OPINIÓN | ACTUALIDAD

La cocina política española.

La cocina política española es abundante y variada. La derecha está bien representada, el centro también y, aunque con diversidad de colores, la izquierda tiene su protagonismo.

Publicado en primicia en el digital Estrella Digital. Recogido por la revista Desde la Puerta del Sol núm. 485, de 3 de agosto de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.​

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El electorado español ya dispone de la carta con el menú político ante la celebración de próximas convocatorias electorales.
La cocina política española.

La cocina política española.


El electorado español ya dispone de la carta completa del menú político nacional ante la celebración de próximas convocatorias electorales. Hasta ahora la degustación era incompleta y de temporada. Es decir, el abanico de opciones era limitado por la derecha, no así por la izquierda, mucho más variada y colorista, aunque intragable e infumable a mi modo de ver.

La izquierdamás radical que nunca– presenta varias formaciones que se reparten y disputan el pastel colorado o morado, según se mire. El Partido Socialista es la siniestra, a continuación vendrían Más Madrid o como quieran llamarse en el concurso nacional y, finalmente, la extrema izquierda anti todo de Podemos.

Los chefs que preparan los fogones en esas cocinas son a cada cual inspiradores de escasa confianza, al menos para mí. Pedro Sánchez, maestro del engaño y la mentira, representa a los socialistas; Iñigo Errejón capitanea la innovación izquierdista radical camuflada; para terminar Ione Belarra, que es la sobresaliente de la cuadrilla chavista y filocomunista de Podemos.

Las propuestas de este apartado culinario político ya lo conocemos, lo sufrimos y padecemos. La indigestión, el empacho y la náusea es el resultado de tal atracón. No las hacen pasar canutas, nos vemos obligados a aguantar mecha y nos tenemos que resignar a sudar tinta. Lo peor de todo es el acompañamiento que tienen sus platos precocinados, ya de por sí trasnochados y anticuados, que son las salsas y guarniciones, a cada cual peor.

Me explico, nacionalistas, independentistas, regionalistas pintureros, bilduetarras, republicanos, comunistas y demás especies, componen una ensaladilla rusa imposible de digerir. A mí particularmente no solo no me atraen ni su producto, ni su servicio, ni su elaboración y, menos aún, el precio que hay que pagar por tales creaciones culinarias. Paso al siguiente bloque gastronómico.

En el centro de la carta se encuentra Inés Arrimadas que, fiel a su apellido, ha querido innovar flirteando con derecha e izquierda. El resultado de tal coqueteo, mezcla de mar y montaña, es el desierto electoral. Ciudadanos, pese a la tenacidad y persistencia de Edmundo Bal, tendrá que cerrar el negocio por falta de clientela. Desde la marcha de Albert Rivera, aquella deslumbrante y bien atendida cocina se ha convertido en una freiduría de tres al cuarto.

Los inventos naranjas se han agriado y avinagrado con tanto ir y venir, causando enorme hartazgo entre los habituales comensales. Al final uno no sabía si estaba en Estambul tomando un kebab, en Nueva York comiendo una hamburguesa, en China paladeando pato laqueado, en Nápoles degustando una pizza napolitana, o en Valencia saboreando una paella. Todo ello acompañado de calimocho, manzanilla jerezana, cerveza alemana o cola tailandesa.

Como pueden comprobar, un restaurante que ni Alberto Chicote podría reflotar con su programa Pesadilla en la cocina. Sin identidad ni personalidad definida –pese a que se proclaman liberales– no es un plato que se demande en la actualidad. Sin liquidación por reforma, el cierre será el final del sueño centrista, más naranja sanguina que naranja navelina –lo señalo por el color de la primera, más rojo que anaranjado–. El zumo dulce, aromático, atractivo y de fácil paso por el paladar, es más un ácido cítrico amarillento.

También en el centro, mal que les pese a muchos de sus votantes, se encuentran los populares, según las encuestas más populares que nunca. Pablo Casado parece haber encontrado su sitio en la guía de la restauración política. Tras unos inicios poco prometedores, ávido de aprender para después ganar, está despejando el panorama del centro español para su mayor crecimiento. Se ha beneficiado de la inmolación de Ciudadanos, sumando así adeptos, clientes y apoyos a su obra.

Sin embargo, para alcanzar la ansiada y tantas veces soñada estrella Michelín –me refiero a la del Palacio de la Moncloa–, debe plantear una alternativa coherente con su esencia, con su acervo y ascendencia ideológica, no debe olvidar que la clientela que siempre le ha sido fiel es la que disfruta de la comida tradicional, con productos de la tierra española, regada con caldos hispanos, siempre sobrios y potentes. Por la derecha no puede crecer, lo más por el centro derecha, ya que allí hay otra formación que le corta el paso, Vox. El Partido Popular, después de los últimos varapalos en los comicios nacionales, está exultante, alegre, radiante y feliz, esperanzado.

Razones no le faltan, dados los resultados de Madrid, aunque se le atragantó la butifarra catalana y el marmitako vasco. Debe cuidar mucho los condimentos y las especias a utilizar, vigilar las campañas de promoción y marketing publicitario, no olvidarse de una buena preparación, sobre todo si el producto es fresco y de primera calidad, ni puede obviar el fino paladar de sus votantes. Jugar sucio no da réditos electorales, por esta razón debe olvidarse de dar patadas al vecino mientras le reclama su imprescindible consuelo y cariño interesado. ¿Alternativa? Sí, pero nunca en solitario.

La derecha tiene dueño, Vox. Santiago Abascal no tiene complejos, es arriesgado y tiene afán de triunfar. Su poderío dependerá en buena medida de las equivocaciones de su vecino del centro, o del centro derecha. Su menú es atrevido, con fuerte presencia y nada atractivo para las mesnadas de la izquierda, que ya es mucho.

No obstante un dilema se le plantea, si regala sus escaños a los populares, la pregunta es ¿para qué votar a Vox si luego se distrae el sufragio emitido por aquellos cotos populares? No es fácil su decisión, pero debe ser muy consciente de que su existencia debe ser entendida como la consecuencia de la esencia de la que procede.

El ideario voxista es muy distinto del popular, con un perfil muy definido en numerosas cuestiones de relevancia: inmigración; LGTB; memoria histórica; eutanasia; aborto; unidad de España; autonomías y tantísimas otras políticas domésticas y exteriores. La cocina verde, no por ecologista puesto que la caza es preferencial en la carta de Vox, está muy definida y es contundente. No es apta para los que no gusten de una comida copiosa, postre, copa y puro. Es decir, no es vegetariana ni ligth, es rica en calorías, lo cual demanda una digestión cuidadosa y una buena siesta. Todo ello muy español.

Así pues, la cocina política española es abundante y variada. La derecha está bien representada, el centro también y, aunque con diversidad de colores, la izquierda tiene su protagonismo. Las fuerzas de la izquierda suman, aunque sea a costa de engullir lo que se les ponga en el plato. Nunca me he fiado de la tortilla de patata hecha en Venezuela, del gazpacho cubano o de la fabada sandinista. Prefiero pasar y no invitar a mis amigos a que visiten esos comedores.

El centro es como comer aire, te llena, pero te malnutre y acaba debilitándote. Demasiado ligth. La derecha aparece lozana, vigorosa y bien dotada. Personalmente me dibuja una sonrisa, me atraen sus ofertas, pero nada más. Así pues, sin preferir quedarme en casa, disfruto con lo añejo, lo tradicional y a la vez revolucionario, con aquello que te alegra el corazón, te llena el estómago y te limpia los pulmones. Siempre me ha gustado la cocina de mi abuela que, sin tanto artificio y cortinas de humo, me hizo disfrutar y crecer.