SEMBLANZAS

El catedrático Alfredo Mendizábal Villalba

Pensaba Mendizábal que los nuevos dirigentes políticos tenían que buscar el bien de todo el pueblo español. Conoció también a José Antonio Primo de Rivera. Fue en Madrid donde ambos participaban en el Congreso Internacional de Ciencias Administrativas.

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El catedrático Alfredo Mendizábal Villalba

El catedrático Alfredo Mendizábal Villalba


Nació en Zaragoza el 2 de abril de 1897. Terminados sus estudios de bachiller ingresó en Derecho, finalizando la carrera con premio extraordinario. Después ganó la oposición de técnico del Ministerio de la Gobernación y trabaja en su tesis sobre Derecho Internacional, con la que se doctora en 1919. Sin embargo, su primer trabajo publicado es un estudio sobre la concepción tomista de la justicia, con el que obtiene un premio que sobre el pensamiento del dominico Santo Tomás de Aquino, había organizado la Universidad de Salamanca en el centenario de su canonización. Al año siguiente comienza a aspirar a cátedra y obtiene en la Universidad de Oviedo la de Derecho Natural.

Pasando el tiempo, el general Miguel Primo de Rivera, ya convertido en dictador, tuvo graves problemas con la Universidad española. La de Oviedo fue de las primeras que luchó contra la dictadura elevando una carta pública que, al parecer, estuvo firmada por todo el claustro y cuyo autor se cree que fue el propio Mendizábal.

Con  la instauración de la República, milita en la Derecha Liberal Republicana de Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura, que representó al republicanismo conservador en el Pacto de San Sebastián celebrado el 17 de agosto de 1930. Su entrada en política no quiere decir que abandonara su actividad intelectual, sino todo lo contrario pues sus ideas comenzó a aplicarlas en aquellos tiempos.

Pensaba, como es lógico, que los nuevos dirigentes políticos tenían que buscar el bien de todo el pueblo español, algo que al final, como sabemos, no consiguieron por culpa de todos. Arremete contra el fascismo y hace una llamada para que no se creyera en esa corriente política ya que fascismo y catolicismo eran conceptos distintos. Para él, si el fascismo era rechazable, también lo era el comunismo. Éste era una utopía dolorosa que se quería poner en práctica a costa del sufrimiento de millones de seres humanos, aunque para Mendizábal la crítica del comunismo al capitalismo podía ser, en parte, aceptada por un cristiano.

Alfredo Mendizábal era un pacifista, que ya en su tesis doctoral lo había demostrado. Era también un jurista que sabía que el Derecho ejercía el monopolio de la fuerza con el objeto de que la violencia no surgiera indiscriminadamente. Cuando en junio de 1936 fue propuesto al Ministerio de Instrucción Pública ya tenía pensado, para ampliar sus estudios, ir al extranjero. Efectivamente, se marcha ese mes, lo que quiere decir que el comienzo de la Guerra Civil lo coge fuera de España. Por indicación de su propia familia se queda lejos de su patria.

En una carta que recibe de su madre ésta le aconseja que no volviera «mientras no me llamase». Por esta razón permanece en Francia se entera del injusto fusilamiento, por parte de los nacionales, del rector de la Universidad de Oviedo, Leopoldo García Alas que ningún mal había hecho: «¿De qué se acusaba a aquel pacífico profesor de Derecho Civil?», pregunta un día.

También le confirman la muerte de quien fue rector de la misma Universidad Jesús Arias de Velasco, que sufrió martirio y que antes de ser asesinado vio cómo los rojos, los que en octubre 1934 ya habían quemado la Universidad ovetense, mataban a su hijo y a su hija. Igualmente se entera de la muerte de Francisco Beceña González catedrático de Derecho Procesal, asesinado por los revolucionarios, y cuyos despojos humanos su triste hermana no ha podido sepultar jamás cristianamente porque yacen perdidos en la cumbre de alguna de las montañas de Asturias.

Mendizábal conoció también a José Antonio Primo de Rivera. Fue en Madrid donde ambos participaban en el Congreso Internacional de Ciencias Administrativas. De él dice:

«En una de las sesiones vino a sentarse ami lado y un amigo común nos presentó. A pesar del resentimiento producido en mí por la hostilidad de su padre a todo lo que fuera universitario, traté de mostrarme cortés, más lo que al principio no era sino actitud un tanto forzada se trocó al cabo de unos minutos de charla en una viva simpatía hacia la persona. Era un muchacho de excelentes modales y educación, discreto y modesto, inteligente y hábil conversador, de espíritu abierto con matices de ironía y poesía. Nada parecía entonces en él presagiar al que había de ser en 1933 fundador de la Falange y mantenedor de la dialéctica de los puños y las pistolas».

Aquí se equivoca Mendizábal porque parece mentira para un pensador católico de su categoría que, como si fuera un prestidigitador, silencie parte de la frase que pronunció José Antonio, además de olvidarse de tantas otras que dijo en su corta vida política. Por ejemplo: de su testamento del Eugenio d’Ors, escribió:

«Entre los españoles y doquiera se hable o lea el castellano, el testamento de José Antonio está ya destinado y para siempre a ser ―tal es su calidad literaria― una página de antología. Pero, más que nunca en el momento presente, resulta de un valor soberano su lección moral. Su lección templada, posibilista, ecuánime. Que siendo tan cristiana, diríamos horaciana y, siendo admirablemente estoica, juzgaríamos espiritual y exactamente epicúrea. Epicúrea, digo, en la ortodoxia del verdadero Epicuro, maestro en la jerarquizada disciplina de los valores».

Vivió Mendizábal en varios países, principalmente EE.UU., donde ejerció de profesor en la New School for Social Research. Trabajó después para la Organización de Naciones Unidas volviendo a Europa hacia 1953 y estableciendo su residencia en Francia. No se sabe, en ese tiempo, cuántas veces visitó España, pero sabemos que, olvidado por casi todos sus antiguos amigos, regresa a su patria sobre el año 1980, y el 5 de abril, del siguiente año, muere en Almería.




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