JOSÉ ANTONIO

Ante la maleta de José Antonio.

En cualquier nación seria y orgullosa de su historia, esa maleta justificaría un museo (...). Tanta grandeza como encierra esa pequeña maleta resultaría una afrenta, una verdadera provocación..

Texto publicado en Gaceta de la FJA. Nº 320, de mayo de 2019. También se puede leer en el blog "Arriba" (incluye fotografías). Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.​

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Ante la maleta de José Antonio.

Ante la maleta de José Antonio.


Cuando salí de allí, me temblaban las piernas.

Fue algo más de una hora el tiempo que permanecí contemplando absorto la última maleta que hizo José Antonio antes de partir hacia los luceros. Imposible describir con palabras el torrente de sensaciones.

Apenas hablé. Tener en mis manos el auténtico testamento –para mí la obra más limpia, brillante y lúcida de su vida, verdadero compendio de valores e ideales, que a nadie, absolutamente a nadie, puede ofender y que nadie puede dejar de admirar… –Desenroscar la pluma Astoria que utilizó para escribirlo sin enmienda alguna y también aquellas cartas inolvidables de despedida la noche antes de su fusilamiento… me convirtió por un rato inolvidable en un mudo, incapaz de articular palabra por la emoción de estar ante las reliquias de un hombre excepcional.

Coger con mis propias manos la pelota de trapo con la que agotara sus últimos momentos de ocio, sus últimas sonrisas... abrir el librito de oraciones que inspiró su última plegaria... doblar con unción el mono azul que le sirvió de atuendo en el presidio… Hurgar entre sus últimos papeles, sonetos, cartas, Alarico Alfós, Germánicos contra bereberes… contemplar en mis manos aquél telegrama de mujer en el que, desde París le decía “Je pensé a toi. Love. Elizabeth”... bucear entre el rigor ordenado del guión de su defensa ante el Tribunal Popular... acaso pensó que merecía la pena emplear lo mejor de su oratoria y su oficio de abogado para afrontar con serena dignidad un proceso cuyo fallo ya estaba redactado.

Tener en la palma de mi mano la medalla de la Santa Faz que le regalara algún camarada alicantino, el “detente” escrito y dibujado a mano el Sagrado Corazón… el trozo de tela de raso rojinegra que apretase en su puño en sus últimos días… 

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Allí estaban el vaso y la cucharilla de plata tal y como él los dejó aquella maldita madrugada de noviembre, sus toallas, su peine Hércules, su brocha y su maquinilla de afeitar, sus gafas circulares con las patillas de carey rotas en mil pedazos y la vieja llave de algún secreter que aún debe estar esperando a ser abierto.

Imposible describir con palabras el torrente de sensaciones, de imágenes y de pensamientos que me asaltaban ante la visión de esa vieja maleta de cuero en la que, primorosamente ordenada, está de nuevo guardada la intimidad del hombre al que la muerte convirtió en mito, pero cuya intensa y corta vida, su incomparable estilo e intachable conducta le elevan como arquetipo de honradez, generosidad y coraje en el servicio a España.

En cualquier nación seria y orgullosa de su historia, esa maleta justificaría un museo. La España de hoy, amnésica y amoral, corrupta y envilecida, no lo merece. Tanta grandeza como encierra esa pequeña maleta resultaría una afrenta, una verdadera provocación. En buenas manos está este tesoro aguardando, tal vez, una nueva primavera en la que los españoles se hagan merecedores del legado de un español excepcional.

Mi gratitud eterna a quienes me han concedido la enorme dicha de poder tenerla, por una vez en mi vida, entre mis manos.


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