SEMBLANZAS

Manuel Portela Valladares

Un hombre que dejó escrito que le ligaba a José Antonio Primo de Rivera la misma finalidad e igual intención, aunque no coincidían en las soluciones. Portela ofreció a José Antonio la cartera de Agricultura. Tiempo después el fundador de Falange le había reservado el ministerio de Gobernación.

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Manuel Portela Valladares

Portela Valladares y su deseo de nombrar ministro a José Antonio.


Manuel Portela Valladares que llegó a ser presidente de Gobierno durante la Segunda República, nació en la ciudad de Pontevedra el 31 de mayo de 1867.  A la temprana edad de diez años, nuestro personaje quedó sin padre y fue prohijado por el progresista José Vilas García que ocupó la alcaldía de Pontevedra. Estaba casado, con Juana, hermana del padre de nuestro político, y, desde el primer momento, apoyándose en sus virtudes, como buen estudiante que era, se volcaron en él; y aunque el matrimonio nada tenía de religioso, optaron por enviar a su sobrino a estudiar en un colegio dirigido por los padres jesuitas. Con ellos fraguó su fuerza de voluntad, verdadero motor ideológico del temprano lector de Nietzsche. También en el colegió se formó, por curiosa contradicción, el librepensador y el anticlerical de años venideros, aunque su tío tuvo que ver mucho en la educación de su sobrino.

Terminado el bachiller, comenzó los estudios de Derecho en Santiago de Compostela, teniendo como condiscípulos a Valle-Inclán, Vázquez de Mella, González-Besada, etc. En este tiempo falleció su tío que le dejó una buena fortuna. Su tía Juana volvió a casarse. Su nuevo marido era Ramón Mucientes, diputado provincial, y fue a través de éste cuando llega a colaborar en El Diario de Pontevedra y más tarde también en el diario La Concordia de Vigo. Sin embargo su profesión de abogado no la abandona y como tal ejerce, aunque le gustaba más la vida cómoda y, en alguna ocasión, su tertulia literaria acompañado de Valle-Inclán, De todas las maneras, como profesional de la abogacía llegó a tener cierto prestigio, logrando, incluso, ser juez municipal de Pontevedra muy joven, pero por poco tiempo porque dándose cuenta de que sus aspiraciones de todo orden no estaban en su ciudad natal, decide preparar oposiciones al Cuerpo de Registradores de la Propiedad que consigue con el número dos de la promoción en el año 1899. Tampoco sería su profesión definitiva porque pronto pide la excedencia y coge otras ocupaciones como ser director de una enciclopedia jurídica y que, a través de ella, tuvo el primer trato con quien llegó a ser presidente de la Segunda República, Niceto Alcalá-Zamora.

Muy amigo del también gallego, José Canalejas, nombrado, para presidir el Consejo de Ministros en febrero de 1910, Portela Valladares, en el mes octubre siguiente, recibe el nombramiento de gobernador civil de Barcelona y le toca apagar las últimas brasas de la famosa Semana Trágica. También tuvo que enfrentarse a las dos fuerzas políticas con más arraigo en Cataluña: los radicales de Alejando Lerroux y los catalanistas de Francisco Cambó. Durante su estancia en Cataluña conoció a Clotilde Puig de Abaria de Mir, condesa de Brías, con la que llegó a casarse más tarde. Cumplida su misión en la Ciudad Condal, Canalejas lo sitúa en la Fiscalía del Tribunal Supremo, pero el asesinato de aquél, en noviembre de 1912, lo dejan al margen de todas las facciones que controlaban el Partido Liberal. Es decir, queda en paro forzoso durante un largo tiempo.

Pero en Barcelona coincidió con el general Primo de Rivera a quien ya conocía y con el que tuvo buena relación, aunque su presencia en esa ciudad duró muy poco tiempo porque fue nombrado ministro de Fomento, tomando posesión el 2 de septiembre de 1923. Poco estuvo en su nuevo cargo ya que pronto vino el pronunciamiento del general Primo de Rivera a pesar de que el presidente del Consejo de Ministros, Manuel García Prieto, envió a Barcelona a Portela Valladares con el objetivo de intentar parar el golpe dados sus conocimientos no solamente de Barcelona, en donde contaba con buenos amigos, sino también su amistad con el general. Pero todo fue en vano porque Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, se sublevó el 13  de septiembre de 1923. El golpe contó inmediatamente con la comprensión y el apoyo de Alfonso XIII. Los sublevados declararon el estado de guerra, la suspensión de las garantías constitucionales y la disolución de las Cortes. El régimen de la Constitución de 1876 era sustituido en medio de la indiferencia popular, y sin apenas resistencia, por una dictadura militar.

Terminada la dictadura con el almirante Juan Bautista Aznar que había sucedido al general Dámaso Berenguer y éste al general Primo de Rivera, llegó el 14 de abril de 1931 la Segunda República de la mano de unas elecciones municipales que además no ganaron los republicanos, pero el pucherazo ya estaba dado, y el rey y toda su familia, salieron de España. Portela Valladares puso entonces, a disposición de los nuevos amos del poder, el periódico El Pueblo Gallego. Sin embargo, a pesar de la buena voluntad de algunos, poco duró en aquella República el semblante de atractiva civilidad y mutua confianza.

Por eso escribió: «Escasos fueron los que concibieron el nuevo orden con esta amplitud generosa y asentada. La palabra convivencia que declaré esencial para la nueva construcción, no fue ni estimada ni entendida (a última hora se acuerdan de ella, con ánimo de retorcerle el pescuezo en cuanto puedan). Desde los primeros días, quienes por hallarse en la izquierda estaban más obligados a practicar la democracia, echaron por el camino de las exclusividades y de las exclusiones, con avideces dictatoriales en el fondo del pensamiento: una minoría actuante y armada a ser posible con desgarros demagógicos, fue la camisa de moda. ¿Para qué? ¿Con qué finalidad o por cuál necesidad?». [1]

Apenas comenzada la Segunda República, que tantos añoran ahora, vino la quema de los conventos. Era ministro de Gobernación Miguel Maura que dimitiría en octubre por no estar de acuerdo con el artículo 26 de la Constitución que decía: «Todas las confesiones serán consideradas como asociaciones sometidas a una ley especial. El Estado, las regiones, las provincias y los municipios no mantendrán, favorecerán, ni auxiliarán económicamente a las iglesias, asociaciones e instituciones religiosas».

Pararon los incendios, más la desconfianza se extendió por toda España y la recién nacida, en la que tantos habían puesto sus esperanzas, sufría por primera vez una grave herida que jamás cicatrizaría del todo porque después vino lo de Casas Viejas, el golpe que intentó el general Sanjurjo, los sangrientos sucesos de octubre de 1934, que dejaron a la ciudad de Oviedo totalmente devastada, y el asesinato de varios religiosos y civiles que nada tenían que ver con las reivindicaciones que pedían los revolucionarios. En Cataluña Lluís Companys proclamaba el Estado Catalán.

Manuel Portela Valladares, entre el general Batet y el coronel Francisco Jiménez Arenas, en la toma de posesión como gobernador general de Cataluña.En su toma de posesión como gobernador general de Cataluña, entre el general Batet y el coronel Francisco Jiménez Arenas >

Así estaba el panorama español cuando Portela recibe una llamada de un ministro de Alejando Lerroux, Juan José Rocha, para que se personara en Madrid lo más pronto posible. La llamada no le gustó nada porque sospechaba que era para ofrecerle un cargo que para nada le apetecía. Efectivamente, el cargo era el de gobernador general de Cataluña que acababa de ser creado. Terminó aceptándolo a ruego del presidente Lerroux y a principios de 1935 tomó posesión de él, para gobernar a su manera y con su propio significado. Ambas cosas le dieron resultado porque cuando creía que le había llegado la paz y el orden se encontró con la propuesta para ser nombrado ministro de Gobernación. No quería separarse de su obra en Cataluña, pero así se lo pidieron el presidente de Gobierno Lerroux y el de la República Alcalá-Zamora. Sin embargo la vida de los políticos estaba expuesta a todos los vientos y Lerroux se vio envuelto en un escándalo de corrupción que no tuvo más remedio que dimitir y con él todo su Gobierno. Era el mes de septiembre de 1935.

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Primera reunión del segundo Gobierno de Manuel Portela Valladares (1868-1952)

Después tomó el relevo Joaquín Chapaprieta, pero esos mismos vientos se lo llevaron en muy pocos días porque el presidente de la República encarga a Portela, en diciembre, forme un nuevo Gobierno que debería disolver las Cortes y convocar elecciones. Lo primero que hace es pedir concurso a algunos políticos, incluso a Gil Robles y al propio Miguel Maura, aunque nada le concedieron. Es en este periodo de tiempo cuando el biógrafo de José Antonio, Ximénez de Sandoval, dice que Portela ofreció a José Antonio Primo de Rivera la cartera de Agricultura: «No hizo el ofrecimiento de manera directa al jefe del Nacionalsindicalismo, dando descontada su rotunda negativa. Encargó a persona de su amistad personal, aunque no política, unida a José Antonio por lazos de afecto y simpatía intelectual» [2].  Dice Sandoval, a continuación, que este ofrecimiento se lo contó Eduardo Aunós, que fue ministro con Miguel Primo de Rivera y después lo sería de Justicia con Franco.

En febrero de 1936 tienen lugar las elecciones y Portela hizo cuanto pudo porque José Antonio obtuviese el acta por Cádiz, ya que consideraba su presencia en el Congreso de gran interés político, pero el fundador de Falange no consiguió el escaño y por eso el todavía presidente del Consejo de Ministros escribiría después:

«Mas ¡qué diferente habría sido la política española si se hubiese sentado en el Congreso! No habría secundado los ataques corrosivos y demagógicos de Calvo Sotelo; cambiaría con rumbo propio; no habría sido detenido arbitrariamente, y no habría sufrido la prisión y la sentencia de muerte. No se avendría nunca a ser plegadizo portavoz de la rebelión militar, si es que ésta llegaba a producirse, y pondría su pensamiento en aquella altura en que lo situó su testamento político de buscar igual que yo una conciliación entre las dos Españas, una colaboración ministerial con republicanos probados». [3]   

Tras el triunfo del Frente Popular dimite, aunque José Antonio Primo de Rivera trata de evitarlo, según nos cuenta el secretario de Falange, Raimundo Fernández-Cuesta, quien por encargo de aquél, que sentía gran simpatía por Portela, va a visitarlo al Hotel Palace, donde se hospedaba, con el ánimo de convencerle que no dimitiera e hiciera frente a la situación:

«Era ya de noche nos dice Fernández-Cuesta⎼ y al anunciarme me hizo subir a la 'suite', donde se alojaba, recibiéndome vestido con un batín, pues se había levantado de la cama, en la que pude ver a su esposa que llevaba el pelo recogido con bigudíes. Le expuse el encargo que traía y me contestó expresara su gratitud a José Antonio por el consejo, pero era ya del todo inútil, pues el pueblo, enardecido por el triunfo, estaba en la calle y quería un cambio de Gobierno. Sobre un velador había un cubo con hielo, dentro del cual se enfriaba una botella de champagne, de lo que me ofreció una copa. La rechacé y abandoné el hotel en el estado de ánimo que es de suponer»[4]

También Gil Robles le pidió que continuara en el Gobierno y para ello le ofreció todo su apoyo, pero le contestó que no, que había recibido la misión de presidir unas elecciones con el objeto de lograr unas Cortes donde el grupo Centro sirviese de equilibrio a las dos opuestas tendencias, pero como el Frente Popular no necesitaba auxilio de ningún otro grupo para formar mayoría en el Congreso, daba entonces por concluida su misión. Insistió Gil Robles al mismo tiempo que le preguntaba su juicio sobre el porvenir de España. El todavía presidente, que se encontraba resueltamente pesimista, le contestó: .«Lo más probable, según muchas veces he anunciado al país, es que nos encontramos en vísperas de una nueva guerra civil» [5]. Sin embargo, Gil Robles en su libro No fue posible la paz, nada nos dice de esta conversación mantenida por ambos políticos, aunque Portela vuelve a insistir que se produjo porque cuando fue a visitar al presidente de la República, Alcalá-Zamora no le contó, dice, el encuentro con Gil Robles porque constitucionalmente no tenía ninguna obligación. Tampoco terminaron aquí las visitas que recibió en aquellos días. Nos habla que en su despacho de la Presidencia del Consejo recibió al general Franco con quien nunca había tenido contacto alguno, sólo referencias sobre sus destacadas actuaciones, tanto en Marruecos como al frente de la Academia Militar.

A quien llamó, el todavía primer ministro, fue a José Antonio Primo de Rivera, nos dice el biógrafo de éste, Gil Pecharromán. Al día siguiente de las elecciones se había producido una manifestación sindicalista pidiendo la liberación de los presos políticos. Portela advirtió al fundador de Falange que le haría responsable de cuantos desórdenes pudieran provocar sus hombres, y le aconsejó: «Hay que saber perder y tener serenidad». José Antonio que apreciaba al viejo liberal, le contesto:

«Nosotros no intervenimos en este pleito. Serán otras gentes las que provoquen los desórdenes. Nosotros no nos hemos salido de la ley». A la salida del Ministerio realizó unas breves declaraciones a algunos periodistas: «Ha sucedido lo que yo esperaba y lo que no podía menos de suceder después de los dos años de política lamentable que han venido realizando los gobiernos anteriores». Ironizó luego sobre el colosal cartel con la efigie de Gil-Robles y el lema: «¡A por los trescientos!», que había presidido la Puerta del Sol durante la campaña electoral. Según la versión del diario republicano La Voz, afirmó que hubiera debido permanecer en su sitio «para que hubiera servido de escarnio y vergüenza ante España y lo hubieran quemado las multitudes» [6].  

Al leer lo publicado por La Voz el 18 de febrero, José Antonio dirige la siguiente carta al director del diario:

«Muy distinguido señor mío: Ya que La Voz tiene la amabilidad de referirse anoche a algunas palabras mías, le agradeceré me permita precisar con unas pocas mías de lo que le dije. Al hablar del enorme retrato del Sr. Gil-Robles en la puerta del Sol lo hice con un ligero tono irónico incompatible con la expresión de deseos de incendio y ejemplaridad multitudinaria. Los que me conocen que soy poco inclinado a las invitaciones demasiado solemnes. Aparte de que, en este caso, el tema de la conversación (aquel triste biombo con la cara del que fue “a por los trescientos”) no era para invocar la cólera del cielo, ni siquiera la de las turbas, ¿no le parece? Con gracias anticipadas por la publicación de estas líneas, se reitera suyo afectísimo seguro servido que estrecha su mano». José Antonio Primo de Rivera[7] 

El día 19 se reunión el Consejo de Ministros y Portela dio cuenta de la grave situación del orden público y sin exponer su propio parecer solicitó el de los ministros. Todos, sin excepción estimaron que se debía presentar la dimisión. Decidida ésta, se dirigió al palacio presidencial, pero antes entró en el Ministerio de Gobernación para conocerlos últimos acontecimientos sobre el orden púbico. Allí se encontró con el general Franco que le volvió a insistir para que no presentara la dimisión. Nada le hizo cambiar de opinión y a última hora de la mañana era recibido por Alcalá-Zamora a quien la expuso la situación creada en el orden público y en el orden político. «El 18 hubo que declarar el estado de guerra en las provincias de Valencia y Zaragoza» [8]. De nada sirvió, pues, la insistencia del presidente de la República para que cada uno debiera continuar en sus puestos porque la resolución de dimitir ya estaba tomada.

Alcalá-Zamora lo interpretó como una fuga y deserción, tras las elecciones y «esa disolución y el Gobierno Portela fueron los prólogos inmediatos de mi cese en la presidencia. Después sólo hubo el periodo corto y desleal en que el Gobierno Azaña preparó los golpes de Estado parlamentarios de abril y la enormidad anticonstitucional de mi destitución» [9].  Mientras tanto «en la calle seguían los desórdenes, las luchas, huelgas, atentados en toda España, infamias como la de los “caramelos envenenados”. Y no sólo hay encuentros violentos entre el Gobierno y la oposición parlamentaria sino que también se producen éstos en el seno del Partido Socialista, donde Araquistain abofeteaba a Zugazagoitia, una de las personalidades más respetables del partido[10]

En su calidad de diputado encabeza el grupo centrista de la Cámara. Su última intervención se produce a raíz del asesinato de Calvo Sotelo. Por otro lado, su política era de pacificación y concordia. El alzamiento militar lo coge en Barcelona, desde donde marcha a Francia con su mujer, declaradamente franquista, de la que se separaría muy pronto. Él no lo era, pero escribe a Franco el 8 de octubre de 1936 expresándole su adhesión «y hacía cordiales votos por su victoria, sustentando y poniendo delante que la legitimidad era la República y que aquel Gobierno tenía todos los títulos para representar la legitimidad» [11]. Vive en París, pero se acerca a las Cortes de Valencia donde expuso su parecer acerca de las orientaciones que dentro y fuera debían seguirse para llegar a la victoria. Después se trasladó a Barcelona donde forma parte de la Comisión de las Cortes republicanas, incluso Negrín le ofrece la cartera de Gobernación que acepta, pero nunca llegó a consumarse.

El final de la guerra civil lo alcanza en París donde le toca vivir las primeras horas de la Segunda Guerra Mundial. Marcha a Marsella y por encargo de Negrín es fideicomisario y presidente del trust que administra los bienes del Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles. En España se le incautan todos sus bienes y es pedida su extradición en dos ocasiones por delitos económicos. Terminada la contienda mundial de nuevo comienza su actividad política adhiriéndose al Consello de Galiza que presidía Alfonso Rodríguez Castelao, su máximo impulsor.

El 29 de abril de 1952 fallece, en la pequeña localidad francesa de Bandol, Manuel Portela Valladares, un hombre que dejó escrito que le ligaba a José Antonio Primo de Rivera la misma finalidad e igual intención, aunque no coincidían en las soluciones, y a quien el fundador de Falange le había reservado el ministerio de Gobernación en aquella lista de su proyectado Gobierno y que antes comenzaba pidiendo «amnistía general».

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Manuel Portela Valladares, presidente del Gobierno, habla al país desde el Ministerio de Gobernación, la víspera de la elecciones generales de febrero de 1936 (EFE)


[1Ibid., págs. 124-125,

[2] XIMÉNEZ DE SANDOVAL, FELIPE: José Antonio (Biografía apasionada) Fuerza Nueva. Madrid, 1974, pág. 411.

[3] PORTELA VALLADARES, MANUEL: Op. cit., págs.. 165-166.

[4] FERNÁNDEZ-CUESTA, RAIMUNDO: Testimonio, recuerdos y reflexiones. Dyrsa. Madrid, 1985, pág. 55.

[5] PORTELA VALLADARES, MANUEL: Op. cit., pág. 176.

[6] GIL PECHARROMÁN, JULIO: Retrato de un visionario. José Antonio Primo de Rivera. Temas de hoy. Madrid, 1996, pág. 432.

[7] PRIMO DE RIVERA, JOSÉ ANTONIO: Obras Completas.. Plataforma 2003, tomo II, Madrid, 2007, pág. 1397.

[8] MARTÍNEZ BARRIO, DIEGO: MemoriasPlaneta. Barcelona, 1983, pág. 306.

[9] ALCALÁ-ZAMORA, NICETO: Memorias. Planeta. Barcelona, 1977, pág. 535.

[10] SERRANO SUÑER, RAMÓN: Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue. Planeta. Barcelona, 1977, pág. 117.

[11] PORTELA VALLADARES, MANUEL: Op. cit., pág. 258.