vírulo, cercana a los dominios del Bildungsroman. El mito de lo vasco y de lo bilbaíno aparece considerado en sus otras novelas.  Y también en el libro de prosas reunidas por Trapiello, Vaga memoria de cien años y otros papeles, Bilbao, Ediciones El Tilo, 1993.


[15] «Una tertulia famosa sería la del café Lyion d'Or, en la bilbaína Gran Vía de López de Haro. Estaba presidida por Pedro Eguillor, un rico burgués de ideas autoritarias, y encontraba en Sánchez Mazas a su más brillante colaborador –y quien acercaría, más tarde, al círculo literario de José Antonio Primo de Rivera a Eugenio Montes, Mourlane o el propio Miquelarena–. Reunía a la intelectualidad bilbaína en torno a debates literarios y políticos en los que el secesionismo vasco recibía siempre los envenenados dardos de los contertulios, entre los que se encontraban poetas como Ramón de Basterra, el futuro alcalde de Bilbao Joaquín de Zuazagoitia (sin ge), o Jesús de Sarría, director de la revista Hermes. La importancia de esta reunión es patente si revisamos la nómina de personalidades invitadas a participar en ella: Unamuno, Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja o Eugenio d’Ors -cuya influencia sobre aquel grupo les hacía cambiar chistosamente el nombre del café a “Lion d'Ors”». Rafael Castaño Domínguez, La vida de Jacinto Miquelarena en la embajada argentina durante la Guerra Civil.


[16] Preguntado Mainer sobre la importancia literaria de Sánchez Mazas, por el Heraldo de Aragón de 13 de octubre del 2013, respondió:

«Es un personaje curioso, lleno de soberbia intelectual y también de rencores sociales de burgués desclasado. Yes un gran escritor, demasiado perezoso… Ya ensalzó a Mussolini, en 1922 y en la tercera de ‘ABC’; fue seguramente el inventor de la restauración del yugo y las flechas ¡en 1927! Cuando no existía todavía Falange; publicó en 1933 un curioso libro sobre las relaciones de España y el Vaticano, muy crítico con los puntos de vista del pontificado…Y cuando vencieron los suyos, se volvió a casa, cobró una pingüe herencia y escribió una exquisita novela sobre su infancia dorada (‘La vida nueva de Pedrito de Andía’) y una fantasía pedagógica (‘Rosa Krüger’)».


[17] Como ejemplo de su inconfundible estilo está su célebre Oración a los caídos de la Falange:

«Señor, acoge con piedad en tu seno a los que mueren por España y consérvanos siempre el santo orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España y de que solamente a nosotros honre el enemigo con sus mayores armas. Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor, y el último secreto de sus corazones era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de rencor ni odiar al enemigo, y tú sabes, Señor, que todos estos caídos mueren para libertar con su sacrificio generoso a los mismos que les asesinaron, para cimentar con su sangre joven las primeras piedras en la reedificación de una Patria libre, fuerte y entera.  Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado sus ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros oídos las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir con vergonzosa indigencia delitos contra los delitos y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a combatir de frente.   Tú no nos elegiste, Señor, para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes sino soldados ejemplares, custodios de valores augustos, números ordenados de una guardia puesta a servir con amor y con valentía la suprema defensa de una Patria. Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir no sólo su potencia sino su odio.  A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa preferimos la derrota, porque es necesario que, mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y una moral superiores. Aparta así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos y lo que se ha solido hacer en hombre de vencedor impotente de clase, de partido o de secta, y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de una Patria, en nombre de un Estado futuro, en nombre de una cristiandad civilizada y civilizadora. Tú sólo sabes con palabra de profecía para qué deben estar "aguzadas las flechas y tendidos los arcos" (Isa. V, 28). Danos ante los hermanos muertos por la Patria perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisaicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias. Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de esta España, en la unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre y entre los hombres, y haz también que la victoria final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de tu gloria».


[18] Las confesiones de un pequeño filósofo, se imprimió en 1904, y fue el último libro que Azorín firmó como José Martínez Ruiz. El libro se compone de capítulos muy cortos de apenas dos páginas, en los que recuerda su vida en Yecla, pueblo en el que sucede la acción de esta obra. Sin embargo, no cuenta una historia en sí, sino que se dedica a recordar y a contar su vida desde la perspectiva que tenía siendo un niño, pero mezclado con observaciones que hace en el momento en el que escribe. No obstante, la obra la escribe siendo ya adulto, en el mismo pueblo en el que creció, por lo que se ve invadido por los recuerdos de aquel lugar. Resulta llamativo el punto de vista desde el que lo hace, en primera persona y como si estuviera realmente presente en el pasado. En ocasiones utiliza el tiempo presente para acercar al lector a su recuerdo, pero también lo mezcla con el pasado para insistir en la idea de que se trata de varios recuerdos. Básicamente el libro es eso, un conjunto de recuerdos de su infancia. No hay trama ni historia, el protagonista es él y los personajes las personas con las que compartió su infancia, como sus compañeros de clase, sus profesores o sus familiares. Por todo ello toda la novela en sí es una digresión, ya que está escrita a partir de las divagaciones del autor, que es el mismo protagonista de la obra. Tampoco sigue un orden cronológico, de hecho no hay línea temporal, sino una sucesión de recuerdos apenas ordenados en el tiempo. 


[19] Tal ocurre en la novela de Azorín: la rememoración de los recuerdos escolares no puede omitir, al modo de los libros de este tenor, la descripción del colegio con la distribución de sus espacios; el patio, los claustros, la iglesia contigua, el pequeño jardín; o ya, en el edificio escolar «la sala de estudio, la capilla, los gabinetes de Historia Natural y de Física y dos o tres grandes salones»; el comedor, el horario escolar con tres horas de clase por la mañana, media hora de estudio antes de comer. La lectura, el asueto, el estudio, las dos horas de clase vespertina; merienda, patio y estudio.


[20] «El género autobiográfico de diario colegial sirve a Sánchez Mazas para apelar a una cierta «pequeña filosofía» al modo del escritor alicantino. En los dos casos, el diario del curso escolar queda subsumido en una retrospección de mayor alcance con invocación a otras instancias formativas. Se amortiguan, o se eliminan en el caso de Sánchez Mazas, los ingredientes de intelectualización y anticlericalismo, asociados siempre a los adolescentes escolares de los autores novecentistas. La pretensión del autor es la de transcribir las memorias, no del jovencito, ni del niño sabio, ni del pequeño jacobino, sino las del chico, el escolar corriente, símbolo de la normalidad. Tal modalidad novelesca la encuentra el editor-autor en el manuscrito que entrega Tarín, en el cual se revela como un chico cualquiera, «ni mejor ni peor», que cuenta «sus juegos, sus alegrías, sus fastidios, sus quejas, sus risas, sus defectos y sus encantos infinitos». El desiderátum de la trivialidad y de la pequeñez queda expresado en el mismo título, que conecta con el azoriniano y, aun con la novela jesuítica de Coloma, Pequeñeces (1891), destinada por el padre Magalhaes a los escolares de quinto y sexto, pero devorada con avidez por Tarín (…) Parece claro que esta ópera prima de Rafael Sánchez Mazas viene estimulada por los relatos autobiográficos de recuerdos escolares que publican en esas fechas grandes novelistas como Pérez de Ayala o Miró”. Fermín Ezpeleta Aguilar, Sánchez Mazas en la estela de Azorín: a propósito de Pequeñas memorias de Tarín».


[21] José María Martínez Cachero, Literatura y cautiverio: el caso: el caso de las embajadas madrileñas durante la guerra civil.


[22] Mónica y Pablo Garbajosa, o.c.

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