OPINIÓN | ACTUALIDAD Y MEMORIA POLÍTICA

Escribir los pactos con garrotes

Existe una visión sobre estimada del consenso político y social que permitió la firma en 1977 de los Pactos de la Moncloa. (...) Ahora se vuelven a invocar estos Pactos, quizá más como eslogan que como realidad factible.

Publicado en primicia por el diario digital La Razón.
Facilitado por el autor a La Razón de la Proa en fecha posterior.

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Escribir los pactos con garrotes

Escribir los pactos con garrotes

Existe una visión sobre estimada del consenso político y social que permitió la firma en 1977 de los Pactos de la Moncloa. La realidad fue que la iniciativa del vicepresidente económico de Adolfo Suárez, Enrique Fuentes Quintana, logró la firma de Felipe González que se sentó a la mesa a regañadientes y solo después de que Santiago Carrillo, representante de un Partido Comunista recién legalizado, aceptase. Manuel Fraga no firmó el acuerdo político y el presidente de la CEOE rechazó el acuerdo económico.

El consenso fue suficiente pero limitado; desde luego no tan amplio como ha quedado instalado en el inconsciente colectivo de la sociedad interesada por estas cuestiones.

Es necesario preguntarse en qué momento se rompió ese nivel de consenso que, si bien no tan grande como ha pasado a la Historia, sí fue suficiente para conjugar aquella triada maldita de inflación, desempleo y estancamiento económico.

Hay quien sostiene que tras catorce años de gobiernos de Felipe González (1982-1996) el centro derecha no conseguía acceder a la presidencia del gobierno. De entre las tres principales sombras de los gobiernos socialistas –casos Roldán, Filesa y GAL-, el uso de la tercera en la pugna electoral fue, para algunos analistas, el que rompió la lealtad en las cuestiones de Estado entre los dos grandes partidos.

El recurso a la desesperada por José María Aznar de un tema como el GAL sería el hito que rompiese el consenso de los Pactos de la Moncloa. ETA seguía siendo entonces el principal peligro para España. Un asunto como este nunca hubiese sido utilizado como argumento de desgaste político en otros países azotados por el terrorismo como el Reino Unido con el IRA, Italia con las Brigadas Rojas o Alemania con la RAF.

Aunque luego Aznar decidió pasar página con el GAL (un solo juicio por el secuestro de Segundo Marey aunque hubieron 27 asesinatos), el PSOE decidió tomarse la revancha sobre todo el 11-M. De aquí nació un guerracivilismo a finales del siglo XX que cuajó en la puesta en marcha del movimiento revanchista de la Memoria Histórica.

El catedrático de Derecho Internacional y miembro del Foro de Profesores, Rafael Arenas, reflexionaba hace unos días desde su muy leído blog acerca de la fuerte división actual de los representantes y partidos políticos. Cargado de razón escribía que, tras el recurso de la Memoria Histórica, “nos encontramos con que parecía que la Guerra Civil había acabado cinco años antes y no 70 años antes y que, además, todos habíamos combatido en ella, pues chavales que no habían perdido completamente el acné juvenil tenían clarísimo en qué bando hubieran estado en 1936.

Hasta la irrupción de VOX la derecha supervivía avergonzada de sí misma, admitiendo el pecado original que le atribuyen el PSOE, Podemos y el secesionismo. Cualquier posibilidad de consenso amplio a lo Pactos de la Moncloa es muy difícil y su supervivencia en el tiempo, más aún.

Soy de los que piensan que si esta pandemia nos hubiese cogido con un gobierno a lo Andalucía, Madrid o Murcia, el confinamiento no hubiese durado ni cuarenta y ocho horas ni el Ejercito hubiera desplegado una sola litera en Badalona.

De repente en España desapareció la justificación de asaltar supermercados, los colegios cerraron pero nadie habló de la pobreza infantil y la necesidad de mantener los comedores escolares abiertos, los españoles nos confinamos en casa en pleno invierno pero ni una sola voz se alzó para denunciar la pobreza energética, el Ejército se desplegó logrando una valoración positiva de 8 de cada 10 catalanes y hasta se intervinieron las comunicaciones por teléfono móvil sin mayor nivel de tensión que el ocasional ruido de unas caceroladas.

Es cierto que se rompió el sentido de Estado hace años pero bien parece que tenemos una ruptura asimétrica de las lealtades; menos acentuada cuando gobierna la izquierda –incluso en su versión actual radical y con báculo secesionista– que cuando lo hace la derecha.

Los Pactos de la Moncloa supusieron un duro ajuste para la sociedad Española. El más importante aceptar que la revisión anual de salarios se realizaría en función de la inflación que se preveía cada nuevo año en lugar de en la inflación registrada en el año anterior y que venía importada del exterior vía subidas en el precio del petróleo.

La sociedad española lo aceptó pero el resultado hubiese sido otro si los sindicatos y la izquierda política se hubiesen opuesto.

Ahora se vuelven a invocar estos Pactos, quizá más como eslogan que como realidad factible. La profesora Rocío Sánchez Lissen recodaba hace unos días en el periódico que dirige Pilar Fuertes, que sin un Enrique Fuentes Quintana liderando el acuerdo, éste es impensable.

Nos siguen lastrando los garrotazos de Goya. En palabras del citado Rafael Arenas, “Este espíritu guerracivilista no nos ha abandonado (…) Ahora ya tenemos una generación que no ha conocido otra cosa. Una guerra civil que nunca se acaba y a la que siempre volvemos.”


 

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