MEMORIA | SEMBLANZAS
La salida Ramiro Ledesma de FE-JONS.
No todo el mundo tiene acceso a documentos básicos de la historia de la Falange. Y uno de sus hechos fundamentales sería la expulsión, según unos, salida voluntaria, según otros, de Ramiro Ledesma Ramos. El autor de este artículo pretende que los lectores sepan, según distintas, pero solventes versiones, lo que pasó verdaderamente..

Ramiro Ledesma Ramos, nació en un pueblo de Zamora (Alfaraz de Sayago, 1905). Estudió Flosofía y Letras, Ciencias Físicas y Matemáticas en la Universidad Central de Madrid.
Como queda reflejado en la novela y otros escritos suyos le interesó la filosofía alemana, sobre todo Nietzsche, Hegel, Heidegger, Schopenhauer, Carl Schmit y Oswald Spengler. Además, admiraba a otras grandes mentes como José Ortega y Gasset, Joaquín Costa, Nicolai Hartmann, Unamuno, Georges Sorel, George Valois o Giovanni Gentile.
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Sobre un libro político de Ortega y Gasset, escribe en La Conquista del Estado, 2 de mayo de 1930:
«Cuando un filósofo se acerca a las cosas, a los hechos, actúa muy frecuentemente de corruptor. Le ofrece unas categorías magnas, que los pobres hechos nunca sospecharon, y aceptan con fácil servidumbre el imperio de la idea. Es la eterna polémica en torno a la imposible objetividad de toda Filosofía de la Historia. Nosotros, no obstante, creemos que esa es la única Historia posible. Ahora bien, la Política no es una disciplina investigadora, sino una acción. Si el filósofo se ciñe a los hechos actuales y los somete a una soberanía sistemática, entonces es cuando tiene lugar la corrupción de que hablamos antes. Se verifica el gran fraude de la realidad, destruyendo así la palpitación política, que es acción directa sobre los hechos vírgenes. De ahí que el político tenga algo de primitivo, y aun de bárbaro. Y que desoriente a los filósofos algunos de sus rápidos virajes. Don José Ortega y Gasset, mi gran maestro de Filosofía, es un escritor de la máxima solvencia filosófica. Creo –yo, que conozco bien este aspecto suyo– que es antes que nada filósofo, y de los de primer rango de una época. Los españoles semicultos poseen tal incapacidad para la percepción de los valores filosóficos, que le niegan de plano ese carácter, y, en cambio, le reconocen valores de otra índole. Siempre he defendido a este maestro mío frente a esos juicios malévolos, que al adscribirle un exclusivo y gigantesco sentido literario buscaban un indudable efecto peyorativo».
A los diecinueve años escribe un ensayo sobre El Quijote:
«Tituló este libro, “El Quijote y nuestro tiempo”, y como yo no me he cuidado de enterarme qué ideas corren por ahí sobre el libro inmortal, resulta de aquí que ese “nuestro tiempo” no es una especie de síntesis de lo que piensan sobre el Quijote los ingenios de la época, sino las impresiones, reflexiones, ideas que su lectura le ha sugerido a un microcosmos que vive en nuestro tiempo. Por lo tanto, para más claridad, diré que, si se pone el signo igual delante del título “El Quijote y nuestro tiempo”, mi pluma, nada más que la mía, añadiría: “El Quijote y yo”».
Colabora en La Revista de Occidente de José Ortega y Gasset y en La Gaceta Literaria de Ernesto Giménez Caballero. Persuadido por los totalitarismos de los años 30, Ledesma Ramos se hizo un profundo conocedor de lo que sucedía en Italia, pero sobre todo en Alemania. Por ello comenzó a poner en marcha algunos proyectos políticos con la intención de desarrollar el fascismo en España. Para propagar su ideario fundó el periódico La Conquista del Estado. Así lo narró Juan Aparicio, uno de sus redactores, en una conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid en 1951:
«Cuando Ramiro Ledesma me leyó el borrador para el manifiesto de “La Conquista del Estado”, las cuartillas manuscritas yacían dentro de un ejemplar de las “Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal”, de Jorge Guillermo Federico Hegel. Le visitaba por primera vez en su domicilio de Santa Juliana, 3, más allá del Cinema Europa y antes de llegar a la estación de Metro de Estrecho, y en aquella barriada popular, operaria, proletaria, tenía delante, con ademán suasorio, aunque sin prodigarme concesiones, más que un capitán de la juventud, un ágil metafísico de veinticinco años: sarcástico, acerado, terco, reticente, agresivo, audaz, pero cuya intimidad era pura y candorosa. Ramiro se peinaba ya con el mechón de pelo caído sobre la sien izquierda, enmarcando su fisonomía, donde los ojos zarcos y el mentón voluntarioso, eran dos síntomas de su integérrima tenacidad, con una insolencia entre autoritaria y despectiva, como si no le importase el asentimiento de los otros, el consentimiento ajeno. Esta dureza ingénita de Ramiro procedía de su raza campesina, de su testaruda ascendencia sayaguesa, más que de un hábito o de un orgullo intelectual. Sobre este nieto de labriegos había incidido el idealismo alemán; pero a la postre fueron Federico Nietzsche y Carlos Maurras, quienes catalizaron su meollo para la acción política, para la enorme aventura que desembocaría axiomáticamente en la muerte. Un par de influjos vivos, un par de personas amigas, lo empujaron también con la fascinación de su conocimiento de Italia y Alemania a que redactase las palabras proféticas y peligrosas de la proclama de “La Conquista del Estado”».
En ese tiempo Ramiro Ledesma tomó contacto con Onésimo Redondo Ortega, otro personaje que tenía ideas similares a las suyas, Onésimo, procedente de la Acción Católica, había fundado en 1931 las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, con el lema Tradición y renovación. La buena sintonía entre Ramiro y Onésimo trae como consecuencia la fundación, en 1931, de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas (JONS).
La llegada de la Segunda República no le sorprendió, como señala en su ensayo Discurso a las juventudes de España:
«El 14 de abril de 1931 es, pues, el final de un proceso histórico, no la inauguración de uno nuevo. Eso es su esencial característica, lo que explica su fracaso vertiginoso y lo que incapacita esa fecha para servir de punto de arranque de la Revolución nacional que España hará forzosamente algún día. En efecto, los grupos triunfadores en abril aportaban unos ingredientes de tal naturaleza que podía esperarse de ellos todo menos esto: una victoria nacional de España. ¡Ah! Si el 14 de abril se produce al grito de ¡Viva España!, el hecho revolucionario hubiera sido cosa distinta y representaría evidentemente la fecha inauguradora de la Revolución nacional. Pero claro que no se hizo así, y si pasamos revista a los propósitos de las diversas fuerzas que dieron vida y realidad a esa fecha, nos encontramos además con que no podía hacerse así. Ni uno sólo de los varios grupos del 14 de abril actuaba con el propósito de convertir la revolución en Revolución nacional. Ese fue el fraude y ese fue a la postre también el germen disociador de la República naciente. Una Revolución nacional, el 14 de abril, tenía que haber representado para España la garantía de que precisamente todo lo que la vieja Monarquía ya no garantizaba iba a ser mediante ella posible: tenía que representar, frente a los tirones separatistas de Cataluña y Vasconia, la unificación efectiva de todo el pueblo. Frente a las dificultades en que se debatía la Monarquía para que tuviese España un Ejército popular y fuerte, su creación fulminante. Frente a la dispersión moral de los españoles, su unificación en el culto a la Patria común. Frente a un régimen agrario de injusticia inveterada (no se olvide que los terratenientes, como hemos dicho y repetido, habían sido desde muy antiguo el sostén único de las viejas oligarquías), la liberación de los campesinos y la ayuda inmediata a todos los pequeños agricultores. Frente a una industrialización de signo modesto, un plan gigantesco y audaz para la explotación de las industrias eléctricas y siderúrgicas. Frente a la despoblación del país, una política demográfica tendente a duplicar la actual población de España. Frente al paro y la crisis, la nacionalización de los transportes, la ayuda a las pequeñas industrias de distribución y el incremento rápido del poder adquisitivo del pueblo. Frente a una España satélite de Francia e Inglaterra, una política internacional vigorosa y firme, de independencia arisca. Eso hubiera sido una Revolución nacional, y todo lo contrario que eso fue sin embargo el 14 de abril de 1931».
Pero la llegada de la República desata las ansias independentistas de Cataluña, con la proclamación de la República Catalana por Macià, lo que lleva a preocuparle a Ledesma el problema de la unidad de España. Al respecto escribirá:
«La unidad no puede consistir en una simple destrucción de los afanes separatistas que hoy alientan en Cataluña y Vasconia, aunque tenga que triunfar violentamente sobre ellos: pues España tiene que representar y ser para todos los españoles una realidad viva, actuante y presente. Tiene que ser una fuerza moral profunda, un poder histórico que arrastre tras de sí el aliento optimista de la nación entera. La unidad de España se nos presenta hoy como el primer y más valioso objetivo de las juventudes. La unidad en peligro, deficiente y a medias, no puede ser aceptada un solo minuto con resignación, no puede ser conllevada. Sin la unidad, careceremos siempre los españoles de un andamiaje seguro sobre el que podamos disponernos a edificar en serio nada. Así, hasta que no se logre la unificación verdadera, hasta que no queden desprovistas de raíces las fuerzas que hoy postulan el relajamiento de los vínculos nacionales, seguirá viviendo, el pueblo español, su triste destino de pueblo vencido, sin dignidad histórica ni libertad auténtica. La defensa de una política de concesiones a los núcleos regionales que piden y reclaman autonomías equivale a defender el proceso histórico de la descomposición española. Equivale a mostrarse conformes con lo peor de nuestro pasado, como deseosos de que sea permanente nuestra derrota. Equivale a una actitud de rubor y de vergüenza por haber sido España algún día un Imperio. Equivale de hecho a creer que España es una monstruosa equivocación de la historia, siendo por tanto magnífico ir desmantelándola piedra a piedra hasta su aniquilamiento absoluto».
Otro objetivo de Ledesma Ramos fue persuadir a la clase obrera para mantenerla dentro de un espíritu revolucionario, pero en los términos nacionales, lo que le convierte en uno de los iniciadores del nacionalsindicalismo. Como enemigo del marxismo, Ledesma Ramos, y su reducido grupo, intentó persuadir a integrantes de la CNT, considerando que el anarcosindicalismo podía ser la punta de lanza de su movimiento. La estrategia de Ledesma Ramos no era nueva:
Benito Mussolini puso los ojos en España para poder desarrollar el fascismo. Creía que el fascismo español tenía que nacer del seno del movimiento obrero, tal como había sucedido en Italia con su propia persona. Mussolini se fijó en Ángel Pestaña, pero el viejo líder obrero, que había sido uno de los más destacados militantes de la CNT, que durante la República pasó al campo parlamentario con el Partido Sindicalista, estaba en las antípodas ideológicas del fascismo. El fascismo italiano había nacido de una suerte de "ex" de varias tendencias: antiguos socialistas, comunistas y anarquistas, que se reunieron en 1919 en la plaza del Santo Sepulcro (por eso se les llamó sansepolchristis, al inicio) y dieron lugar a los Fasci di Combatimento.
En Alemania se adoptó el nombre de nacionalsocialismo, porque el socialismo era el movimiento mayoritario entre la clase obrera. Incluso la bandera de los nazis fue roja.
En España fue el sindicalismo el mayoritario, y ahí es donde pretendían hacerse fuertes los simpatizantes del fascismo en España.
Ledesma, consciente de la necesidad de tener un medio de expresión para hacer llegar a los españoles el ideario nacionalsindicalista, colabora en el primer y único número que saldría a la luz pública en 1933: El Fascio. El periódico estaba dirigido por el periodista Delgado Barreto y fue retirado de la circulación por orden gubernativa. En él colaboraron, aparte de Ledesma Ramos, José Antonio Primo de Rivera, Ernesto Giménez Caballero o Rafael Sánchez Mazas.
Como señala Federico Ximénez de Sandoval:
«El 16 de marzo debió haber aparecido El Fascio; pero el Gobierno azañista, quebrantando una vez más las normas liberalísimas de su engendro constitucional, ordenó en la madrugada la recogida de toda la edición y la supresión indefinida del periódico, que ⎼quizá felizmente⎼ no se volvió a intentar resucitar. Todo ello sin mandamiento judicial ni razón legal alguna».
En 1933 acude al acto fundacional de Falange Española, y en febrero de 1934, tras largas conversaciones entre José Antonio y Ramiro Ledesma, y viendo las ventajas que ello suponía, se fusionan las dos organizaciones que lideraban y se funda Falange Española de las JONS. El nuevo partido, que asumió la bandera ya existente de las JONS con el yugo y flechas de los Reyes Católicos y el color rojinegro, eligió, como jefe nacional, a José Antonio Primo de Rivera. Las distintas idiosincrasias existentes entre sus militantes, hizo que en la nueva Falange surgieran problemas de convivencia e ideológicos, que llevaron a la salida de la organización de los monárquicos alfonsinos Juan Antonio Ansaldo y el conde de los Andes, o la del propio Ramiro.
Francisco Bravo, en su Historia de la Falange, señala:
«Venía larvada en la vida interna de la Organización una diferencia de tipo personal y no ideológico. El mismo Ledesma confesó, en su libro polémico ya citado, que José Antonio había ido radicalizándose, es decir, compenetrándose más y más con los postulados del nacionalsindicalismo, de los que resultó un expositor exacto. Lo que sucedía era que, al fin y al cabo, había quien no podía sustraerse a la acción de la envidia, esa pasión tan propia de la España mediocre, opuesta a la selección adecuada de los valores. Todos los que tomaron parte en la escisión, es decir, los que dieron lugar a que José Antonio se emplease a fondo en la depuración de los cuadros de los Sindicatos y del Movimiento, venían a ser unos resentidos. Los hubo que después rectificaron a tiempo, evitando verse alejados de la Falange. Pero cuando el día 15 de enero toda la Prensa de España dio la noticia sensacional del suceso ⎼en especial la de derechas⎼, los manejos contra el Jefe nacional, al ser revelados, dieron lugar a que en todas las provincias los militantes reaccionasen a favor de la unidad y de la jerarquía. Expulsado Ledesma y algunos más, muy pocos, que llevaron su despecho incluso a publicar un panfleto donde se combatía a la Organización con ataques nada limpios, el Movimiento recobró ímpetu y la Falange siguió su marcha hacia la victoria, luchando contra todo un mundo de enemigos. Aquella crisis probó que abundan los hombres inteligentes que, situados en la política mejor que en la Historia, no comprenden que una corriente ideológica proyectada sobre un país en determinadas circunstancias, tiene que esperar ⎼combatiendo, claro está⎼ a que madure su ocasión antes de lanzarse a empeños desproporcionados con su potencialidad. Algo sabía de esto Lenin, el mogol astuto. Pero los que, impulsados por sus desilusiones después del primer Consejo nacional, reprochaban a José Antonio que no era capaz de conquistar el Poder después de la revolución de octubre, como si la Falange hubiera estado dispuesta para ello y como si el país no creyera aún en otras soluciones más cómodas argumento capital de los depurados o, como ellos se llamaban, escisionistas, eran víctimas, aparte de los efectos de una vanidad egolátrica, de un espejismo muy común en los doctrinarios: el que los hace confundir las cosas, tal como son, con la idea que de las mismas se han forjado. José Antonio evitó en aquella ocasión, con su generosidad proverbial, que las violencias contra los expulsados llegaran a extremos duros, como pedían los falangistas exaltados ante los ataques del panfleto. Ledesma ⎼a quien acaso aprovecharan algunos elementos cegados en su empeño de debilitar la Falange⎼ no supo entonces portarse con el decoro suficiente. La inmensa mayoría de los viejos jonsistas siguieron en Falange. Y ésta salió de la crisis más unida, más firme y más compenetrada con su Jefe. En los Sindicatos obreros de nuestra Central, creados meses antes en Madrid, hubo alguna confusión a causa de lo sucedido. Pero en los demás sectores del Movimiento sucedió todo lo contrario. El S. E. U. ⎼uno de nuestros pilares para la lucha⎼ celebró el día 21 su asamblea legal de constitución. Y bien pronto su actuación en todos los centros de enseñanza del país le llevó a la conquista de la mayoría de la clase escolar, derrotando a la FUE., no obstante. el apoyo oficial que ésta tuvo siempre».
El distanciamiento ideológico y personal de Ledesma Ramos y José Antonio lo refleja Federico Ximénez de Sandoval en su Biografía apasionada de José Antonio.
«Mi versión se reduce a cosas sueltas oídas a José Antonio, a Mateo y a otros camaradas sobre el asunto. Del propio José Antonio hay un documento auténtico que, por la violencia del lenguaje, inusitada en él, demuestra hasta qué punto de gravedad habían llegado las cosas en el seno de la Falange. La intuición de Ledesma, enamorado de su creación jonsista, le hacía ver cómo aquellas Juntas por él concebidas alzaban el brazo enronqueciendo de gritos por el nuevo Caudillo. Como cada palabra de José Antonio parecía encendida de luces y promesas deslumbradoras, y cada gesto suyo tenía la plástica de los altorrelieves en que están presentes los héroes eternos, lo más viejo de la guardia jonsista febril de su elocuencia y presencia suntuosas, se disponía a morir, más todavía que por la idea del Partido, por la mística del Jefe. Es humanamente disculpable el recelo de Ledesma Ramos. Y lógico también que ese recelo tratara de impedir lo que se presagiaba inminente: la Jefatura única de las Falanges de jóvenes heroicos de toda la Nación, dispuestos a morir a sus órdenes por la España Una, Grande y Libre que Ledesma había sido el primero en concebir. La gran equivocación Ramiro tiene su origen en la envidia personal que sentía por José Antonio, nacida quizá de las diferencias de origen, ambiente y educación. Era la expresión en la Falange de la lucha de clases, que en España envenenaba todas las actividades. Eso, unido a la difícil situación económica de Ramiro, le hacía apto para ser instrumento de los partidos derechistas, que deseaban sembrar la cizaña en nuestras filas. Ledesma consistió en no aceptar la consumación de aquel hecho, sacrificando a la realidad y a la necesidad imperiosa del Movimiento cualquier impulso normal de su justa soberbia creadora (…) Los escuadristas tuvimos noticia de la decisión del Jefe de expulsar a Ledesma una mañana de domingo de diciembre en que habíamos sido convocados en el jardín de Riscal para ser revistados por el Jefe y por el Teniente Coronel Rada, que aún era Jefe de Milicias. Al llegar, nos anunciaron que la revista se había aplazado. El revuelo que había por el Centro nos hizo sospechar alguna novedad grave. Algún camarada con motivos para estar bien enterado nos anunció que se había descubierto una conjura para sublevar contra el Jefe a los Sindicatos, y que el cabecilla de aquella conspiración era Ledesma Ramos. A quienes no teníamos por entonces idea de las interioridades del Mando nos sorprendió muchísimo. Pero nuestro informador nos dijo: "Tenía que suceder un día u otro. Cuanto antes, mejor. No importa que seamos pocos, pero bien avenidos y sobre todo sin coquetear con las derechas". Algunos opinaban que Ledesma debía ser castigado con toda dureza, considerando que la indiferencia con que se había acogido la primera escisión de Moreno Herrera alentaba las rebeldías. José Antonio tuvo que usar de toda su autoridad y energía para impedir una sanción contra él. Al día siguiente de aquel domingo de diciembre en que se decretara la expulsión de Ledesma, aprobada por toda la Falange ⎼incluso por el 95 por 100 de los viejos jonsistas⎼, José Antonio se dirigió a los Sindicatos, que estaban en un pabellón diferente de Marqués de Riscal. Atravesó el jardín acompañado de sus fieles camaradas de todas las horas. El local de la Central Obrera Nacionalsindicalista estaba lleno de obreros revolucionarios, preparados para la explosión por la palabra ardiente, tajante y gutural de Ledesma Ramos y la dureza conceptual de Sotomayor. Ellos, que habían vuelto los ojos dolidos de las desesperanzas marxistas o anarquistas hacia la clara luz de la Falange, se creían engañados también por José Antonio, a quien algunos pintaban como "un señorito de cabaret". Esta insidia, fácil de creer por los "señoritos", ¿no iba a prender con más facilidad en los violentos obreros de nuestra Central? Al ver a José Antonio empezaron a gritar desaforadamente, intentando desviarle por la coacción de su propósito de hablarles. Hubo gritos de "Fuera los señoritos" y otros muy poco gratos y no menos injustos para los oídos de aquel hombre, entregado por voluntad propia a la áspera misión de buscar para todos los españoles ⎼y sobre todo para quienes difícilmente podían conseguirlos en la encrucijada histórica de España⎼ el sabor del Pan y la tranquilidad de la Justicia de una Patria Grande y Libre. José Antonio no se inmutó. Tenía hecha el alma a todas las ingratitudes y a todas las incomprensiones».
¿Había fundados motivos para tan drástica y traumática decisión?
José Antonio Primo de Rivera era profundamente religioso y veía en la Iglesia católica, como Marcelino Menéndez y Pelayo, una palanca imprescindible para sustentar la unidad española, así como los valores cristianos la base del nacionalsindicalismo.
«Lo fundacional cesáreo, católico (o mixto de cesáreo y católico), es el genio de España como política de misión, como clave de la unidad de destino».
Tema que será tratado de una manera brillante por Pedro Lain Entralgo, profundamente católico como José Antonio, en una serie de conferencias que impartiría a las afiliadas a la Sección Femenina de Falange y que formarían la base de su libro Los valores morales del nacionalsindicalismo.
Por el contrario, Ramiro era profundamente laico y veía en la Iglesia católica, más que un estímulo, una traba para conseguir los objetivos revolucionarios del nacionalsindicalismo. Lo que deja muy claro en su libro Discurso a las juventudes de España:
«El servicio a España y el sacrificio por España es un valor moral superior a cualesquiera otro, y su vigencia popular, su aceptación por «todo el pueblo» es la única garantía que los españoles tenemos de una existencia moralmente profunda. ¡Ah, el gran crimen de no aceptar ese sacrificio, de negarse y hurtarse a él! Los pueblos sin moral nacional no son nunca libres. O son explotados y tiranizados por una minoría de su mismo país, también ausente de toda angustia moral y de servicio a la vida histórica de «todo el pueblo», o lo son, bajo engaño y careta de independencia, por un pueblo y un poder extranjeros. No hay nada que hacer, camaradas, si no logramos poner en circulación una moral nacional entre los españoles. Esa moral de temple ascético que todos nosotros ya tenemos, y en virtud de la que deseamos salvar, política, histórica y económicamente a nuestros compatriotas. Es el basamento de nuestra acción, y lo único en realidad que eleva y distingue nuestra milicia de las simples bandas armadas que otros pueden quizá crear. En nombre de esa moral y de lo que nos obliga, desarrollamos una acción revolucionaria, una lucha de liberación: liberación del español partidista, aniquilando los partidos. Liberación de los catalanes y vascos, luchando contra lo que les impide ser y sentirse españoles plenos. Liberación de los trabajadores, atrayéndolos a la causa nacional, y aniquilando la injusticia. ¿La moral católica? No se trata de eso, camaradas, pues nos estamos refiriendo a una moral de conservación y de engrandecimiento de «lo español», y no simplemente de «lo humano». Nos importa más salvar a España que salvar al mundo. Nos importan más los españoles que los hombres. Y todo ello, porque tanto el mundo como los hombres son cosas a las que sólo podemos acercarnos en plan de salvadores si disponemos de una plenitud nacional, si hemos logrado previamente salvarnos como españoles. El hecho de que los españoles —o muchos españoles— sean católicos no quiere decir que sea la moral católica la moral nacional. Quizá la confusión tradicional en torno a esto, explica gran parte de nuestra ruina. No es a través del catolicismo como hay que acercarse a España, sino de un modo directo, sin intermediario alguno. El español católico no es por fuerza, y por el hecho de ser católico, un patriota. Puede también no serlo, o serlo muy tibiamente. El no darse cuenta de esto toda la España extracatólica o indiferente ante el catolicismo, nos ha privado quizá a los españoles de una idea nacional de elaboración directa».
Por lo anterior, y como bien señala Marcos Alonso:
«Ramiro Ledesma fue, es y será una figura irritante para todos los que se niegan a aceptar que la religión ha de circunscribirse al ámbito privado de las personas y que ya nada tiene que decir a la hora de marcar los pasos de la Patria. Fue molesto durante el franquismo, período en el que fue escandalosamente silenciado y donde el cardenal Gomá exigió la retirada de su Discurso a las Juventudes de España. El Padre Teodoro Toni, censor y colaborador de Gomá, expresó que debía "quemarse o, por lo menos, no tolerarse su reproducción de ninguna forma para no desunir a los buenos". Es molesto a día de hoy para aquellos que aún hoy —siglo XXI, amigos— se aferran a la idea de una España unida de manera indisociable al catolicismo y será molesto para todos aquellos que no comprendan que sus creencias religiosas no pueden regir la vida pública. Célebre es el dicho que dice que los españoles siempre andamos tras de los curas, bien con un cirio o bien con una estaca. Ramiro imaginó un Estado en el que los cirios adornaban las iglesias y las estacas repartían la tierra entre quienes la labraban. Sírvanos a los jóvenes el ejemplo formidable de este agnóstico combativo para saber trazar la ruta, iniciada el siglo pasado, que nos lleve a las horas culminantes de la Historia en pos, de una Patria liberada y vigorosa, cargada de sentimiento social y nacional».
Fuera ya del partido, Ledesma publica el semanario La Patria Libre, con la ayuda económica de los monárquicos alfonsinos José María de Areilza y Pedro Sainz Rodríguez. Allí (La Patria Libre, núm. 1, de 16 de febrero de 1935) defenderá su postura:
Las J.O.N.S. rompen con F. E. Manifiesto de las J.O.N.S.
A todos los militantes, a los obreros de la Central Nacional Sindicalista y a toda la opinión nacional de España. Camaradas:
Hecha pública nuestra ruptura con Falange Española, nos apresuramos a ampliar las razones y los móviles de una decisión tan importante. Nadie puede olvidar, y menos que nadie nosotros, que las J. O. N. S. descubrieron a los españoles las perspectivas nacionalsindicalistas, notoriamente revolucionarias, como un camino recto hacia la conquista de la Patria justa y grande.
Pues bien, hacía ya algún tiempo que nosotros —fundadores del nacionalsindicalismo— veíamos con angustia que, en el seno de la Falange, y debido a los errores y al espíritu desviado de Primo de Rivera, era cada día más difícil laborar con eficacia por el triunfo y la victoria de nuestras ideas de siempre.
Veíamos nosotros, y con nosotros la opinión nacional de España, que el nacional-sindicalismo que decía defender Primo de Rivera era un truco ingenuo, una ficción sin jugo, cuyo sostenimiento por parte nuestra nos convertía en verdaderos cómplices de una farsa contra el auténtico sentido nacional y popular de nuestra doctrina. Correspondía a las J. O. N. S. revolverse contra ese simulacro y a nosotros, como dirigentes jonsistas, el deber, el valor y la decisión de denunciar ante el Partido una situación así y ponerle remedio.
Hemos puesto siempre tal emoción y sinceridad en la propaganda nacionalsindicalista, teníamos y tenemos tal intensa fe en que por esta ruta alcanzarán una meta triunfal los destinos históricos y económicos de España, y disponíamos, en fin, de un bagaje combativo, de una histórica y lenta elaboración de la doctrina, de una actividad laboriosa y espinosa de agitación, que no podrá nadie discutirnos el derecho a vigilar, controlar y dirigir en España la ruta del nacional-sindicalismo revolucionario. No podía todo esto jugarse a una carta de frivolidad vanidosa, como es notorio ocurría estando nuestra bandera de las yugadas flechas nacionalsindicalistas en manos de Primo de Rivera y de sus amigos de Falange Española.
Nuestra posición es firme. Y la asistencia de los grupos de camaradas en quienes permanece arraigada una inquebrantable decisión de triunfo está, asimismo, fuera de toda duda. Las masas universitarias, los obreros de la Central nacional-sindicalista, los grupos veteranos de las J. O. N. S., con sus jerarquías y disciplina de siempre, nos siguen en pleno. Y junto con todo eso la expectación popular en torno a nuestros propósitos, que son hoy la única esperanza de los españoles sin pan y sin justicia, sitúa a las J. O. N. S. delante de un espléndido panorama victorioso.
Renacen las J. O. N. S. en una hora culminante de España. Tenemos plena conciencia del momento, así como de la inmensa responsabilidad y de la gran tarea que corresponde a quienes esgriman hoy ante España una decidida voluntad de salvarse como pueblo grande y libre. Sabemos que ese ejército de salvación necesita estar formado por filas de gran temple. La empresa es gigantesca y de volumen enorme. Por eso las J. O. N. S., en esta etapa nueva y definitiva que comienza, pondrán especial empeño en dirigirse a los sectores sociales donde aniden y residan las reservas más valiosas y profundas de España. Adelantamos aquí la convicción de que es principalmente entre los trabajadores y entre las proletarizadas clases medias donde hay que buscar el aliento y la colaboración activísima que precisamos. En ellas confiamos y a ellas entregamos, en definitiva, nuestro destino y el destino nacional de España.
Las J.O.N.S. reafirman, pues, su fidelidad de siempre al nacional-sindicalismo que ellas y sólo ellas representan. Nos organizaremos de modo sencillo. Habrá en la cúspide de las J.O.N.S. no un jefe, sino un férreo Comité Central, o Junta Nacional, de cinco miembros a cuya disciplina deben estar sometidos sin reservas todos los organismos jonsistas. Modificaremos todos los Estatutos antiguos de las J.O.N.S. en un sentido de agilidad y sencillez. Mientras tanto, los grupos provinciales y locales funcionarán con arreglo a las normas provisionales que los dirigentes respectivos señalen en cada caso. Esta primera etapa, que es de reorganización a la vez que de liberación de las ineptas jerarquías de la F.E., será corta y breve. Pues no hay que olvidar la misión fundamental nuestra, la gran empresa jonsista que nos espera a todos.
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Las J.O.N.S. y F.E. Con precisión, con serenidad y con entereza
Comenzamos por declarar que el tema no es para nosotros de ninguna manera grato. Por ello mismo lo abordamos hoy con cierta amplitud y volumen, deseosos de dejar dicha tanto la primera como la última palabra. Disponemos de la información mejor y más exacta, y cuanto aquí digamos tiene todas las oficiosidades deseables.
En general, las razones y los móviles que los dirigentes jonsistas han tenido para la ruptura, son de índole pragmática, a la vista de las consecuencias infelices que la unión con Falange Española y a subordinación a la disciplina de Primo de Rivera han tenido para el nacionalsindicalismo revolucionario. Honradamente lo han confesado así, sin querer destacar otros motivos de muy distinta índole que afectan gravísimamente a los temperamentos y a las conductas. A esa lealtad y nobleza de los jonsistas han contestado Primo de Rivera y sus amigos con una circular calumniosa dirigida al Partido en la que, a sabiendas de su falsedad, se lanzaban sobre nuestros camaradas Ledesma y Sotomayor las injurias más soeces.
Nosotros desmentimos rotundamente esas especies falsas de los calumniadores, y no perdemos la serenidad aun disponiendo, como disponemos, de pruebas e informaciones categóricas que nos convertirían sin disputa alguna de acusados en acusadores implacables. Bien saben muchos a qué y a quiénes aludimos.
Los elementos de Falange Española han pretendido desorientar y confundir al Partido asegurando que las J.O.N.S. no se habían escindido y que la cosa afectaba a unas docenas de expulsiones. En primer lugar, es notoriamente falso que haya habido expulsiones. Los dirigentes jonsistas abandonaron la disciplina de Falange Española por su propia iniciativa, según hicieron público clarísimamente, y afirmar o creer de buena fe lo contrario es sentar plaza de candidez y de tontería.
Y así tenía que ser, porque las J.O.N.S. no habían sido disueltas. Su período de unión o aproximación a Falange Española fue a los efectos legales una unión táctica, efectuada con la firma de Ledesma Ramos -hoy ya, claro es, retirada-, Y NADA MAS QUE ESO. En la Dirección General de Seguridad subsistía y subsiste registrada una entidad legal, las J.O.N.S., con sus estatutos, sus directivos, etc.
Por eso ha bastado que los dirigentes jonsistas declaren rotas sus relaciones con F. E. y con Primo de Rivera, para recobrar en el acto, sin más, su carácter independiente y exclusivo como tales, verdaderas, auténticas y UNICAS J.O.N.S. No caben, pues, confusiones. La bandera jonsista es nuestra; está recobrada. Y si los elementos de F.E., reconociendo la flacidez y pequeñez de su denominación y de su doctrina falangistas, quieren a la vez acogerse a las nuestras, se lo agradecemos mucho; pero les hacemos la leve observación de que está en nuestra voluntad el concederles el permiso. En nuestra voluntad, repetimos, y para que se nos reconozca, así entenderá, naturalmente, en caso preciso, el Juez de guardia.
Esta es la situación en cuanto afecta a la cuestión legal, a nuestro derecho a esgrimir precisamente nosotros, y sólo nosotros- la bandera de las J. O. N. S. No se deje engañar, pues, ningún grupo de camaradas. Muy honrados en que se nos copie y se nos pida y se nos implore el pan de nuestra cosecha, pero sin falacias ni menos arrogancias; al contrario, reconociéndose pedigúeños, necesitados y mendigos.
La táctica de las J.O.N.S. con F.E.: Tenemos mucho interés en destacar, y por eso lo repetimos y lo repetiremos, que tras de la escisión conservamos los jonsistas una serenidad de ánimo absoluta. No odiamos a los antiguos camaradas que allí queden. Eso sí, mantendremos una rígida, total y permanente incompatibilidad política con Primo de Rivera. Pero con aquellos camaradas y con el partido falangista, en general, mantendremos las relaciones que ellos quieran. Por nosotros, cordiales y amistosas. Pues tenemos la seguridad de que sus grupos mejores, después de que el transcurso de varias semanas les aclare la visión y vean la falsedad maliciosa con que Primo de Rivera les explicó y presentó la escisión jonsista, vendrán a nuestras filas.
Hemos perdido, naturalmente, toda la confianza en Falange Española. Sabemos que Primo de Rivera, desprovisto en absoluto de capacidad, la convertirá en escombros antes de pocos meses. Pero si, contra nuestra opinión actual, resultase que era capaz de alguna realización positiva, de conseguir algún triunfo, por leve que fuese, contra los elementos antinacionales de España o a favor de nuestros ideales nacional-sindicalistas, tengan todos, la seguridad de que, los primeros en celebrarlo seríamos nosotros y estas hojas de nuestro periódico las primeras en destacarlo con elogio.
Ni sombra, pues, de dificultades aparecen por este lado para el jonsismo revolucionario nuestro. A demostrar todos empuje, actividad y brío. Tienen las J. O. N. S. un porvenir espléndido jonsista.
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La reorganización del Partido
Naturalmente, los primeros problemas a que han tenido que dar cara los dirigentes de las J.O.N.S. es a reorganizar los cuadros del Partido.
Tenemos noticia de que ello se efectúa con pleno éxito y rapidez en los lugares donde ya de antiguo el espíritu jonsista- y no sólo de nombre -predominaba en la organización antigua.
Es norma de la Junta Central Ejecutiva dedicar primordialmente su actividad a lograr la extensión inmediata de las J.O.N.S. en tres o cuatro focos vitales de España. Una gran población industrial; un centro estratégico agrario, campesino; una gran ciudad hoy desorbitada de la unidad nacional, y, por último, Madrid, que es, quiérase o no, el centro que más influye en la vida de España.
Hoy, por falta de espacio, nos limitaremos a señalar el espíritu magnífico con que los jonsistas de Valencia han hecho frente a la primera etapa de la reorganización. Maximiliano Lloret, con Gaspar Bacigalupe, Juan Estrada, Pinedo, P. Cortés, Borrego, Calabuig y varios más, han desplegado tal actividad que en pocos días se desmoronó la organización de F.E. y consiguieron que tanto los camaradas de Valencia como los de todos los pueblos de la región se enterasen de un modo verdadero de lo acontecido en el Partido. Es decir, destruyeron la base calumniosa sobre la que los dirigentes falangistas explicaban la escisión de las J.O.N.S.
Y es más de destacar este hecho triunfal de Valencia, si se tiene en cuenta que semanas antes el mismo Primo de Rivera había nombrado al camarada Lloret para la Secretaría general de toda la región valenciana y a Bacigalupe para la organización sindical en la misma zona. Y que fueron presionados y halagados por el mismo Primo para que no abandonasen su disciplina. Estos dos camaradas, sin embargo, sabiendo a lo que obligaba en aquel momento el carácter de jonsistas, no vacilaron en acogerse a nuestras filas y maniobrar con la rapidez, la eficacia y el éxito que antes dijimos.
En Madrid, donde inmediatamente fue nombrado un Comité o Junta local de reorganización, bastaron dos o tres días para movilizar tras de las J.O.N.S. a casi todos los antiguos camaradas. No han llegado a ocho o diez los vacilantes, y de ellos tan sólo dos o tres por espíritu verdadero de traidores. Ya los señalaremos a la atención del Partido. Pero en Madrid se ha dado otro magnífico fenómeno. Desde el primer día, el mayor número de adhesiones a las J.O.N.S. era de los antiguos de F.E., los más jóvenes, revolucionarios y resueltos. Hasta el punto de que Primo se vio obligado a disolver todos los organismos de la sección de Madrid y proceder con los pocos que quedaron a una reorganización nueva.
El ataque más directo y doloroso a la Falange como organización y a José Antonio como persona sería un artículo titulado: El "caso" Valladolid. (La Patria Libre, núm. 6, de 23 de marzo de 1935):
Ofrecimos en nuestro número último una información detallada acerca de la situación actual de la sección de Valladolid. Lo estratégico de esta ciudad, en medio de Castilla y de cara a todo el norte de España, confiere a cuanto en ella ocurra un especial relieve, y por eso traemos y destacamos aquí sus peripecias. En Valladolid se celebró asimismo el único mitin de masas convocado por la bandera de las flechas yugadas, y fue también un grupo de esa ciudad quien se adhirió de los primeros al frente jonsista fundado por Ledesma Ramos.
Y, ahora, hagamos un poco de historia. Es sabido que las J.O.N.S. surgieron a consecuencia de las campañas nacional-sindicalistas de 'La Conquista del Estado', publicación aparecida en 1931 y muerta a mano airada por las persecuciones policiacas a que la sometió Galarza. El grupo redactor de 'La Conquista del Estado' fundó entonces las J.O.N.S., al objeto de no diseminarse y proseguir con eficacia sus tareas. Eligieron como emblema y símbolo del movimiento las flechas y el yugo, entonces ignorados por las gentes -recordamos curiosamente que en carta oficial al Partido comunicó a Onésimo Redondo Ortega la extrañeza que mostraban en Valladolid ante tal emblema, a pesar de ser esta ciudad la que lo posee con profusión en muchos de sus muros históricos-, y se dispusieron con entusiasmo a la propaganda.
Por los días mismos de 'La Conquista del Estado' comenzó a publicarse en Valladolid un semanario, Libertad, que aunque situado francamente entonces en una zona ultraderechista, destacaba en sus páginas una inquietud nacional nueva, un tanto distinta de la que suele percibirse en esos medios. Saludaron, además, con simpatía nuestra presencia, la de 'La Conquista del Estado', y desde entonces se iniciaron las relaciones políticas que luego un poco más tarde, en las J.O.N.S., adquirieron el rango de camaradería bien conocido de todos.
El grupo de Valladolid, que entró en relación con los fundadores jonsistas, estaba dirigido por Onésimo Redondo. Este camarada ha sido realmente quien dio a la sección de Valladolid todo su carácter, y quien logró hacer pronto de ella un núcleo de entusiasmo y actividad. Pero esa primera etapa jonsista de Valladolid está llena de desviaciones con relación al sentido verdadero de las J.O.N.S., desviaciones obligadas, si se tiene en cuenta que Onésimo tuvo por primeros colaboradores a muchachos todos ellos «luises», y él mismo estaba formado en la escuela de Angel Herrera, y en la política sana y razonable que éste y El Debate representan. No hay más que ver el tono y el espíritu propio de las J.O.N.S. para darse cuenta que si con algo son éstas incompatibles, es tanto casi como con el marxismo y los sectores francamente antinacionales, con ese existir antiheroico, ese burocratismo algodonoso y esa indiferencia ante la angustia española que constituyen los ingredientes de toda la edificación Herrera-Gil Robles-Debate.
Onésimo luchó, repetimos, con esas limitaciones y a esas y a otras sobrepuso quizá su temperamento y su absoluta sinceridad. Pues Onésimo Redondo, y aquí radica su cualidad mejor, tiene una purísima emoción española y siente como nadie la más honda preocupación y la más profunda angustia por los afanes de todo el pueblo. Se hizo cada día más partidario de la estridencia fecunda de la política caliente y del nacional-sindicalismo. Quizá esto no se percibía con la claridad debida, y de ahí el hecho cierto de que a veces los sectores jonsistas más ortodoxos miraban con algún recelo las tareas de Valladolid. Pero, en fin, no es el propósito de esta información seguir las peripecias de orden ideológico, sino más bien los episodios que aclaren la situación de hoy con relación a la ruptura actual del movimiento.
Recuerdan seguramente todos los jonsistas el desarrollo de las J.O.N.S. en los primeros dos años, cuando hicieron que penetrase en las Universidades españolas la emoción nacional de sus juventudes, y cuando tuvieron las primeras peleas con los marxistas. Asimismo la publicación firme durante todo un año de la revista mensual, el florecimiento de semanarios juveniles jonsistas por toda España. Y, claro, también las persecuciones. El Gobierno Azaña encarceló cinco veces a Ledesma. Etcétera, etc. Debido asimismo a esta persecución, Valladolid quedó un poco retrasado porque Onésimo, que no se olvide, era el alma y vida de la sección, vivió emigrado un año en Portugal, y todavía los dos camaradas más valiosos, los que luego han demostrado más vigor jonsista y más talento -Gutiérrez Palma, magnífico agitador obrero, y Javier M. de Bedoya, propagandista formidable, de pluma tensa y eficacísima- no habían alcanzado en aquella fecha la granazón que hoy tienen.
Transcurren los meses finales del año 1933, ya Onésimo, de nuevo al frente de la sección de Valladolid, y reapareciendo con ese motivo el semanario Libertad. Es en esas fechas cuando surge Falange Española, con Primo de Rivera y Ruiz de Alda como dirigentes, el hecho más perjudicial para el triunfo nacionalsindicalista que pudo darse en España. Somos muchos y cada día más los que hoy ven esto claro. Pero prosigamos la línea narrativa.
Al aparecer Falange Española, las J.O.N.S. se encontraron con el siguiente fenómeno: decreció entre los españoles la expectación en torno a ellas, para fijarse en el perfil y en las características de esa agrupación nueva. Ello, unido a la presencia del hijo de Primo de Rivera que proporcionó a F.E. la difusión en poquísimas semanas. Bien conocido es el papanatismo de nosotros los españoles. Ahora bien, decreció la expectación ante las J.O.N.S., pero no decidió ni vaciló lo más mínimo la cohesión de los jonsistas. Esto debe destacarse.
Esa atmósfera, ese hecho que se percibía en torno a las J.O.N.S., y que, desde luego, iba a ser fugacísimo y transitorio, fue lo que puso a los jonsistas en el trance de su tristísima confusión con F.E. y con Primo de Rivera. Fue éste un error de tal magnitud que muchas veces le hemos oído al camarada Ramiro Ledesma sus dudas sobre si después de cometida una equivocación táctica de esa naturaleza no debía recaer sobre los culpables la sanción íntima de considerarse ya sin moral para la acción jonsista. Claro que este camarada y todos los jonsistas nos hemos sobrepuesto al derrotismo de esas dudas y hoy lucha y luchamos por retorcer el pescuezo a las consecuencias lamentables de la confusión triste.
En una reunión de jonsistas caracterizados, convocada en Madrid por Ramiro Ledesma y a la que acudieron Redondo y Bedoya como representantes de Valladolid, se acordó la unificación táctica de esfuerzos con F.E. Esos dos camaradas, como Ledesma y como todos, mostraron la violencia que ello significaba para el jonsismo y que si se disponían a favorecer tal acuerdo lo era sólo en la creencia de que quizá nos iba a ser posible aprovechar la expectación pública ante F.E. para destacar más ante el pueblo la posición jonsista. Todos, y los de Valladolid los primeros, coincidíamos en ir con repugnancia a la prueba, porque temíamos que la ventaja de lanzar con más prisa el jonsismo uniéndolo a Falange ¡ba a ser contrapesada lamentablemente con la presencia real de Primo de Rivera bajo las flechas yugadas de las J.O.N.S. Y es que Primo, el "hijo" de Primo de Rivera, tenía, claro es, popularidad, pero pronto nos dimos cuenta de que era una popularidad negativa, esto es, que era impopularidad.
De Valladolid era de donde llegaban con más apremio las lamentaciones. Todo eran allí críticas sobre la actuación efectivamente deplorable que Primo desarrollaba en el Parlamento y fuera de él. Todo eran quejas y gestos de repulsa hacia el falangismo primorriverista. En el periódico Libertad, en las cartas, en las conversaciones con nosotros, en todas partes, los camaradas de Valladolid, con Onésimo al frente, se reían del pobre caudillejo fracasado y consideraban el daño inmenso que nos proporcionaba mantenerlo a la cabeza del Partido.
Se llegó a más en Valladolid. Primo envió un artículo al semanario Libertad que se echó al cesto de los papeles, considerándolo impublicable. Era ya Primo el jefe, el caudillo, y se encontró sin fuerzas para castigar esa tremenda tomadura de pelo, incorrección o como quiera llamarse. A tal extremo estaban las cosas en Valladolid y en tal situación de desahuciado se encontraba Primo.
Así llegamos a mediados de enero de este año. Primo llevaba cuatro meses al frente del movimiento de un modo absoluto. Su jefatura era catastrófica. A pesar de la coyuntura magnífica de los meses posteriores a octubre, el movimiento decrecía y se hundía sin remedio.
Viene entonces Onésimo a Madrid y asistió a una Junta del Partido, en la que Primo puso de manifiesto aún más que otras veces su radical incompetencia y su carencia absoluta de consignas. Después de esa reunión celebraron los jonsistas -Ledesma, Redondo y Sotomayor- una entrevista en el café Fuyma, en la que examinaron la situación crítica del Partido y consideraron la necesidad de salvar del naufragio la bandera jonsista, rompiendo con Primo de Rivera y haciéndolo así público a los pocos días.
¿Qué pasó, sin embargo, en Valladolid a raíz de la ruptura? Esta es la pregunta y, precisamente, el objeto de este trabajo es darle contestación cumplida. La dejamos para el próximo número de 'La Patria Libre', porque es aún mucho lo que tenemos que decir y hoy va ya esto un poco largo”.
A los ataques recibidos en La Patria Libre, José Antonio contestará:
Arte de identificar "revolucionarios".
Quienquiera se tropiece con un feroz revolucionario –o gevolucionario según dicen algunos guturalizando la r–, con uno de esos revolucionarios tan feroces, tan feroces, que juzgan falsos revolucionarios a todos los demás, debe plantearse a sí mismo, como tema de investigación instructiva, la pregunta siguiente: ¿De qué vive este sujeto? Porque hay tremebundos revolucionarios que ganan, por ejemplo, en una oficina pública 450 pesetas al mes y que gastan dos o tres mil entre viajes, alojamiento independiente, invitaciones a cenar y salario de tres pistoleros en automóvil para protección de sus preciosas vidas. Si alguien se obstina en averiguar de qué manera los tales revolucionarios repiten con sus parvos ingresos el milagro de los panes y los peces, no tardará en descubrir como fuente secreta de tales dispendios la mayordomía de algunos millonarios archiconservadores, o ciertos fondos estables dedicados a la retribución de confidentes. O las dos cosas, que de todo hay en la viña del Señor. Esta abyección inicial aceptada por el pobre revolucionario matiza todos sus gestos y actividades. Unos y otros acaban por adoptar el color de la estafa: desde la afirmación de poseer secretos comprometedores hasta las alocuciones ingenuas, en letras de molde, dirigidas a imaginarias masas cuya simpática escasez permitiría de sobra la celebración de juntas generales en las plataformas de un tranvía. Esto de que un individuo tenga que vender su cualidad de persona decente a cambio de unos cochinos duros (duros, ¡ay!, que sólo recibirá mientras su abyección convenga a los amos), es, aunque triste, un corriente episodio individual. Pero ya es peor que el tal individuo, para devengar su salario, tenga que jugar con la crédula desesperación de unos pobres obreros a los que promete redimir. O que se dedique a injuriar a quienes, con sacrificio serio de posiciones, ventajas, tranquilidad y afectos, llevan adelante la durísima tarea de alistar y curtir en la abnegación a una magnífica juventud patria. Que este movimiento pujante ponga en zozobra a los fabricantes de falsos patriotismos y estados corporativos fiambres no tiene nada de particular; pero que al servicio de esos fabricantes haya tipos de revolucionarios afectadamente mal vestidos y sucios, con la boca llena de demagogias corajudas, es una inmundicia. Las agrupaciones sanas eliminan esa inmundicia normalmente, sin aspaviento ni sorpresa.
(Arriba, núm. 1, 21 de marzo de 1935).
Como se puede apreciar por lo citado anteriormente, el distanciamiento entre José Antonio y Ramiro Ledesma era abismal y sin visos de posible entendimiento futuro. Como así sucedería.
En ese año de 1935, Ramiro marcha a Barcelona, a fin de alejarse de los ámbitos más frecuentados por la organización falangista. Sus esfuerzos por construir un partido nacionalsindicalista en la capital catalana no pasarán del contacto con media docena de amigos y la inscripción en el registro de asociaciones. Su fracaso político en Cataluña le hace retirarse a sí mismo y le proporciona tiempo para escribir dos de sus textos más fundamentales, ¿Fascismo en España? y Discurso a la juventud española.
Continuando la labor que había emprendido con La Patria Libre, también publicó brevemente Nuestra Revolución. En el número 1, de 11 de julio de 1936, se puede leer, este testimonio, del posicionamiento de Ledesma en ese crucial momento:
A los lectores de Nuestra Revolución.
De cara a lo fundamental:
Nos cuesta poco esfuerzo reconocer la licitud política del Gobierno Casares Quiroga, y también, naturalmente, la del Frente Popular. Y se la otorgamos, no a título de reconocimiento de virtudes, sino por su carácter de sucesores forzosos de una etapa, entre calamitosa y grotesca, donde apareció demostrada la ineptitud de los hombres y la flacidez de los ideales derechistas.
'Nuestra Revolución' no moverá, pues, pleito agudo al Gobierno. Nos importan, más que esos menesteres, otros que reputamos de más sustancia nacional e interés para los españoles. Tras de éstos iremos, con la fe y el denuedo de quienes se saben en posesión de anchas verdades, poco conocidas por aquellos mismos a quienes más interesan.
La primera convicción nuestra, la primera verdad que manejamos, es la de que los males de España, las supremas angustias de los españoles, no puede ser sólo explicadas por las incidencias diarias de la política. En ese plano exclusivo no permaneceremos, por tanto, nosotros.
Hace ya varios quinquenios que en España vienen intentándose o ensayándose realizaciones revolucionarias. El calificativo es quizá exagerado, porque las transformaciones positivas, de sentido creador, son, hasta ahora, en realidad, bien leves.
Nos importa identificarnos con el propósito de "revolver" la ruina secular de nuestro pueblo. Pero en trance de "revolución", una preocupación es fundamental: extraer de ella no sólo la permanencia, sino también, y sobre todo, la fortaleza de nuestra nación. Es decir, la fortaleza de los españoles, su felicidad posible, y su vigor histórico que tanto monta”.
No vacilamos en anunciar que nuestros propósitos alcanzan gran radio. Sin reñir con la modestia, proclamamos desde este primer número que el ánimo y el esfuerzo del grupo redactor estarán a la altura de las dificultades que se presente.
Ahora bien, pretendemos que nuestros lectores -aquellos que se sientan ligados a las ideas y rumbos que señalamos- pulsen día a día, número a número, el forcejeo inevitable en que sin duda nos hemos de ver envueltos. Y que se acerquen a nosotros de tal modo que el catalejo sea innecesario, utilizando la mirada directa.
En una palabra, cuanto deseamos decir es que con 'Nuestra Revolución' no nace un simple periódico, sino una actividad en marcha, cuyo éxito y realización sólo es posible si logramos que participen en ella núcleos poderosos de españoles.
Aspiramos a que todos nuestros lectores, por el hecho de serlo, tengan entre sí tal número de coincidencias firmes, que justifiquen su presencia en una misma trinchera de lucha.
Necesitamos apoyos, adhesiones, hombros que se junten con los nuestros para llevar al triunfo la bandera social, nacional y revolucionaria que hoy necesitan de modo urgente los españoles.
Por la continuidad de nuestra Nación, por los intereses de todo el pueblo y contra sus enemigos.
Iniciada la Guerra Civil, fue detenido como elemento subversivo por un grupo de milicianos, cerca de su domicilio habitual en Cuatro Caminos. Su estancia en prisión se alargó hasta el 29 de octubre o el 1 de noviembre. En uno de esos dos días, fue sacado de la prisión de las Ventas y llevado a la zona de Aravaca, donde fue fusilado junto a Ramiro de Maeztu.
Como señala Fernando García de Cortázar:
“Había alimentado la intransigencia de una juventud revolucionaria y su rechazo al pacto con quienes consideraba enemigos íntimos de España y fuerzas dispuestas a destruirla. Ni los liberales esclerotizados, ni los comunistas lanzados a socavar la proyección espiritual del individuo, ni los separatistas decididos a romper la unidad nacional de cinco siglos merecían compasión alguna. Ramiro Ledesma no llamaba al diálogo, sino al combate abierto, implacable, para salvar España. Ese era el tono que correspondía al naufragio de la esperanza de encuentro entre todos los ciudadanos. Ese era el curso que conducía a la desembocadura trágica de 1936. La vida malograda de Ledesma Ramos tiene una dolorosa ejemplaridad, un significado existencial que se refiere a los sueños y pesadillas de una generación sometida a esa inmediatez del Apocalipsis que se tomó como base catastrófica y penitencial de un renacimiento”.