SEMBLANZAS
Mercedes Formica, la feminista desconocida.

Mercedes Formica, la feminista desconocida
En mayo de 1951 presentó, tras una larga elaboración, una ponencia titulada La mujer en las profesiones liberales en el I Congreso Femenino Hispanoamericano Filipino. En el texto se reivindicaba la plena incorporación de las mujeres al mundo laboral, pero los organizadores retiraron la ponencia tachándola de "feminista".
Nacida en Cádiz el 9 de agosto de 1918, en esa ciudad vivió los primeros años de su vida. Su padre era un ingeniero de procedencia catalana y su madre andaluza. La convivencia entre ambos era difícil, por lo que se divorciaron en el año 1933. Residiendo en Sevilla, nuevo destino profesional de su padre, ingresó en su Facultad de Derecho en el curso 1931-1932 y se convirtió en una de las primeras alumnas matriculadas en esa carrera. El destronamiento de Alfonso XIII, la proclamación de la Segunda República y el impacto en su entorno familiar, queda reflejado así:
«A menudo me he preguntado qué razones provocaron el dolor de mi familia ante el hecho del destronamiento. No había sido importante ni palatina, y jamás recibió honores de la Corona. Sin embargo, sufrió sinceramente con la caída de los reyes. Otros amigos tuvieron reacciones diferentes y hasta manifestaron su júbilo frente a la situación nueva».
Admiradora de José Ortega y Gasset, su trayectoria vital en aquel momento no puede explicarse sin sus circunstancias.
«Una mañana de octubre, exactamente un domingo, fui a casa de las Carvajal, que vivían en la calle Ayala, esquina a Velázquez. Al entrar en el piso, sentí una voz masculina hablando por radio, y cuando llegué al salón, las personas reunidas me pidieron por señas que no hiciera ruido. Tomé asiento en una butaca y alcancé esta frase: “No somos un partido de izquierda que, por destruirlo todo, destruye hasta lo bueno, ni de derechas, por conservarlo todo, conserva hasta lo injusto”. —¿Quién es? —Pregunté en un susurro. —José Antonio Primo de Rivera. En aquel momento carecía de formación política y me limitaba a captar lo que me atraía o me repugnaba. El desconocido, cuya existencia ignoraba, al que nunca había visto, resumía en una frase lo que deseaba para los españoles, y por supuesto, para mí. El discurso de la Comedia produjo en la juventud universitaria una verdadera conmoción, sobre todo en los grupos procedentes de las clases medias. El sentimiento monárquico se había extinguido».
Fue designada delegada del SEU femenino de Madrid, un cargo que llegó a ocupar a nivel nacional de forma más figurativa que influyente, puesto que, si el número de mujeres habidas en la universidad en los años treinta era ínfimo, habría que añadir la escasa consideración política que se otorgaba al sexo femenino. Aunque hay que destacar que las pocas mujeres que se dedicaron a la política eran de una gran firmeza y personalidad como Dolores Ibarruri, Federica Montseny, Margarita Nelken, Victoria Kent, Clara Campoamor o Urraca Pastor.
El primer Consejo Nacional del SEU tuvo lugar el 11 de abril de 1935, bajo la presidencia de José Antonio. Al final de las sesiones se formó una junta consultiva en la que estaba Mercedes Formica. De la reunión queda una fotografía en la que aparece a la izquierda de José Antonio.
Y como señaló la propia Formica:
«Durante cuarenta años, la identidad de la muchacha que aparece a la izquierda de José Antonio fue silenciada. Fallecido el general Franco, la fotografía resurgió, esta vez con mi nombre y apellidos».
Una gripe mal curada trajo como consecuencia que no pudiera soportar un invierno más el clima frío de Madrid. Le convenía uno más suave, pero antes tuvo que convencer a su padre para que aceptase que, junto a su madre y hermanas, pudiera residir en Málaga temporalmente hasta que recobrase del todo la salud.
El comienzo de la guerra cogió a Mercedes en aquella ciudad andaluza que se mantuvo fiel a la República. Tras momentos trágicos en Málaga, Formica llega a Tánger. A través de esta ciudad, a últimos de septiembre y gracias al consulado uruguayo que les facilitó la salida de Málaga, consigue, con su familia, llegar a Sevilla.
Instalada allí, colaborará activamente en la implantación de la Sección Femenina, de la que sería dirigente, dados sus antecedentes en el SEU y su amistad con la malagueña Carmen Werner, que tenía tanto prestigio o más que Pilar Primo de Rivera, dada la alta consideración que de ella tenía José Antonio, quien desde la cárcel de Alicante le había enviado una emotiva carta.
El 20 de diciembre de 1937 se casó con Eduardo Llosent y Marañón editor de la revista Mediodía, órgano de la Generación del 27, donde conoció y fue muy amigo de poetas de la generación del 27 como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Dámaso Alonso o Rafael Alberti.
Su unión con un intelectual fundamentalmente “liberal” es incuestionable que le influyó en su evolución ideológica, siendo un claro antecedente de lo que le ocurriría años después a Dionisio Ridruejo, al que siempre tuvo en gran estima.
Una vez oficializada la muerte de José Antonio abogó por la disolución de la Falange, ya que consideraba que con la fusión de las fuerzas nacionalistas en FET de las JONS, la ideología joseantoniana quedaba manipulada, tergiversada y sepultada. Afirmación que posteriormente compartirían Enrique Tierno Galván o José Luís López Aranguren, que, como Formica, defendían una idílica, aunque inexistente, tercera España, frente a las dos cainitas de Machado.
«Aquella amalgama monstruosa, aquel gigantesco albondigón, estranguló la ideología, y todo quedó en una especie de cristianismo obligado, como el impuesto en Roma por el Decreto de Constantino. La tragedia del pensamiento joseantoniano fue detenerse en plena evolución. Si Dionisio alzó la voz, a José Antonio le cerraron la boca los que dispusieron su muerte».
En Málaga residió hasta el final de la guerra, cuando Eugenio d'Ors, director general de Bellas Artes, nombró a su marido director del Museo de Arte Moderno de Madrid. Por su casa de Madrid pasaron escritores, pintores y dramaturgos de la posguerra y era frecuentada por los sectores menos integristas del régimen. Por su parte, Mercedes y su marido asistían a tertulias donde acudían Sánchez Mazas, Eugenio Montes, César González-Ruano, Edgar Neville, Sebastián Miranda, Pilar Regoyos, Natividad Zaro, Mary Navascués, Conchita Montes, etc. También se encontraban con Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales y Leopoldo Panero.
En 1944 se hizo cargo de la dirección del semanario Medina y colaboró con publicaciones como ABC, Blanco y Negro, Gran Mundo, Teresa y La Ilustración Femenina.
En esa época publica la novela corta Bodoque, donde Formica critica fuertemente el sistema legislativo franquista, suavizado estratégicamente al colocar como protagonista a un niño de unos ocho años. La novela gira en torno a la infancia de este pequeño, que en realidad es su propio hermano José, apodado Bodoque en la novela. La infancia trágica que se nos relata es consecuencia directa de la separación de sus padres. El niño es obligado a permanecer con su padre y la amante de éste, caracterizada de manera cruel, y alejado para siempre de su madre y de sus hermanas. Esta anécdota autobiográfica es recreada por Fórmica en la ficción, incluso ofreciendo el mismo nombre de su hermano quien, como el personaje, crece bajo las nefastas consecuencias de una injusta ley de divorcio, que otorga el favor al hombre y las penurias a la mujer.
De esta época también es La casa de los techos pintados, cuyo tema central es la violencia ejercida por Antonio Sánchez sobre su mujer, Irene Velázquez. En las páginas de la novela nos encontramos con varios pasajes que narran con gran dramatismo los malos tratos. Además, el personaje protagonista, Agueda Sánchez, discurrirá por las páginas del relato superando los traumas vividos en su infancia derivados de esta triste situación. A mi parecer, la novela también se basa en experiencias reales padecidas por la autora en su niñez. El escenario elegido, personajes y vivencias hacen parte de la vida real de Mercedes Formica.
En 1948 termina la carrera de Derecho dispuesta a ingresar en el Cuerpo Diplomático o realizar oposiciones para el Cuerpo de Abogados de Estado o Notarías, pero en todas uno de los requisitos que se pedían para opositar era "ser varón". Le produjo indignación recordar que José Antonio, cuyo nombre tanto se aireaba, nunca fue contrario a las “universitarias”. Pidió entonces el alta en el Colegio de Abogados y se convirtió en una de las tres mujeres que ejercían la abogacía en Madrid, tarea que compaginó con su producción literaria.
En mayo de 1951 presentó, tras una larga elaboración, una ponencia sobre La mujer en las profesiones liberales en el I Congreso Femenino Hispanoamericano Filipino, convocado en Madrid. Para prepararlo buscó colaboradoras universitarias que habían obtenido el título –en su mayoría– antes de la guerra: María de la Mora y Sofía Morales, periodistas; Carmen Llorca, Josefina Aráez y Pilar Villar, licenciadas en Filosofía y Letras; Carmen Segura, ingeniero industrial; Matilde Ucelay –que pertenecía al grupo de los vencidos– y María Ontañón, arquitectas; Mercedes Maza, médica; y Carmen Werner, licenciada en Pedagogía.
En el texto reivindicaron la plena incorporación de las mujeres al mundo laboral, pero los organizadores retiraron la ponencia tachándola de "feminista".
Durante la elaboración de la ponencia Formica encontró tiempo para escribir Monte de Sancha, que sería finalista del Premio Ciudad de Barcelona. Publicada originariamente en 1950, ya entonces constituía uno de los primeros testimonios en el que la Guerra Civil española aparecía desprendida de referencias imperiales y de un lenguaje mesiánico y providencialista, elaborado para ensalzar las virtudes o atrocidades de un bando u otro. La intención de la autora era la de destacar el surgimiento inesperado del horror, el instante en el que la vida de un ser humano deja de importarle a uno.
La novela se desarrolla en Málaga en un espacio temporal que va entre 1934 y finales de 1936. Hay dos ambientes bien diferenciados, que viven de espaldas uno del otro, la alta burguesía del barrio de La Caleta y el proletariado de los barrios de La Trinidad y El Perchel.
El personaje principal, Margarita Bradley, huérfana de unos veinte años, vive en el primer escenario; el azar le lleva a conocer a un habitante del Perchel, Miguel García, trabajador manual, independiente, y escultor en sus ratos libres. Esa historia de amor acabará truncada con el asesinato de Margarita, víctima inocente del clima de rencor de esos días de julio de 1936. Pero lo interesante de la novela es ver cómo se describen, gradualmente y en ascenso, los acontecimientos violentos que culminarán en los sucesos del 18 de julio.
La acción de la novela arranca una mañana de febrero de 1934, con el regreso de Margarita Bradley a Málaga, tras una larga estancia en Bruselas:
El casamiento de su prima Inés Bradley con un joven danés, que acababa de establecerse en Málaga, aceleró su vuelta. Había pasado tres años en el extranjero, y el encontrarse de nuevo en Málaga le producía un intenso placer, placer que aminoraba, sin embargo, la inquieta amargura que atenazaba a los malagueños en aquellos días, y que podía medirse por la desabrida acogida de los maleteros y por las miradas cargadas de rencor de las personas humildes que se cruzaban con el coche a todo lo largo del Perchel.
Tan manifiesta era la hostilidad que no pudo por menos de comentar con su tío:
—Parece que la gente no está contenta, tío Lorenzo. —Los tiempos no son buenos, hija; algo malo se prepara. Pero Margarita, que se sentía demasiado joven para pensar en cosas trascendentales, sonrió mientras se decía que era una suerte haber nacido mujer.
Pese a los presagios de su tío:
La primavera transcurrió en medio de una calma paradisíaca, en la que muchas veces ni el batir de los pájaros se sentía, ni tan siquiera el crujido de las ramas, ya que la Naturaleza guardaba dentro de sí una paz armoniosa que se traslucía en un bienestar sin medida que a veces llegaba a producir miedo… En la acera de La Marina bullía una algarabía de pregones. Gritaban los marisqueros, los vendedores de periódicos, los niños que ofrecían pastillas de café con leche. Se reunían los novilleros, los cantaores de flamenco, la marinería del muelle y los contrabandistas de Gibraltar. Por sus aceras transcurrían soldados marroquíes que desembarcaban del correo de África, del “Medillero”, como todo el mundo designaba el barco que cruzaba el Estrecho, los aventureros de Tánger, los extranjeros que visitaban la ciudad y los bohemios de Torremolinos. Las bellas muchachas malagueñas, con sus grises faldas de franela y sus jerseys de colores pálidos –celeste, avellana, cereza pasaban, dejando el destello de sus siluetas imborrables.
Pero ese idílico momento se rompe para cuando Margarita se entera de que su amigo Jorge Wilson, que era militante de la Falange, había sido asesinado.
En Santa Tecla las opiniones coincidían en que se trataba de un crimen político. Margarita escuchaba a unos y oros, mientras se esforzaba en representarse las facciones de Jorge, su gesto alegre y divertido, el tono de su voz, aquella manera especial de inclinarse cuando saludaba, todo lo que en definitiva había constituido el nervio de su personalidad; más su esfuerzo resultaba estéril, ya que repentinamente el aspecto exterior de Jorge se había borrado. Fernando Bradley procuraba tranquilizar a los reunidos. —Era un muchacho muy simpático, pero muy exaltado. En realidad es natural que le sucediera lo que le ha sucedido. A mí un día intento convencerme de sus propósitos, pero me negué a seguirle. Figuraos que pretendía ocuparse de los barrios. El atentado estaba dirigido exclusivamente para él… —La vida de uno de nosotros ha terminado, ¿y creéis en serio que va a ser el único? No nos quedan sino dos caminos, igualmente repugnantes. Esperar que vengan a herirnos por las espaldas, o matar nosotros primero, como si la guerra hubiera comenzado.
Y ante las protestas de los mayores acerca del rumbo de esa conversación la novia de Jorge, falangista también, dice:
No se trata de decir que no pasará nada. Hay que pensar, por el contrario, que pasarán muchas cosas, porque tienen que pasar y porque es justo que así suceda… —Da miedo leer los periódicos –insistió la madre–. Esos pobres chicos van todos camino de la muerte. —Todos lo que estamos aquí vamos camino de la muerte -aseguró serenamente Eduardo-. Todos vamos a morir, remachó. Y su voz resultó tan convincente que los que le escuchaban guardaron silencio sobrecogidos.
La vida de la República cambia súbitamente a partir del 19 de septiembre de 1935, con la caída de Lerroux. Y con ello:
La fisonomía de Málaga cambió, presentando su expresión más hosca y desagradable. La alianza de Lerroux con los partidos de derechas había fracasado y su sistema de armonía derrumbado ante la palpitante realidad. Aunque todavía se mantenía el Gobierno era sólo una apariencia y la palabra elecciones comenzó a circular como una esperanza. Había que esperar algo nuevo, algo que trajera una solución milagrosa, más nadie estaba seguro de lo que tenía que elegir. Las clases conservadoras deseaban una mano firme que los salvase de perecer. Las izquierdas aguardaban con toda serenidad su triunfo. Una ola de atentados, de huelgas, se sucedían sin descanso. Todos los días caía un hombre al regresar de su fábrica o de su campo, pero su muerte quedaba impune, sin que se hiciera nada por esclarecerla. Los mítines alentando a la destrucción y al saqueo se multiplicaban y de los estadios de fútbol, de las plazas de toros, salía una multitud gesticulante que alineada en ordenado ejército civil desfilaba cantando La Internacional.
Pero tras el triunfo del Frente Popular, es cuando la situación empeora rápidamente y los partidos izquierdistas quieren implantar su ideología revolucionaria, y sus militantes toman las calles a los sones de La Internacional. Ante esta situación la burguesía comenzó a sentir miedo y los más temerosos empezaron a marcharse:
Los Vanreing habían abandonado Málaga, pero su marcha no causó la sorpresa de nadie, ya que la política obligaba a exiliarse cada mes a un número determinado de familias.
Estos acontecimientos coinciden con la relación, cada vez más íntima, entre Margarita y Miguel, que pese a su distinta clase social, sienten una gran atracción mutua. En vísperas de la sublevación militar, Miguel García había ido a trabajar en los muelles de Málaga a pesar de que se había decretado una huelga general. Cuando sus compañeros se lo reprochan, uno de ellos le muestra unperiódico y dice:
—Fíjate. Para que veas que no hablamos por hablar. La cosa no está para bromas. ¿Conoces a éste? –le señaló el retrato de un personaje que la mitad de la nación respetaba–. ¿Lo ves bien? Te lo digo porque a pesar de estar tan alto no tardará en caer.
Evidentemente, ese personaje es Calvo Sotelo, a quien, pocos días después unos policías, al mando del capitán Contés, de la Guardia Civil, y militantes socialistas que los acompañaban, lo asesinarán en Madrid. A partir de este momento la novela cuenta la fallida sublevación militar en Málaga y la represión que siguió por parte de los milicianos dueños de la ciudad, que se ensañaron especialmente entre los habitantes de La Caleta.
La lucha continuó toda la noche. Por las calles no circulaba un alma y sólo de vez en cuando la recorrían los centelleos rutilantes de los automóviles oficiales. En cada esquina resonaba el eco de los disparos. La ciudad permanecía despierta y todas las familias aguardaban con el corazón angustiado que la lucha se decidiera por el bando donde sus hombres combatían. En el patio de la casa de Miguel las mujeres callaban a los chiquillos, dándoles voces destempladas. Victoria escuchaba el tiroteo en silencio y a su lado la voz impaciente y rencorosa de una mujer murmuró: —Así pudiéramos ya prender fuego a La Caleta. Miguel contempló a la que había lanzado la frase y terminó de consumir su cigarro. Un hombre de mediana edad preguntó, inquieto: —¿Habrán ganado los militares? —No digas estupideces hijo de p... El Gobierno tiene las riendas bien cogidas. —¿Se sabe algo de Joaquín? Inquirió otro, clavando sus ojos en Miguel. —Está combatiendo en la calle. La gente escuchaba cada ruido con ansiedad. De vez en cuando alguien escrudiñaba la calle, que permanecía hermética, atravesada tan sólo por los regueros de las balas. Los minutos transcurrían con lentitud. La esperanza aleteaba en el corazón de aquellas criaturas. Para ellos, la lucha que se desarrollaba era un combate a vida o muerte, y el triunfo habría a sus deseos un horizonte infinito. En La Caleta se esperaba permanecer; en los barrios, por el contrario, se aguardaba el nacimiento de algo grandioso. El calor había corrompido la atmósfera. Las mujeres andaban con los pies desnudos, los cabellos sueltos, las blusas desabrochadas. Una respiración jadeante y monótona era el único ruido que se sentía en el patio. —¡Así pudiéramos ya prender fuego a La Caleta! Volvió a repetir la mujer.
Los acontecimientos se precipitan y Miguel es uno de tantos milicianos que tomándose la justicia por su mano, ejecutan sin escrúpulos a aquellos que consideran sus enemigos:
En el lugar de la ejecución hicieron bajar a Eduardo Paterna. Miguel no lo había visto nunca y no era ni su amigo ni su enemigo. –No es tan fácil como crees –murmuró el hombre receloso a su lado–. Hay que ser un tío crudo para hacerlo. Miguel alzó el fusil, apuntó bien al corazón y disparó.
La novela termina con el último encuentro entre Margarita y Miguel, que es visto por la que se considera novia de este, Victoria, que despechada denuncia a Margarita, que detenida, es finalmente asesinada. Su angustia ante la muerte le lleva a preguntarse:
¿Y si no hay más allá?
La novelista responde por ella en el párrafo final:
Frente a ella estalló una luz clarísima y distinguió fugazmente las campanillas azules de una fachada. Un golpe violento le hundió el corazón cortándole el resuello, del mismo modo que, cuando pequeña, había caído de lo alto del ficus. Perdió la noción de su propio cuerpo y cayó en el vacío, en una obscura, infinita profundidad. Pero todavía alentaba su pensamiento y aún pudo invocar con angustia: “Jesús! ¡Dios!
Sobre la novela opina así Soler Gallo, estudioso de su obra:
«Formica se adelantó a su tiempo como mujer narradora, puesto que, a pesar de mezclar el amor y la guerra en su narración, tendencia que proliferó en los años cuarenta, tanto por hombres como por mujeres, no es una novela rosa o un folletón sentimental al uso, sino un testimonio de un tiempo de guerra en el que queda retratada toda una generación, aquella que vivió la Guerra Civil española en plena juventud, en su mayoría integrantes de la Generación del 36, a la que pertenecía la autora. Si el trasfondo de la novela es político, los personajes principales no encarnan valores políticos, sino que responden a la intención que tenía la autora de hacer prevalecer la juventud de esta generación por encima de cualquier opción política y como irrupción del conflicto, en función del grupo social al que se circunscriben, ya sea por tradición familiar, por apellidos o por el lugar donde residen, provoca que se vean en la obligación de implicarse y enfrentarse a una idéntica situación desde enfoques distintos… Aparece “desprendida de referencias imperiales de un lenguaje mesiánico y providencialista elaborado para ensalzar las atrocidades de un bando o de otro” y se afirma que fue “una de las mujeres más relevantes de la España contemporánea, luchadora infatigable contra las injusticias. Ni blanco, ni negro. Merece el rescate».
El 7 de noviembre de 1953, tras tres meses retenido por la censura, publicó en ABC el artículo El domicilio conyugal, en el que revelaba la sufrida existencia de Antonia Pernia Obrador, que estaba en un hospital madrileño a causa de las diecisiete cuchilladas que recibió por parte de su marido, del que se veía impedida para separarse porque le advirtieron de que lo perdería todo: hijos, casa y bienes. La mujer sobrevivió gracias a la penicilina y su ejemplo sirvió para que, durante la España oscurantista, se arrojase luz sobre la violencia machista y se generase un estado de opinión favorable a legislar sobre el tema.
Su artículo desató una intensa polémica sobre la situación de las mujeres separadas y la legislación matrimonial que no daba opción a las mujeres, donde optar por la separación significaba perder hijos, hogar y bienes. De acuerdo con los artículos 1.880 y siguientes de la Ley Procesal entonces vigente, la vivienda familiar se consideraba "casa del marido" y la esposa que pedía la separación –culpable o inocente– debía abandonar aquella para ser "depositada" en domicilio ajeno. El de sus padres si los tenía, o en un convento, siempre bajo la tutela de un "depositario".
Hay que tener en cuenta que tras la victoria de las tropas nacionales en abril de 1939, la situación femenina experimentó un retroceso después del paréntesis liberador que había representado la Segunda República. El nuevo orden social que pretendía implantar el régimen de Franco se basaba en la sumisión de las mujeres y en su supeditación al hombre en todos los aspectos de la vida. La sociedad franquista se fundamentaba por lo tanto en la división social de los roles y remitía a las sociedades tradicionales patriarcales en las que lo masculino se suele asociar a la inteligencia, a la actividad y al espacio público, mientras lo femenino se halla relacionado con los sentimientos, la pasividad y el espacio privado. De este modo, las mujeres vieron cómo se les vetaba la posibilidad de acceder a otro espacio que no fuera el hogar y la Sección Femenina quedó encargada de difundir esta ideología, creando así el género a partir del sexo.
Desde un punto de vista jurídico, este retroceso en la situación de las mujeres quedó materializado por una legislación machista y discriminatoria, heredada del Código Civil de 1889 y que afectaba sobre todo a las mujeres casadas. La ley consideraba al esposo administrador de los bienes de la sociedad conyugal y representante legal de su mujer. El adulterio demostrado de la mujer era un delito castigado con una pena de 6 a 12 años durante los cuales la mujer se hallaba encerrada en una cárcel o un convento; pero si el marido mataba en el acto a los adúlteros sólo era desterrado por 3 meses. Además la Ley de Enjuiciamiento Civil establecía que la mujer que se separaba –culpable o no– perdía el “domicilio conyugal”, y quedaba depositada en casa de un familiar o en un convento, y se la privaba de la guarda de los hijos.
A tener presente que ABC se benefició del éxito alcanzado por el artículo de Formica. Días después el periódico abrió una encuesta en torno a la reforma de la legislación denunciada dando también cabida en sus columnas a expertos juristas a la vez que a su redacción llegaban a diario cartas adhiriéndose a las reivindicaciones femeninas propuestas por Mercedes Formica. Al mismo tiempo publicó un editorial destacando el eco que tuvo el artículo y el planteamiento del problema de la capacidad legal de la mujer española añadiendo que la situación concreta que denunciaba su colaboradora no es sino una de tantas manifestaciones de una característica de nuestro Derecho Civil que fue objeto de estudio en el primer Congreso Nacional de Justicia y Derecho.
El 7 de diciembre de 1953 la revista Time le dedica una página a Formica. El artículo termina con la frase que dicen haber escuchado a un madrileño:
«Creo que empieza un gran torbellino. Gracias a Dios mi mujer no lee los periódicos».
Y Robert Capa, al frente de la agencia Magnum, envió a la fotógrafa austriaca Inge Morath, la primera mujer que se incorporó a la agencia, a inmortalizar a Mercedes Formica para un reportaje, World of women, junto a otras tres mujeres destacadas de otros países: Federica de Grecia, la doctora Han Suyin, de Singapur; y la científica estadounidense Eugenie Clark.
No puede entenderse la evolución de la situación jurídica de la mujer española sin la labor de Mercedes Formica. Y es preciso conocer que, durante el franquismo, las mujeres encontraron un hombro en el que apoyarse, pues Formica siempre se mostró vigilante para que no recayeran sobre ellas la injusticia y el abandono, enfrentándose incluso a Pilar Primo de Rivera. Porque ella, que había logrado la libertad, quiso la libertad para todas las mujeres en España.
El 10 de febrero de 1954, en el Círculo Medina pronuncia una conferencia bajo el título La situación jurídica de la mujer española, con un enorme éxito. Con el mismo título da otra en Barcelona donde, además, en La Vanguardia Española le hacen una entrevista que comienza con esta entradilla:
«Mercedes Formica, abogada en ejercicio, del Colegio de Madrid, escritora, novelista, autora de Bodoque, Monte de Sancha, La ciudad perdida, El miedo (inédita esta última), defensora de los derechos de la mujer, disertará hoy en Conferencia Club, sobre este tema».
Su nueva novela, publicada en 1954, A instancias de parte, deja al descubierto la desigualdad que existía en el tratamiento del adultero, penado en la mujer en cualquier circunstancia, aunque no lo hubiese cometido y solo pesara sobre ella la sospecha (eran conocidas las trampas que podían prepararse para dejar en “evidencia” la presunta infidelidad), y en el hombre, exclusivamente, cuando su acción supusiera un escándalo público (difícil era que se diese el caso). Además de causa de separación, el adulterio era delito y se penaba con prisión menor, una condena que cumpliría la mujer, que siempre se llevaba la peor parte, donde el marido determinase o en un convento de "arrepentidas". Una situación que condujo a Formica a escribir frases en la novela como «la ley es una trampa dispuesta para que caigamos en ella las mujeres» o «los jueces se dejan llevar por las apariencias» que revelan el espíritu combativo con el que fue confeccionada.
En la novela, los casos de adulterio entre hombres y mujeres es presentado desde la complejidad de seis diferentes puntos de vista: el del esposo adúltero (Julián), el marido engañado y que no denuncia a la esposa (Chano), la esposa falsamente acusada de adulterio (Aurelia), la esposa adúltera que no ha sido denunciada por su esposo (Esperanza), la que sí fue denunciada y por lo tanto cumple condena (Fuensanta), la manceba o amante del esposo adultero (Bárbara).
Es curioso ver que, en una novela cuyo tema central es la crítica de la situación de las mujeres, éstas se encuentran privadas de la palabra y sobre todo utilizadas casi como mero “decorado”. En realidad, este silencio y esta semiausencia son simbólicos de la posición que ocupan las mujeres en la sociedad de referencia. El modelo femenino de la “nueva mujer” impuesto por el franquismo a través de la labor de la Sección Femenina se basa sobre todo en la sumisión, y las mujeres de A instancia de parte, al no tener derecho a la palabra, respetan perfectamente esta situación. La única voz femenina que se oye desde el principio de la novela es la de Rosalía, la amiga de infancia de Julián, pero ésta representa a todas las mujeres cómplices de la sociedad que las oprime, y es más, intuyendo la verdad sobre la desgracia de Aurelia, toma deliberadamente la decisión de callar (capítulo 17). Rosalía se beneficia, por lo tanto, de un estatuto especial en la novela, también inducido por su soltería. En cambio, las casadas, Aurelia y Esparanza, se encuentran reducidas al silencio, enteramente sometidas a los hombres. Sin embargo, Chano se hace el portavoz de estas silenciadas ya que varios elementos permiten emparentarlo con ellas, desde sus cualidades personales consideradas como específicamente femeninas –el amor, el sentimiento, la abnegación, el perdón– hasta la puesta en escena de su victimización. Sólo al final de la novela, a partir del momento en que Aurelia se encuentra depositada en un convento, las mujeres recobran cierto protagonismo.
La toma de la palabra por parte de las mujeres interviene demasiado tarde, cuando la situación de Aurelia es irremediable. Además, es interesante notar que esta denuncia se lleva a cabo entre mujeres víctimas, en el ámbito del convento, sin ninguna resonancia al exterior de este espacio de encerramiento, y que, en estas condiciones, el orden establecido no se encuentra amenazado.
Aún así, los personajes paratópicos, tanto Chano como las mujeres, conducen a problematizar la injusticia de una sociedad que funda las relaciones entre los sexos sobre la jerarquización y la dominación. De esta forma, mediante los personajes paratópicos y la temática que ponen en juego, Formica crea un espacio de disensión frente a la Sección Femenina.
Tras la lectura de la novela, Mercedes Formica aparece como una escritora altamente paradójica tanto en su relación con la literatura como en su relación con el grupo al que supuestamente pertenece. El concepto de paratopía, al plantear una negociación entre lugares opuestos permite de algún modo resolver esta paradoja. Así, ya no se trata de ubicar a Mercedes Formica en alguno de los lugares opuestos: en la literatura o el documento, por un lado, o en la Sección Femenina o el feminismo, por otro. La paratopía puesta en obra en su novela permite aprehender la noción de frontera como lugar privilegiado para no tener que renunciar a ninguna de las opciones. Desde la frontera puede pasar imperceptiblemente a un lado o a otro sin abandonar del todo ninguno de los dos. De ahí su riqueza y originalidad.
Cinco años después de la publicación de El domicilio conyugal se logró la reforma de 66 artículos del Código Civil, el 24 de abril de 1958, conocida, en su honor, como “la Reformica”, pues así quiso que fuese el abogado Antonio Garrigues, por pura admiración.
Se trató de la primera reforma efectuada en este cuerpo legal, de forma tan extensa, para incluir derechos a las mujeres desde su promulgación en 1889, y que, igualmente, afectó a otros cuerpos legales como el Código de Comercio, Ley Procesal y Código Penal. Sin duda, significó un gran avance en materia de igualdad y sirvió para que la población femenina fuese consciente del lamentable estado en el que se encontraba en las leyes, muy a pesar de los órganos de poder.
Se suprimió, entre otras cosas, el depósito de la mujer casada en trance de separación, vigente desde siempre en las leyes españolas, y la casa, que era considerada “del marido”, pasó a ser el “domicilio de la familia”, por lo que los jueces podían determinar cuál de los dos cónyuges podía quedarse en ella tras una ruptura, atendiendo a las necesidades de los hijos. Antes de 1958, la mujer, en todo caso, era obligada a abandonar el domicilio para ser “depositada” en casa ajena, bajo la vigilancia de un “depositario” concertado por el marido, aunque este fuese un maltratador, y alejada de parte de los hijos, hasta finalizar el proceso que, con apelaciones, podía durar entre siete y nueve años.
Formica reclamó la eliminación de otros preceptos legales que atentaban contra la dignidad de la mujer, como el tratamiento discriminatorio de la mujer adúltera frente al hombre adúltero en el Código Penal.
Con esta reforma, comenzaron a abrirse las puertas y se allanó el terreno para llevar a cabo posteriores cambios legales, como los efectuados en 1975, cuando se eliminó la “licencia marital”, que también apoyó Formica, aunque el mérito se le debe a María Telo, otra abogada de la igualdad. Todo suma en un mismo camino.
En los últimos años del franquismo cultivó la biografía: escribió la de María Ana y María de Mendoza, hija y amante, respectivamente, de Juan de Austria. Fue la novela La hija de Don Juan de Austria: Ana de Jesús en el proceso al pastelero de Madrigal, publicada en Revista de Occidente con prólogo de Julio Caro Baroja, que le valió en 1975 el Premio Fastenrath de la Real Academia Española. La obra fue recibida por la crítica internacional como una definitiva aportación al estudio del siglo XVI español y fue objeto de polémica en 1985 entre Formica y Antonio Gala, a quien acusó de plagio, por un relato para el programa de televisión Paisaje con figuras.
Muy interesantes son sus Memorias que abarcan unos años cruciales de la historia de España (1931-1947); comprenden dos partes, la primera lleva por título Visto y vivido, y, la segunda, Escucho el silencio.
En 2013 con motivo de la reedición de sus memorias Luís Antonio de Villena escribió:
«Es una escritora notable (historiadora o novelista) que se quedó, como tantos, sin su España. Ella pertenece también a esa soñada y querida "tercera España" –la de Juan Ramón o Cernuda– que no terminamos de ver llegar. Sí, Mercedes Formica no era para nada (bastaba su libertad al oírle hablar para comprobarlo) una señora del Régimen. Pero –hay que decirlo– tampoco abandonó el paraguas de la derecha para cruzar la calle, por lo menos a la mitad. Era simpática, abierta, culta, libre, criticaba a la Iglesia y a Franco, pero se quedó sin cruzar. Merece el rescate. Decía: "El sueño no pudo ser". Era verdad».
Mercedes Formica falleció en el año 2002.
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