OPINIÓN

Decoro y puritanismo

Existe algo que se llama pundonor, decoro, dignidad o, si quieren, sentido del honor, aunque esta última palabra haya desaparecido del vocabulario y de la comprensión de la sociedad posmoderna.

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Decoro y puritanismo

Decoro y puritanismo


Querido lector: lo siento de veras; después de varias semanas de resistencia, en las que he prestado oídos de mercader a un tema que consideraba anecdótico e inane, y tras el paréntesis vacacional, cuando suponía que estaba muerto y enterrado, la insistencia de los medios me obliga a referirme a la bofetada, esa que propinó el actor Will Smith al humorista y presentador de la gala de los Óscar Chris Rock.

Como un a modo de consigna de obligado cumplimiento, todos los medios siguen cargando contra el actor que, quizás en un momento de recalentón, subió al escenario y cruzó la cara, a mano abierta, del deslenguado que se había burlado de la enfermedad de la esposa y de sus consecuencias estéticas. Recalco lo del obligado cumplimiento, porque es una constante en todo el mundo occidental, que, como sabemos, sigue estando patrocinado por el Imperio USA, y no hace falta que ponga otros ejemplos de máxima actualidad y de mayor gravedad que están en la mente de todos.

El tema, pues, colea, aderezado por otras connotaciones o posverdades ⎼eso nunca se puede saber con seguridad⎼, como los tratamientos psicológicos, la influencia de la Cienciología, los arrepentimientos y las sanciones; uno, como ciudadano corriente que se ha hartado de ver las imágenes del hecho una y otra vez, quiere prescindir de todo ello en su personalísima e intransferible opinión.

¿Qué les voy a decir? Me parece consecuente y viril (¡horrible palabra para la corrección política!) que un marido salga en defensa de su cónyuge, máxime en la circunstancia sanitaria que concurren; sea Will Smith o sea el mismísimo Pablo Iglesias, con la diferencia de que el primero no ha otorgado ministerio alguno a su señora. Desde que el mundo es mundo (ya se sabe: machista y heteropatriarcal), existe algo que se llama pundonor, decoro, dignidad o, si quieren, sentido del honor, aunque esta última palabra haya desaparecido del vocabulario y de la comprensión de la sociedad posmoderna y, en consecuencia, esté completamente ausente de la educación en valores en las aulas desde hace décadas. Y, por favor, no me saquen a colación el tema de los duelos decimonónicos para hacer frente a las ofensas a la persona amada, porque aquí solo se trata de una bofetada.

Seguro que si hubiera sido una esposa la que la hubiera propinado aquí no habría pasado nada; es más, habría sido cubierta de elogios; el feminismo hubiera acudido en masa, en socorro mediático y hasta judicial, y nadie rechistaría. Y menos mal que tanto Smith como Rock son negros, pues de lo contrario las redes y los medios estarían temblando ante el racismo que se ocultaba en la agresión, y los pocos monumentos históricos que deben quedar en los Estados Unidos estarían ahora por los suelos.

Nos encontramos ahora en una controversia indisoluble: entre el decoro y el puritanismo, ese que promueve un moderno ejército de salvación de origen estadounidense, y que nació en las universidades de la costa este; sus oficiales y soldados condenan sin paliativos la violencia, salvo que esta sea ejercida en defensa de esa corrección política mencionada. Obedece a una larga tradición en aquella nación, la misma que predicaba la igualdad entre los hombres a condición de que no se tratara de los nativos pieles rojas, la misma que se desvivía por los pobres cubanos oprimidos por los españoles, la que nos transmitió la leyenda de que su guerra de Sucesión tenía por justificación la liberación de los esclavos…

Decía Ortega que la violencia es la razón exasperada, y creo que podía tener razón. Además, existen muchas clases de violencia, no solo la física de la bofetada de marras, y muchos estamos sufriendo en nuestros días una sutil violencia psicológica, que nos viene dada precisamente por los medios obedientes a un mismo patrón: es la violencia de la mentira, de la insidia, de la burla, y frente a ella no se puede ejercer ningún decoro, y menos las bofetadas, porque entonces tienes encima todos los sambenitos del mundo.

Volviendo a la escena de la gala de los Óscar, quizás lo que sobró en la viril reacción de Smith fueron sus palabras a voz en grito; acaso sea preferible la violencia mesurada ⎼la del bofetón a mano abierta⎼ que la de la grosería; el silencio despreciativo hubiera sido más digno que el exabrupto.

Soy de natural pacífico, y para recordar escenas de agresividad por mi parte he de recurrir a los años escolares, cuando la violencia infantil no era acoso escolar sino expansión de energías vitales; con todo, el recuerdo es borroso. Creo que hablando se puede entender la gente y que no hay mejor castigo que el desprecio; o, mejor, el perdón.

Ahora bien, no sé cómo reaccionaría si, en público o en privado, alguien se burlara o insultara a mis seres queridos, mi esposa, mis hijos o mis nietos, por ejemplo; y más si, como parece en este caso, lloviera sobre mojado y hubiera antecedentes del escarnio. A lo mejor, daría la espalda al ofensor; a lo mejor, la bofetada no sería con la mano abierta, sino con un rotundo puñetazo al modo de esas películas que nos endilgan continuamente esos puritanos de allende el mar.

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