EDITORIAL

Los enemigos de la Hispanidad

El constante aleteo, sibilino y sugerente, de los nacionalismos, llámense como se llamen, se hace hoy bajo la excusa neomarxista de las 'minorías oprimidas', y es el que provoca los constante graznidos contra la Hispanidad y contra la tarea histórica de España.
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No dejemos para la historia el grito de ¡Arriba los valores hispánicos! que nos legaron nuestros fundadores
Los enemigos de la Hispanidad

Los enemigos de la Hispanidad


La semana pasada, este editorial arremetía contra las insensateces históricas de López-Obrador y de Bergoglio, en su cuestionamiento mostrenco de la proyección de España en América. Pero no son solo ellos los que cuestionan la Hispanidad, pues, desde la misma España, chirrían voces enemigas cada vez que se acerca la fecha del 12 de octubre.

Pertenecen, claro está, a quienes se empecinan en no sentirse españoles, es decir, a los separatistas de cualquier pelaje, en expresión de Eugenio d´Ors. Por otra parte, la España oficial tampoco es que demuestre excesivo entusiasmo en los actos conmemorativos de la Gesta: la izquierda menosprecia, desde su pretendida superioridad, y la derecha soslaya, desde su probada cobardía. Y eso a pesar de haber hecho coincidir el Día de la Hispanidad con la Fiesta Nacional de España, lo cual no está nada mal por otra parte.

Busquemos las razones de esta feroz enemiga, aquí, en España, y allá, en Hispanoamérica, y creemos que la clave profunda nos la ofrece el filósofo catalán citado; citemos un párrafo de su Nuevo Glosario:

«El viaje de España tuvo un nombre definido en el léxico de la ciencia de la cultura y suena así: colonización. Ello representaba una fórmula interina, bien que la interinidad durase centurias, de la cual había que salir (…) Podría salirse de dos modos: o bien por el camino de la unidad, que es el de Roma, o por el de la dispersión, que es el camino de Babel. El diablo, que no Dios, el diablo y también no poco las diabluras, pública y secretas, de los hombres que hicieron que, por ser horas aquellas de romanticismo, liberalismo y nacionalismo, se prefiriera el camino de Babel, y este no solo por parte de quienes se separaban, sino por parte de quien con ello venían a quedarse aislados y amputados».

El camino de Babel es el que se está eligiendo todavía, en España y en América, para proseguir la tarea diabólica de la dispersión nacionalista; aquí, con los separatismos locales, promocionados por la deriva del Estado de las autonomías; allí con el indigenismo, promovido por la demagogia de, por ejemplo, López-Obrador, y por intereses económicos ajenos a las verdaderas necesidades de las poblaciones hispanoamericanas.

El constante aleteo, sibilino y sugerente, de los nacionalismos, llámense como se llamen, se hace hoy bajo la excusa neomarxista de las minorías oprimidas, y es el que provoca los constante graznidos contra la Hispanidad y contra la tarea histórica de España. Lo peor es que contamos con escasos defensores, quizás debido a esa intensa campaña de acomplejamiento a que hemos estado sometidos los españoles desde hace décadas y que parece estar ahora en uno de sus puntos álgidos con la proliferación de memorias.

Volvamos a Eugenio d´Ors: «La Hispanidad es una constante de España, aun antes de los descubrimientos; y porque la entidad de España no puede concebirse si no se ve potenciada por un sentido dinámico y misional».

Quienes creemos en ese sentido dinámico y misional como justificación del patriotismo ⎼que nos cuidamos mucho de diferenciar de las faramallas patrioteras⎼ celebraremos el Día de la Hispanidad, que es el de la Fiesta Nacional de España no por casualidad, no solo con la asistencia a los actos que se celebren en esa fecha, sino con la aquiescencia de todos los días del año en nuestras mentes y en nuestros corazones. No dejemos para la historia el grito de ¡Arriba los valores hispánicos! que nos legaron nuestros fundadores.

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