EDITORIAL

El parlamentarismo de 'tipo conocido'

Cuando José Antonio Primo de Rivera desdeñó el parlamentarismo, se apresuró a añadir “de tipo conocido”, y, por lo que vemos, no tiene mucho que envidiar el actual parlamentarismo español con aquel de la Segunda República.

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El parlamentarismo de 'tipo conocido'

El parlamentarismo 'de tipo conocido'.


El espectáculo ofrecido el otro día en el Congreso con motivo de la votación de la reforma laboral es de los que pasará a la historia, aunque los medios del sistema se encarguen de que lo olvidemos pronto. Y no tanto a los anales de la política, sino de la literatura, pues sus señorías escenificaron un esperpento, al modo de Valle-Inclán, o, si se quiere, una astracanada, digna de Muñoz Seca.

España entera ha sido testigo del sinfín de despropósitos que acompañaron la votación, desde la actuación de la presidente del hemiciclo, señora Batet, hasta los dos votos díscolos (pero honestos) de UPN y el error del diputado del PP que ofreció en bandeja una pírrica victoria a Yolanda Díaz y al presidente Sánchez, cariacontecidos minutos antes. Como diría un chusco: Pa'mear y no echar gota

En bastantes ocasiones hemos cuestionado desde esta página la representatividad real del Parlamento desde varias perspectivas: las listas cerradas en las candidaturas, la primacía del voto territorial sobre el de las personas concretas, la férrea disciplina de los partidos frente al voto de conciencia, que hace a los diputados, no representantes de la soberanía nacional, sino de sus respectivos partidos, esa partidocracia como semeje de una democracia… En el fondo, también hemos cuestionado el sentido individualista de la democracia liberal, cuando una sociedad no está formada por individuos aislados, sino por un entramado de relaciones y funciones sociales con sus propios intereses, que no suelen coincidir con los de los partidos.

No solo somos nosotros quienes opinamos así; en la historia de España hay multitud de pensadores que, disconformes con este tipo de supuesta democracia, ofrecían iniciativas sólidas para su rectificación, eso que hoy en día Europa entera llama autentificación democrática.

 Para no repetirnos y aludir al pasado, leamos la opinión de Max Belof, profesor de Oxford, quien dice textualmente:

«Los partidos políticos, ni en su composición, ni en sus programas, ni en sus eslóganes, reflejan las auténticas dimensiones que existen en cuanto al rumbo que deben seguir los intereses nacionales. Hay en el país una serie de genuinos intereses que exigen ser oídos, a través de instituciones representativas, profesionales, territoriales e incluso ideológicas».

La pregunta inmediata es ociosa en este sentido: ¿representan los parlamentarios españoles los intereses del pueblo español? Nuestra respuesta es que, evidentemente, no.

Otra cuestión ━en la que no queremos abundar ahora━ se refiere a la categoría intelectual o moral de nuestros teóricos representantes. Quizás valdría traer a colación aquella irónica frase de Gandhi al respecto:

«Cuando el que gobierna (en nuestro caso, además, el que legisla) es un idiota, es que los que lo eligieron están bien representados».

Cuando José Antonio Primo de Rivera desdeñó el parlamentarismo, se apresuró a añadir “de tipo conocido”, y, por lo que vemos, no tiene mucho que envidiar el actual parlamentarismo español con aquel de la Segunda República, en el que, por cierto, él actuó brillantemente, provocando por lógica las iras de la derecha y de la izquierda.

Acaso algún día, sin traumas históricos, la sociedad española apueste por otros tipos de parlamentarismo que sean más representativos, en la dirección que se denomina democracia mixta o de síntesis, capaz de llevar los verdaderos intereses nacionales a las leyes,

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