SEMBLANZAS

Antes de Ionesco fue Mihura

El humor no es simple ingenio, sino una actitud existencial. Miguel Mihura es uno de los representantes más destacados de “la otra Generación del 27”. Maestro y figura seminal del absurdo en el teatro que se adelantó a Eugène Ionesco y a Samuel Beckett, autores a los que se les atribuye las primeras obras de ese estilo.


Publicado en primicia en Sevillainfo el 2/ENE/2020.

Recogido por la revista Gaceta de la FJA de FEB/2021. Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.​​​

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Antes de Ionesco fue Mihura

Antes de Ionesco fue Mihura


En el final del artículo que hace poco le dediqué a Tono, citaba una frase de su amigo Miguel Mihura: “El humor es un género literario al que se suelen dedicar los poetas cuando la poesía no da lo suficiente para vivir bien”.

Quiero hablar de la figura de Mihura, que es el gran genio español del teatro en el pasado siglo e hilando con esa frase suya, lo que él llamaba “vivir bien”, lo llevó no sólo a escribir, sino también a producir y dirigir sus propias obras en la escena.

Obras como Tres sombreros de copa, Ni pobre ni rico, sino todo lo contrarioMaribel y la extraña familia, Mi adorado Juan, Ninette y un señor de Murcia o Ninette, modas de Paris, forman parte de lo mejor del teatro nacional contemporáneo y no solo, con esto ya ser mucho, por la forma en que están escritas esas obras, sino también por la forma personalísima y genial que tenía Mihura de dirigirlas.

Maestro y figura seminal del absurdo en el teatro, su primera obra, la magistral e innovadora, casi experimental, Tres sombreros de copa la escribe en 1932, pero no es hasta veinte años después que logra estrenarla. «Lo inverosímil, lo desorbitado, lo incongruente, lo absurdo, lo arbitrario, la guerra al lugar común y al tópico, el inconformismo, estaban patentes en mi primera obra escrita en 1932», decía el mismo Mihura de su opera prima.

Esa primera obra fue escrita diecisiete años antes que La cantante calva, del franco-rumano Eugène Ionesco. Pero, mientras este pudo estrenarla al año siguiente, Mihura tuvo que esperar veinte para estrenar la suya.

Solo la tradicional ceguera intelectual y la ancestral querencia del español hacia el menosprecio a todo lo patrio, aliadas desde hace décadas con la tendencia nada disimulada a ocultar e invisibilizar todo rasgo de cultura, por brillante que sea, que provenga de un determinado bando, siempre el mismo («El rencor es la caja de caudales de la maldad», pronunció premonitoriamente en alguna ocasión), puede explicar que se cite en todos los libros de texto y semblanzas literarias al propio Ionesco y a Samuel Beckett como padres del teatro del absurdo y se olvide a Miguel Mihura, igual si no superior en talla a ambos insignes escritores. España, siempre España.

Solterón empedernido, tímido y dicen que perezoso y bon vivant (aunque, para ser un vago, era un gandul muy activo), siempre se enfrentó en sus piezas a los tabús nacionales: la hipocresía, la mentira y las falsas apariencias, la represión y la cursilería y, siempre, desde el humor, del que dijo «El humor es una sonrisa bien educada. Una risa que ha ido a colegio de pago» o «El humorista es el gracioso que se las da de fino». Su hermano, Jerónimo Mihura, crítico y director de cine, hizo este retrato suyo en verso humorístico:

Es bueno y es sencillo, es tímido y huraño,
y se gasta fortunas en sales para el baño,
pues por las mañanas no quiere trabajar de ninguna manera
y para disculparse se pasa la mañana metido en la bañera.

Por la tarde, la siesta; la merienda en la cama
pues se acuesta del todo y se pone el pijama
y las seis –más bien las seis y media
empieza el melodrama
si tiene que escribir una comedia.

Inventa mil pretextos para no trabajar:
que le duele la pierna, que no escribe la pluma,
que en Madrid hay mucha gente,
y el ambiente de Madrid, le abruma,
y que encuentra chillona
una butaca que tiene forrada de cretona.

Y entonces se larga a Barcelona
y vuelve a los diez días muy enfadado
porque se ha acatarrado
y han tenido que darle friegas en la espalda
y atiborrarse a pastillas Valda
y, naturalmente, tampoco ha trabajado.

Después de tres viajes,
y con el tiempo justo,
y a base de llevarse un gran disgusto,
se encierra en casa y, refunfuñando
acaba terminando
la comedia en cuestión.

Pero entonces organiza una revolución
porque dice que no le gusta nada la función
y que aquello no debe figurar en el cartel.

Total, que mi hermano Miguel
Es así, y desde luego no tiene solución

Durante la guerra civil se refugió en San Sebastián para salvar la vida. Militó en Falange colaborando activamente con el bando nacional y fundando y dirigiendo la revista humorística La Ametralladora, que servía de instrumento para insuflar ánimos a los combatientes en el frente y donde, al igual que después en La Codorniz, colaboraron una pléyade de falangistas que constituyeron lo mejor de la dramaturgia, el cine y el humor gráfico nacional de aquellos años (Neville, Tono, López Rubio, Álvaro de La Iglesia...).

Fue dibujante, por inspiración de Ramón Gómez de la Serna, en revistas satíricas como GutiérrezBuen Humor Muchas Gracias, periodista (dirigió, además de la citada La Ametralladora, su heredera La Codorniz), guionista de cine (entre otros, escribió el guion de ¡Bienvenido, Mr. Marshall!, en colaboración con García-Berlanga, y ganó ese año, 1953, la medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos, como mejor argumento original), escritor y dramaturgo, muy influido por Enrique Jardiel Poncela.

«Es, antes que nada un poeta», dijo de él su amigo Antonio Mingote.

De su perfeccionismo y seriedad en lo que hacía (lo cual tampoco casa con esa fama de perezoso que el mismo quiso forjar, pienso que más como un disfraz para protegerse o como un guiño de esnobismo al estilo Neville) da muestra una anécdota que recientemente oí relatar a Eduardo Torres Dulce y José Luis Garci en ese gran programa de radio (de cine, pero también de libros, de viajes, de teatro, de música, poesía…) que es Cowboys de medianoche en esRadio.

Relataban como les contó Alfredo Landa que, en el transcurso de las representaciones primeras de Ninette, en el madrileño Teatro de la Comedia, donde este interpretaba el personaje de Armando, y que protagonizó Juanjo Menéndez, luego sustituido por otro actor por el propio Mihura por «querer hacerse el gracioso» en su papel, uno de los personajes secundarios, monsieur Pierre Sánchez, el padre de Ninette, interpretado por el magnífico Rafael López Somoza, recibió una reprimenda severa de Miguel que le recriminó: «Somoza, usted se come la copulativa» al decir su dialogo, lo que negó repetida y orgullosamente el actor. Así que, a partir de ese momento, Somoza, cuando sabía que Mihura estaba en el palco presenciando la función, exageraba de manera llamativa “la copulativa” y así, decía, por ejemplo: «...yyyyy la reforma agraria».

Inspirador de muchos de los mejores dramaturgos posteriores, como el también grandísimo Alfonso Paso o Juan José Alonso Millán, Miguel Mihura sigue siendo, hoy más que nunca, una figura a reivindicar.

Y quiero acabar estas modestas líneas con otra inteligente y certera frase de nuestro autor, que define su personalidad y su teatro, y que es particularmente apropiada para estos tiempos vulgares y zafios que nos ha tocado vivir, y en que tanto se echa en falta la inteligencia, la agudeza, la ironía y la elegancia: «La sensibilidad es el traje de etiqueta del espíritu».

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