EDITORIAL

Trampantojo

En este trampantojo de la 'libertad de expresión' del rapero Hasel hay algo más, se trata de una orquestación de una extrema izquierda, aparentemente ácrata e irracional, que está alentada por uno los partidos que forman el Gobierno de la nación, con unos fines concretos.

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2021-02-28-traspantojo-1w
Trampantojo

Trampantojo


La detención del rapero Pablo Hasel por apologista del terrorismo y otros delitos pendientes, ha sido, al parecer, el detonante de una explosión social, que se ha traducido en manifestaciones tumultuarias en muchas ciudades españoles, con el epicentro en Cataluña. Barricadas incendiadas, destrozos y saqueos, agresiones provocativas a las fuerzas de orden público, son las evidencias de cada noche.

A simple vista, podría establecerse un paralelismo con la banlieue francesa o con las protestas de los chalecos amarillos; para lo segundo, basta ver la organización a modo de guerrilla urbana; para lo primero, las imágenes televisivas que atestiguan la presencia de menas, según parece muy concienciados por la libertad de expresión artística…

Otra posibilidad es que estas violentas protestas respondan a ese estado del malestar, del que se hacía eco el profesor Buceta (ver Cuadernos de Encuentro 143), manifestado en movimientos voluntaristas que pretenden configurar la historia a su medida mediante mediadas abstractas y pretenden destruir lo existente para luego configurar su utópico bienestar.

Hay algo más y diferenciado en este trampantojo de la libertad de expresión del rapero, que le da un riguroso carácter localista: se trata de una orquestación de una extrema izquierda, aparentemente ácrata e irracional, que está alentada por uno los partidos que forman el Gobierno de la nación, con unos fines concretos. La excusa de Pablo Hasel es similar a la de las protestas taurinas que llevaron a la degollina de frailes en 1835…

¿Cuál es el objetivo? No solamente poner punto final a un Régimen político y derogar una Constitución, como se lamenta la derecha pusilánime, sino cuestionar la misma existencia de España, considerada como Estado fallido y despreciada como patria común de los españoles.

Aunque no conste en las pancartas reivindicativas, subyace claramente la colaboración entusiasta de los separatismos (aquellos que hace dos años incendiaron también las calles); así, todos hemos visto en los reportajes de cada noche las esteladas que ondeaban al viento entre el humo de los contenedores quemados y también las estrellas solitarias estampadas sobre banderas castellanistas y galleguistas.

Fuera de esta intención, el resto es puro folclore: universitarios convocados a la típica huelga del segundo trimestre, menas saqueadores, banderas negras de la acracia, niñatos en busca de emociones…

¿Sabrá el titubeante Estado español aguantar esta embestida y las que vendrán? ¿Tendrá algún efecto entre las fuerzas políticas solo volcadas a sus intereses? Y, lo más importante, ¿servirá para despertar de su letargo a muchos españoles, estos sí representantes del estado del malestar que han provocado, no solo la pandemia y sus consecuencias, sino la mala gestión de administraciones y gobiernos partidistas.