OPINIÓN | ECONOMÍA

Tu mundo sin red.

Los que fiaron a la globalización el camino más directo a la «democratización de la economía» o al «empoderamiento del consumidor» se deben quedar mudos cuando se caen sincrónicamente Whatsapp, Twitter y Facebook o la página web del Servicio Público de Empleo. Es mucho más que cuando antes se interrumpían las comunicaciones telefónicas


Publicado en primicia en el digital La Razón (Andalucía) el 22/03/2021. Enviado posteriormente por su autor a La Razón de la ProaRecibir actualizaciones de La Razón de la Proa.

2021-03-25-mundo-sin-red-1w
Tu mundo sin red.

Tu mundo sin red.


Durante unos cuarenta minutos que a muchos debieron parecer eternos, las redes sociales soportadas por Whatsapp, Twitter y Facebook permanecieron «caídas» el pasado día de San José. Lo que para unos fue un fastidio, un drama adolescente o una frívola incomodidad, para otros impidió enviar un documento clave minutos antes de cerrarse la fecha de entrega. Efectivamente, cada vez recibimos o enviamos más documentos a través de Whatsapp. El tiempo del papel y las impresoras parece languidecer de manera que facturas, presupuestos, comprobantes… se reciben por esta aplicación y los almacenamos en la nube. Cuando la red se cae, el impacto sobre decisiones vitales y económicas es tan importante como difícil de medir. En cambio es el momento, puede que efímero, en el que nos damos cuenta de lo vulnerables que somos antes fallas tecnológicas y ante el poder de las corporaciones propietarias de estas herramientas.

El poder mundial de las empresas tecnológicas supera al de muchos países de gran tamaño. Sin ir más lejos, el valor el bolsa de Apple –1,305 billones de euros– ya supera el PIB español. En rigor no son dos variables homogéneas y, por tanto, la comparación es tramposa. La primera es una variable «stock» que mide la riqueza y la segunda es una variable «flujo» que se repite anualmente pero la comparación entre ambos valores nos advierte del poder de las decisiones de una multinacional de esta dimensión.

Esta concentración de poder en manos de grandes corporaciones no era el resultado esperado de un proceso de globalización económica que fue casi unánimemente aplaudido. La globalización debía haber conducido a una distribución del poder económico y de las oportunidades de desarrollo entre países guiada sólo por la eficiencia económica. La concentración de poder es tan lesiva para los intereses de los consumidores que de sus peligros se nos advierte desde los primeros tratados sobre comercio. Los que fiaron a la globalización el camino más directo a la «democratización de la economía» o al «empoderamiento del consumidor» se deben quedar mudos cuando se caen sincrónicamente Whatsapp, Twitter y Facebook o la página web del Servicio Público de Empleo. Es mucho más que cuando antes se interrumpían las comunicaciones telefónicas.

La irrupción de la pandemia de la covid-19 no ha hecho más que agudizar los procesos de concentración económica en diferentes ámbitos. Uno no pequeño es el uso de la capacidad de suministrar vacunas como parte del «poder blando» (en el sentido de Joseph Nye) de naciones poderosas. Es el caso de China que suministra gratuitamente su vacuna anti-covid19 Sinopharm a 53 países. No se conocen las condiciones a cambio de este suministro gratuito pero sí los precedentes de este tipo de actuaciones. Esos precedentes nos llevan a los acuerdos de alimentos, petróleo o minerales a cambio de infraestructuras.

Efectivamente, China ha financiado las prospecciones y luego la explotación de yacimientos a cambio de construir las infraestructuras necesarias y otras de uso civil que cede a los estados cuyas concesiones obtiene. El caso más sobresaliente es el de las concesiones obtenidas en 2008 en la región de Katanga, en plena República Democrática del Congo, para explotar los yacimientos de cobalto sin los que ni nuestros móviles funcionarían ni el tránsito a la electro movilidad serían posibles.

La globalización no ha conducido a la distribución del poder económico mundial, no ha puesto a la economía a salvo de crisis severas –basta recordar la de 2008– y la mundialización de las cadenas de valor no ha mejorado la percepción global de un mayor bienestar. Por eso es normal que buena parte de la población, principalmente los jóvenes y los colectivos «descartados», no muestren afecto alguno a esta globalización.

Al descontento anterior se suman dos aspectos más. El primero es el sesgo ideológico de las corporaciones que administran las redes de comunicación que se «cayeron» el día de San José. Un sesgo sobre los contenidos que, como tal, siempre censura por el mismo ámbito ideológico. La dimisión de la responsable de Twitter en España tras el cierre de la cuenta de Donald Trump ha sido una excepción ante el gran poder corporativo.

El segundo aspecto es la más que probable vuelta a programas nacionales que garanticen la soberanía en cuestiones alimenticias, sanitarias y energéticas. No faltarán quienes encuentren en esto unas prácticas de populismo proteccionista. No es así, son prácticas conocidas que posiblemente sean cada vez más frecuentes. Baste ver la negativa del Gobierno francés a la venta de Carrefour a una multinacional canadiense, la actual pugna entre la UE y el Reino Unido por el reparto de las dosis de la vacuna de AstraZeneca o el papelón que tiene que resolver el Gobierno español a propósito de la OPA lanzada por el fondo australiano IFM sobre la energética Naturgy (antigua Gas Natural). No es populismo. Son reacciones a un fallido proceso de distribución de poder económico. Son reacciones a saberse sin red.