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LEÍDO EN PRENSA

José Antonio y Lorca.

Una cosa sí que era del todo cierta: José Antonio a nadie dejaba indiferente con independencia de la ideología que profesase. Podía más así la atracción del hombre, que la del político.


Artículo publicado en el digital La Razón (27/02/2021). El autor, José María Zavala, lo es también de Las últimas horas de José Antonio y La pasión de José Antonio. | Solicita recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa

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Fotocomposición: Las imágenes de José Antonio y Lorca no fueron obtenidas el la misma fecha y lugar. El fondo de un bar se ha añadido para ajustar la imagen al contenido del texto.
José Antonio y Lorca.

José Antonio y Lorca, pasando por Morla o Celaya


De todos los bares más selectos de Madrid, el favorito de José Antonio Primo de Rivera era Bakanik, en la calle de Salustiano Olózaga, semiesquina a Recoletos y pegadito a la plaza de Cibeles, donde coincidía a veces con Juan Ignacio Luca de Tena y César González Ruano. Aunque Bakanik era más bien un lugar de copas para relajarse entre semana, tras una intensa jornada de trabajo. Solía llegar él hacia las nueve de la noche para tomarse un whisky con agua en aquel local decorado con exquisito gusto antes de retirarse a descansar.

Una noche de 1932 coincidió allí con el embajador chileno y republicano Carlos Morla Lynch, amigo íntimo del poeta Federico García Lorca. Morla consignó luego en sus memorias, con curiosa afectación, el inopinado encuentro:

«José Antonio me es extremadamente simpático. Todo un varón, fuerte, viril, decidido, con rostro y fisonomía de niño bueno. Nunca mejor aplicada para definirlo que la expresión andaluza de “tiene cielo” [...] En vista de que es temprano todavía me voy a un cocktail-party mundano que tiene lugar en Bakanik, el bar que está de moda. Me encuentro allí, en un ambiente elegante y aristocrático, con José Antonio Primo de Rivera, por quien tengo la mayor estimación. Es un muchacho de una entereza y noble caballerosidad a toda prueba; valiente, vertical siempre y seguro de sí mismo. Como creo haberlo dicho ya, contrasta con estas condiciones viriles de hombre fuerte, un rostro y una expresión cautivadora de niño. “Tienes la suerte –le digo– de que te quieren hasta tus enemigos”. Noto que esta declaración sincera le conmueve y, después de repetir la frase pausadamente –”hasta mis enemigos”– como para penetrarla bien, se queda pensativo».

Muy cerca de Bakanik se encontraba otro lugar de copas frecuentado por José Antonio: el Bar Club, en la misma calle de Alcalá, junto a Correos. En aquel ambiente selecto, de gente adinerada, solía conversar con sus amigos hasta bien entrada la madrugada. También acudía de vez en cuando a Casablanca, la sala de fiestas de moda, situada en la plaza del Rey, junto a la calle Barquillo.


Una noche de güisquis


Años después, conoció en aquel mismo lugar a García Lorca, según testimoniaba el también poeta Gabriel Celaya al escritor Andrés Trapiello:

«A José Antonio –aseguraba Celaya– me lo presentó Federico en Casablanca, una noche de güisquis. Yo no había ido con Federico, había ido con un grupo de la Residencia. Casablanca era un cabaret, como se decía entonces, un sitio de baile nocturno. Y allí fuimos, después de cenar, y allí estaba ya Federico. “Oye, ven aquí –me dice–, te voy a presentar a José Antonio, vas a ver que es un tío muy simpático”. Y nos presentó. Eso sería el 34».

Añadía Celaya la íntima confesión que un día le hizo García Lorca sobre José Antonio:

«¿Sabes que todos los viernes ceno con él? Pues te lo digo. Solemos salir juntos en un taxi con las ventanillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo, ni a mí me conviene que me vean con él».

Que José Antonio «admiraba extraordinariamente» a Lorca, «de quien decía que sería el poeta de la Falange», como escribió su hagiógrafo Ximénez de Sandoval, parece no existir la menor duda. Pero eso era todo. El propio Gabriel Celaya corrigió luego a su amigo Federico:

«Cuando él me dijo eso de que todas las semanas cenaban un día juntos, a lo mejor era una exageración de Federico, porque Federico era muy fantasioso, pero que él conocía a José Antonio, esto es verdad, esto es completamente cierto».

El también diplomático Claude G. Bowers, embajador de Estados Unidos en Madrid, se quedó fascinado al conocer a José Antonio:

«Aquella tarde –recordaba–, en un té danzante celebrado en la quinta de un amigo, conocí a un joven interesante que estaba destinado a tener un fin trágico. José Antonio Primo de Rivera, hijo mayor del general dictador, era un joven moreno y guapo. Su cabello, negro como el carbón, brillaba sedosamente. Sus ojos, también negros y agudamente inteligentes. Su rostro, fino y de tinte andaluz. Sus maneras, corteses, modestas, deferentes. Era de la casta de los mosqueteros de Dumas. Yo lo recordaré siempre tal como lo vi la primera vez: joven, pueril, cortés, riendo y bailando aquella tarde en la quinta de San Sebastián».

Una cosa sí que era del todo cierta: José Antonio a nadie dejaba indiferente con independencia de la ideología que profesase. Podía más así la atracción del hombre, que la del político.


Consumado deportista


José Antonio Primo de Rivera fue también un consumado deportista. Jugaba al polo en el Club Puerta de Hierro, en cuya piscina nadaba bajo la supervisión de su profesor y camarada Manuel Valdés Larrañaga, campeón de la especialidad. Era socio también del Club Natación Canoe, en la calle de Jacometrezo. Se desvivía por la equitación, que le había enseñado un consumado jinete como su tío Fernando, la cual practicaba vestido impecablemente a la moda inglesa. Y por supuesto, disfrutaba de lo lindo con la caza desde sus primeras incursiones en la finca familiar de Robledo de Chavela (Comunidad de Madrid), hasta las monterías en los cotos de parientes y amigos, acompañado a veces por su gran amor Pilar Azlor, con quien mantuvo un noviazgo de cinco años. Fallecido su padre, suscribió una participación anual de 400 pesetas en la sociedad La Torrecilla, que explotaba un coto de caza en la provincia de Badajoz.


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