SEMBLANZAS

La política esencial de Tomás Borrás

Cualquier semblanza de Tomás Borrás quedaría incompleta por no decir falseada si en ella no se incluye fundamentalmente, con claridad y precisión, sin rodeos, su actitud plena ante el mundo, su esencial condición política y en concreto, su modo de ser falangista.


Leído por encargo (aspecto político) en la sesión necrológica dedicada a Tomás Borrás (Madrid, 10 de febrero de 1891 - 26 de agosto de 1976). En la Casa de la Villa, el 7 de octubre de 1976.
Nota.- 
Artículo recuperado de septiembre de 2020.

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La política esencial de Tomás Borrás

La política esencial de Tomás Borrás


En el arte flamenco, al que Tomás no es ajeno, se distingue entre el cantaor corto y el cantaor largo. En esta misma tesitura, cabe distinguir el escritor largo del escritor corto.

Al margen del estilo, por vena y repertorio, Tomás pertenece sin duda a la cepa de los escritores largos: madrileño esencial y, por lo tanto, integrador de universos, Tomás es un escri­tor copioso y total, como el gran maestro Ramón, de la raza literaria en la que nunca se sabe si la literatura inunda la vida o la vida inunda a la literatura.

En Tomás esto no ocurre de un modo formal como ocurre en los escritores cuidadosos y especialistas, que hacen oficio, espectáculo y vida de la literatura, sino de un modo pleno, embravecido sin limites ni precauciones, porque Tomás de la vida hace litera­rio menester hasta las últimas consecuencias.

Desde tal premisa hay que entender la actitud literaria y la actitud vital de Tomás como una sola actitud en la que escribir no es una dedicación de la vida sino la vida misma con una sinceridad agónica y finalista.

No cabe hablar pues, aunque por necesidades dialécticas lo tengamos que hacer, de esta o aquella otra faceta de Tomás (de Tomás escritor o de Tomás político, por ejemplo) sin romper la unidad del hombre que se niega, como Tomás, a fragmentarse en dobles vidas o partidos de si mismo.

Por eso cualquier semblanza de Tomás quedaría incompleta por no decir falseada si en ella no se incluye fundamentalmente, con claridad y precisión, sin rodeos, su actitud plena ante el mundo, su esencial condición política y en concreto, su modo de ser falangista.

Ahora bien; decir que Tomás es (me estoy resistiendo al terrible pretérito), que Tomás es falangista puede ser un simplismo para pasto de la irracionalidad, la manipulación o la iniquidad con que se viene juzgando a los que mueren bajo una bandera.

Mis reflexiones me han llevado hace tiempo a establecer para uso personal que en el hombre preocupado dominan, sucesivamente, como procesión general, o permanentemente, como vocación singu­lar, tres actitudes. A saber: la política, la ética y la teológica aliviadas claro está, de sus sentidos más directos y prácticos.

La política como arreglo o salvación del mundo es una actitud emocional, es una pura pasión de juventud que se caracteriza fundamentalmente por su dogmatismo (Mi, verdad, tu verdad, de Machado) que no sólo afecta sino que incluso domina más vehementemente, como estamos viendo, a quienes por definición se declaran antidogmáticos.

A la juvenil actitud política, básicamente declarativa, sigue la actitud ética, arreglo o salvación del hombre, en la que las declaraciones importan menos que las conductas. No lo que tú dices sino lo que tú haces.

Poniendo las obras por encima de las palabras, en esta breve glosa de pie forzado he rechazado la tentación de utilizar cualquiera de las muchas, tenaces, comprometidas, periodísticas declaraciones de Tomás, imprudente idealista.

La actitud ética (como en la literatura, la novela) es producto de madurez, de experiencia. Desde su inexperiencia la juventud siempre (ese es su deber) quiere arreglar el mundo. Cuando llega el relevo tras esta fatigosa pérdida de la juventud (diríase que el mundo también cumple como un deber la resistencia al arreglo), otros jóvenes sustituyen a los anteriores y se hacen cargo de la pasión por el mundo, en tanto que el veterano se serena y empieza a interesarse por los hombres, uno a uno.

Ejemplo inmediato de actitud, ética, entre otros escándalos coetáneos, es el de Ramón J. Sender, despreciado por ético desde la política (Ya no nos sirve el viejo anarquista) mientras se jalea al profesor que hace bodrios ético-políticos o al clérigo que los hace político-teologales.

Y finalmente, la actitud teológica, suprema sinceridad, actitud no de juventud ni de madurez sino de conclusión, en la que ya no se trata de arreglar o salvar al mundo, de arreglar o salvar al hombre, sino de arreglarse o salvarse uno mismo en el misterio de la trascendencia.

Pienso que ésta actitud, de conclusión la ha visto lúcidamente un hombre (como Tomás, pobre y angelical), Emiliano Aguado, cuando en su libro La República: último disfraz de la restauración, al diagnosticar el fenómeno del laicismo republicano, interpreta con toda seriedad el hecho de que hombres como Azaña, Lerroux y Companys buscaran en su final el cobijo de la Iglesia.

Pues bien; he llegado a donde quería llegar. En Tomás, este Tomás que creyó en lo que no vio creyendo en lo que veía, se dan en plenitud vital y literaria aquellas tres actitudes: joven políticamente, como flecha virginal hasta su muerte; maduro éticamente en su conducta que casi podría calificarse de antipolítica; definitivamente teológico con la conciencia de su integración en una armonía universal.

El mismo, siempre fiel a su intransitiva retórica, lo confirma en uno de, sus cuantiosos libros madrileños (Hístorillas de Madrid y cosas en su punto, 1968):

«Un falangista –dice Tomás– no es un producto: es una sensibilidad... de ahí el valor humanístico de los falangistas... por encima de lo que sus ideas y sus manos logran».

De Tomás no se puede decir esquemáticamente que sea un falangista emocional. Lo es, por supuesto; pero quien ha escrito las ochocientas páginas de su Ramiro Ledesma Ramos conoce seriamente la materia y puede reconocer en consecuencia todos los apriorismos, ignorancias, deformaciones y falsificaciones de que ha sido objeto la verdadera Falange, todavía por descubrir, todavía dramáticamente oculta.

Tomás, que ¿cómo no? escribe para el Instituto de Estudios Madrileños el itinerario de El Madrid de José Antonio, tiene que compartir liberalmente el análisis que Emiliano Aguado, en la depuración ética de su madurez, ha dedicado al jefe nacional de la Falange, elegido en 1934 para tres años y precisamente por la mitad más uno de los votos del primer Consejo Nacional.

«Leyendo sus discursos y sus escritos con poca atención –escribe Emiliano en su República parecen debeladores de la libertad y de la democracia; pero, si se leen con calma, se echa pronto de ver que, más que acusaciones, lo que hace José Antonio es lamentarse de que ciertas cosas, como la libertad y las reformas sociales, no puedan tomarse en serio en una sociedad convulsa en que nadie respeta las decisiones del sufragio ni el orden necesario para gobernar de manera eficaz y para vivir tomando el sol».

Y todo ello, en Tomás, desde una actitud, desde una conducta, desde una personalidad eminentemente ética que ahí está cara a su añoranza del Paraíso, del Paraíso perdido para los desterrados de la Felicidad.

Estoy repitiendo sus palabras. Al pie de la letra, en la página 210 de aquellas Historíllas, tras haber confesado en la página anterior su espíritu cristiano, Tomás escribe esto:

«A mi modo de ver, en el falangista alienta un humanismo cordial, un sentido de orientación de lo permanente sobre lo humano, una savia nativa teológica que en él no se seca».

Esta es, para mí, la política esencial de Tomás Borrás. Me temo, sin embargo, que no falte el listo ignorante o el tonto ilustrado que diga sentenciosamente: era un fascista.




Para saber más de Tomás Borrás: 

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