OPINIÓN | RAZONES Y ARGUMENTOS

Subversión desde el poder.

La subversión tiene un canon y lo que padecemos en España es una subversión de libro, canónica. La subversión con mayores posibilidades de éxito y la más rápida en la consecución de sus objetivos es la que se realiza con la complicidad del poder que trata de subvertir.


Publicado en el núm. 144 de Cuadernos de Encuentro, de primavera de 2021. Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de 'Cuadernos' en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal)

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Subversión desde el poder.

Subversión desde el poder.


La subversión tiene un canon y lo que padecemos en España es una subversión de libro, canónica. La subversión con mayores posibilidades de éxito y la más rápida en la consecución de sus objetivos es la que se realiza con la complicidad del poder que trata de subvertir. Resulta generalmente improbable que esa complicidad se de en la medida de penetración que los subversivos apetecerían. Pero España es diferente. A la subversión la llama Pablo Iglesias «gimnasia revolucionaria».


Nuevas banderas


Los valores esgrimidos históricamente por el socialismo: solidaridad, igualdad, libertad tolerancia… resultan ser proclamaciones desde la oposición pero no realidades cuando gobierna. El tándem Sánchez-Iglesias mostró pronto su radicalismo y sus prisas. Apostó por la batalla ideológica. Llevó a la Fiscalía General del Estado a una diputada socialista hasta entonces ministra de Justicia, y anunció el cambio urgente del Código Penal, una vía nada encubierta para contentar a golpistas. Batalla ideológica es la invasión del Consejo General del Poder Judicial, la paralización del control parlamentario, y la censura a través de un orwelliano ministerio de la Verdad.

Obsoletas las viejas banderas socialistas, y no digamos las comunistas, y arrumbados sus añejos engañabobos a zarpazos de la tozuda realidad, las nuevas banderas se tintan de ideología extremista. Así ocurre con el ecologismo alarmista, el feminismo radical y excluyente y el animalismo irreal y desbocado, sin olvidar los viejos mantras de la educación intervenida o de confundir interesadamente Estado aconfesional con Estado laico. Por no insistir en el ataque de la izquierda radical a la Iglesia católica que nunca cesó.

Supimos un día que «el dinero público no es de nadie» (Calvo); que «los hijos no pertenecen a los padres» (Celáa); que «los hombres roban la leche a las vacas lo que supone un maltrato animal» (García Torres, director general podemita de Protección Animal); que «en la mayor parte de los periodos históricos las mujeres, si hubiesen podido elegir, hubiesen escogido no mantener relaciones sexuales con los hombres» (Gimeno, directora podemita del Instituto de la Mujer y expresidenta de la Federación de LGTB), olvidando que está en este mundo gracias a que su señora madre no tuvo a bien compartir esa opinión; que no nacemos hombres o mujeres «porque la opción debemos tomarla nosotros mismos» (Montero).

Otra bandera ideológica de la izquierda es la lucha contra el llamado cambio climático, que de una forma u otra ha existido siempre pero hoy es un emblema. De Teresa Ribera, ministra de Transición Ecológica y vicepresidenta, al ciudadano le quedan su guerra al diésel, expresada con tanto ahínco que arrasó la venta de vehículos, y sus desvelos contra los toros y la caza. Desde el exterior nos llega, como modelo, esa jovencita sueca, Greta Thunberg, recibida con fruición en varias Cumbres del Clima, en el COP 25 de Madrid y en el Foro Económico Mundial de Davos, cuando debería dedicarse a estudiar. Los temas serios están en manos de políticos radicales que los convierten en ideología utilitaria, y de aficionados que se dejan embaucar, pero en el fondo inanes.


Quiebra del centro.


Otro elemento que, sin desearlo, favorece la realidad de subversión que padecemos, es la quiebra del centro político. Durante un tiempo los analistas consideraron que las elecciones se ganaban desde el centro y acudían a ejemplos señeros. No era el menor aquel inteligente viraje que Felipe González impuso en el PSOE cuando abandonó el marxismo y lo acercó a la realidad social con el resultado de 202 diputados. Más tarde Adolfo Suárez fundó su centrismo: UCD; fue un partido de gobierno. En la Transición una sociedad centrada impuso políticas centradas.

Cuando en 1971 Nixon envió a Madrid al diplomático y general Vernon Walters para indagar de Franco qué sucedería a su muerte, el entonces jefe del Estado le dijo que tras él «vendrá la democracia pero no ocurrirá nada fatal». Y ante la insistencia de Walters en saber cómo estaba tan seguro, Franco le contestó: «Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno». El enviado de Nixon pensó que se refería a las Fuerzas Armadas, pero su interlocutor aclaró: «La clase media española; diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español». Franco intuía lo que llegaría tras él y que la fuerza centrada de la clase media modularía el inmediato futuro.

La moderación del PSOE, ya dañada por Zapatero, fue arrasada por Sánchez, como arrasó la concordia entre españoles, la reconciliación, la superación del pasado crispado y la aceptación de la Historia como fue. El narcisismo rampante del presidente, su interés personal en permanecer en la Moncloa a cualquier precio, dejó atrás la conveniencia de todos para asumir sólo lo útil para él. Desde esa autoestima sublimada, Sánchez con una ausencia pavorosa de valores, resucitó el odio y posibilitó el retorno al radicalismo. Los socios de su atípica y falaz moción de censura, un golpe parlamentario con curiosa ayuda judicial, lo evidenciaron. Luego llevó al Gobierno a los comunistas, con una vicepresidencia para Iglesias, un radical sublimado, y repitió socios entregándoles el futuro de todos. Sánchez no aprendió del fracaso.

La consigna de la izquierda, aupada por los medios de comunicación cercanos y generosamente «engrasados», que son muchos y poderosos, es insistir en la idoneidad de un Gobierno «progresista» (de hecho radical) para salvar a España (ellos hablan de «país») de la extrema derecha, o sea del fascismo. El adjetivo «fascista» lo utiliza la izquierda con prodigalidad contra esto y aquello cuando le conviene. Ahora lo emplea contra Vox. La izquierda y los medios de siempre ubican a Vox en la extrema derecha, pero Podemos está situado en la extrema izquierda y sus dirigentes se reconocen comunistas y eso no se dice tanto; para demostrarlo están videos y hemerotecas.


Liquidar la Transición


Podemos, cuya aspiración declarada es liquidar el sistema nacido de la Transición, lo que ellos llaman «régimen del 78», incluidas la Constitución y la Monarquía parlamentaria, se suma a actos bajo la convocatoria «Adiós monarquía, hola democracia», jalea a golpistas del independentismo catalán, habla de presos políticos y asume con naturalidad la relación con los herederos del terrorismo. Pablo Iglesias se emociona si sus acólitos atacan a policías y guardiaciviles, se jacta de no utilizar la palabra España y desprecia a la bandera nacional. O jalea la subversión en nuestras calles y, con gran daño para el crédito exterior de la Nación, proclama que la democracia española no es plena. Por todo ello, pues nadie defiende lo que no cree, Podemos está inhabilitado para formar parte del Gobierno. Sólo se le pudo ocurrir tal dislate a quien se sitúa extramuros de la Constitución, sea un cínico o un estulto con cierta soberbia chulesca. Sánchez ha sido fagocitado por el leninismo podemita, no al revés. Y no hay en el PSOE dirigentes que se rebelen.

En la mal llamada nueva política, los jóvenes de la izquierda radical tienen una versión, no vivida y tendenciosamente contada, de aquellos años irrepetibles de la Transición. Por eso achacan a sus padres no haber conseguido la tan cacareada ruptura y haberse avenido a aceptar una reforma «de la ley a la ley». Con esa opinión demuestran frivolidad e ignorancia. Un personaje tan pragmático y avisado como Carrillo asumió la reforma; sabía que el exilio y los radicalismos eran incapaces de alzar un futuro deseable sin el concierto decisivo del reformismo interior. Y sobre todo del Rey.

Sánchez resucitó a Franco y quiso ganar una guerra a más de ochenta años de su final. Con ello soliviantó a supuestos franquistas, incluso a los que nunca se habían sentido tales, y apostando por el radicalismo de izquierdas, en una caricatura del frentepopulismo de los años treinta del siglo pasado, se está convirtiendo en impulsor de sus antípodas políticos. En una sociedad en otro tiempo claramente centrada y ya camino de la total crispación, el presidente potencia una opción que declaró reiteradamente deplorar haciendo de la mentira su fórmula habitual.

Por su parte, PP, C,s y Vox acertarán si leen correctamente los mensajes de la situación. La posición de Casado, Arrimadas y Abascal, no es fácil, ni siquiera la de este último tras su resultado en Cataluña. Cuando escribo estas líneas Casado no ha movido ficha salvo anunciar un traslado de su sede histórica, dando en definitiva la razón a Sánchez. Ni siquiera el PSOE abandonó su sede de Ferraz tras la sentencia de Filesa (única condena por corrupción a un partido como tal) ni tras la sentencia de los EREs de Andalucía con dos expresidentes del PSOE condenados. Arrimadas no ha dicho ni pío, y Abascal sigue con su intención de un generalizado sorpasso al PP. ¿Cómo el centro-derecha sigue haciéndole el juego a Sánchez?

Si el centro-derecha constitucional –PP, C`s y Vox– no va coaligado a las elecciones resultará inevitable que Sánchez se eternice en la Moncloa. Por los restos, la Ley D´Hont favorecerá a los partidos mayoritarios en cada circunscripción, como ya pasó. Como ciudadano español lo que menos me preocupa es que PP, C`s o Vox consigan por separado más votos si no suman entre los tres los suficientes para cambiar las políticas de la izquierda radical que padecemos. Es un asunto de aritmética no de ver quién consigue una sombra mayor. Ese es un tema de personalismos baldíos que engordarán el ego de los líderes, de sus forofos, o de sus familias, pero que no impedirán que tengamos por delante duros inviernos políticos en manos de una izquierda radicalizada en extremo que condenará a España, otra vez, a la ruina y al desprestigio ante el asombro de Europa que ya ha enviado reiteradas señales de alarma. Con Podemos en el Gobierno pocos dudarán de que, por ejemplo, Teherán y Caracas están en disposición de saber al detalle las discusiones del Consejo de Ministros, entre otras informaciones sensibles, por ejemplo del CNI. Creo que fui el primero que apuntó ese riesgo en una Tercera de ABC.

Con el altavoz de un brillante manejo de la comunicación la izquierda mantiene sus mensajes con eficacia consiguiendo un tratamiento favorable y a menudo, para los no avisados, con marchamo de credibilidad. ¿Qué respuesta contrapone el centro-derecha? Su batalla ideológica ha sido, mediáticamente y me temo que estratégicamente, al menos perezosa. Un «todos contra todos» que consiste en mirarse el ombligo y medirse con sus socios naturales. Aparte de un zigzagueo político del que no se ha librado ni Vox, con reiteradas posiciones junto a la izquierda, por ejemplo en el Ayuntamiento de Madrid, y alguna importante votación parlamentaria salvando a Sánchez.


Europa nos mira


Arancha González Laya, responsable de Exteriores, tomó posesión asegurando que «comenzamos una nueva etapa» porque «Spain is back, Spain is here to stay» (España ha vuelto, España está aquí para quedarse). ¿Es que antes de su feliz advenimiento España no existía en el concierto de las naciones? Una dosis menor de autocomplacencia hubiese resultado más elegante. Y, sobre todo, más ajustada a ciertos acontecimientos subsiguientes. A la peor ministra de Asuntos Exteriores de España que se recuerda le ha tocado asistir a situaciones ridículas y bochornosas y a un prestigio nacional lesionado por culpa del Gobierno.

Por ejemplo, la ampliación unilateral por Marruecos de las 12 millas de su frontera marítima con España creando una Zona Económica Exclusiva de 200 millas a lo largo de la costa del Sahara Occidental, que la ONU no reconoce como territorio marroquí. Supuso otro fuego internacional la irresponsable declaración de Iglesias defendiendo un referéndum en el Sahara, que inmediatamente provocó una declaración de Washington de apoyo a Rabat. Paralelamente, Francia concertó con Alemania y Polonia el núcleo duro de la Unión Europea después del Brexit. Macron, su impulsor, deja a España fuera, y la ministra del «Spain is here to stay», proclama que España se acercará a Italia «para pesar en una UE cambiante». Un giro copernicano ya que hasta ahora anhelábamos incorporarnos al eje franco-alemán. Varsovia lo ha tenido más claro que Madrid, y eso que nunca sus dirigentes anunciaron enfáticamente «Poland is back». Por no insistir en el vergonzoso retraimiento en el tema de Gibraltar, o el ridículo del viaje de Delcy Rodríguez, peón principal de Maduro, contraviniendo las sanciones europeas. O lo más grave para la credibilidad de España: las reiteradas proclamaciones del vicepresidente segundo del Gobierno negando que nuestra Nación sea una democracia plena.

Zapatero fracasó en política exterior y Sánchez recorre ya el mismo camino de alumno aventajado que en otras causas radicales, como la llamada «memoria histórica», hoy en la versión más tensada y probablemente inconstitucional de «memoria democrática». Un Gobierno con ministros declaradamente comunistas supone una rareza en Europa. A nuestro Gobierno se le añaden, además, particularidades notorias. Tanto que en el listado del Instituto CIDOB, prestigioso think tank en análisis internacionales, el Gobierno español es el único de los 27 de la Unión considerado «de izquierda». Por así decirlo: de una izquierda sin edulcorantes. 

El socialismo lleva años retrocediendo en la Unión Europea. España es una de las islas en ese mar de fracasos, pese a que el PSOE sigue en sus mínimos históricos. Manuel Valls, buen conocedor del socialismo europeo, lo tiene claro: «Sánchez y sus socialistas parecen fuertes porque no quedan muchos más en otros lugares». Sánchez no sabe bien qué es. Eligió pactar con los radicales y se convirtió en radical. Y orilló el constitucionalismo. Su Gobierno sólo nos ha ofrecido contradicciones y disparates. Ha pisado todos los charcos.

Las Embajadas de los Estados de la UE en Madrid cumplen su trabajo. Me comentaba el embajador de un país amigo, y al que me siento vinculado por lazos familiares, que en las Cancillerías europeas se conocen en detalle las intervenciones de Pablo Iglesias; conocen los videos de sus comparecencias públicas, sus declaraciones, etcétera. Y, como no, algunos discursos suyos en el Pleno del Congreso con alabanzas al comunismo. Eso sucede cuando el político comunista vicepresidente de Sánchez deja a un lado su papel de conciliador casi eclesial y se muestra como es en realidad. Un personaje o personajillo como Iglesias es una «rara avis» en el panorama de los gobiernos de la UE. Le falta «relato», como ahora se dice, y cree que puede mantener en el Gobierno y en el Parlamento sus tics y su lenguaje de las Asambleas de Facultad.


Europa condena el comunismo


El 19 de septiembre de 2019 se aprobó una sonada Resolución del Parlamento Europeo sobre la importancia de la Memoria Histórica de Europa como un acto de justicia democrática en el LXXX aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial. En aquella Resolución se condenó a los totalitarismos comunista y nazi y «sus horribles crímenes». Como el totalitarismo nazi no existe la actualidad la aporta la condena del comunismo. No me identifico con el concepto de «memoria histórica» intencionadamente confuso e incorrecto. En ello coincido con Gustavo Bueno. En España tal concepto encierra el intento de convertir en vencedores a quienes perdieron la cruenta guerra civil y en perdedores a quienes la ganaron, con ocho decenios de retraso, en el impresentable ejercicio de pasar por la Historia una goma de borrar y que aparezca como verdadero lo que ideológicamente resulta conveniente. Como ya he apuntado, un paso más de Sánchez respecto a Zapatero es la llamada «memoria democrática» a mi juicio un dislate para ahondar en la división de los españoles. El estudio e investigación de la Historia corresponden a los historiadores no a los políticos.

Un referente histórico de la Resolución del Parlamento Europea, y así se expresa, es el Pacto de no agresión Ribentrop-Molotov de 1939 entre la URSS de Stalin y la Alemania de Hitler que supuso el reparto entre ambos totalitarismos de Finlandia, Polonia, Repúblicas Bálticas y una parte de Europa Oriental. Aquel Pacto y su Protocolo secreto hicieron que la Unión Soviética, desde la Komintern, consiguiese que los Partidos Comunistas de Europa cesasen en sus críticas al nazismo y atacasen como enemigas a las potencias occidentales. No muy conocido es el deseo de Stalin de integrarse en el Eje en 1940. Hitler, un cabo con la calentura de actuar como general en jefe de sus Ejércitos, decidió invadir la URSS en la primavera de 1941, lo que obligó a Stalin a acercarse tácticamente a los países democráticos a cambio de importante ayuda militar. Stalin aprovechó la guerra para invadir e imponer el comunismo en la totalidad de la Europa del Este. Berlín fue un triste ejemplo que duró hasta la caída del muro en 1989. Ya en el transcurso de la guerra los aliados democráticos desconfiaban de las intenciones de los totalitarios soviéticos. Churchill en sus escritos lo tiene claro. Llegó a sostener que gracias a la victoria de Franco en España se impidió que Stalin contase con un país comunista en el extremo sur de Europa. Tras la guerra caliente llegó la guerra fría durante muchos años.

La Resolución del Parlamento Europeo se apoya en medio centenar de antecedentes y consideraciones. El resultado de la votación entre los eurodiputados presentes fue: 535 votos a favor, 66 en contra y 52 abstenciones. Fue avalada por el grupo mayoritario de la Cámara europea –el Popular–, y por los grupos Socialista, Liberal, los Verdes /ALE, ECR e ID. Votó en contra el grupo de izquierda rancia en el que se integra Podemos. Insisto: los socialistas europeos votaron a favor.

Entre los antecedentes y consideraciones la Resolución se fundamenta en la Declaración Universal de los Derechos Humanos; en los principios fundamentales de la Unión Europea y en sus valores comunes; en la condena internacional de «los crímenes de los regímenes comunistas totalitarios»; en la Declaración de Praga sobre la Conciencia Europea y el Comunismo (2008); en la Proclamación del 23 de agosto como Día Europeo Conmemorativo de las Víctimas del Comunismo y del Nazismo (2008) –¿Se ha celebrado algún año en España con unos u otros Gobiernos?–; en la Resolución del Consejo Europeo en la Declaración de representantes de los Estados miembros en recuerdo de las víctimas del comunismo; en las Resoluciones sobre crímenes de los regímenes comunistas en varios Parlamentos nacionales…

La Resolución reconoce la existencia de partidos que incitan al odio y a la violencia en la sociedad mediante la difusión de discursos de incitación al odio; recuerda que los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad; expresa su preocupación por el hecho de que se sigan usando símbolos de los regímenes totalitarios en la esfera pública y recuerda que varios países europeos han prohibido el uso de símbolos nazis y comunistas; señala que en algunos Estados miembros siguen existiendo en espacios públicos (parques, plazas, calles, etc.) monumentos y lugares conmemorativos que ensalzan los regímenes totalitarios. Parece que Podemos no lo ha digerido; hoces y martillos pueblas sus mítines.

Esta Resolución tuvo gran eco mediático en Europa pero no en España que es hoy una excepción en la realidad política europea. Tenemos un vicepresidente que se declara comunista y en eso es sincero. No lo es, por ejemplo, en su identificación con los pobres desde su casoplón de Galapagar, ni cuando acusó a la Guardia Civil de estar al servicio de la burguesía y ahora la Benemérita defiende masivamente su tranquilidad familiar, ni cuando alienta los escraches pero no los soporta ante su mansión. El vicepresidente proclama que su objetivo personal y el de su coalición Podemos es acabar con la Monarquía parlamentaria que la Unión Europea considera un firme factor de estabilidad. Sánchez, al que a menudo su vicepresidente contradice en público, le ríe las gracias y disculpa sus salidas impensables en un gobernante serio. El vicepresidente quiere acabar con el sistema que prometió defender con lealtad al titular de la Corona cuando se posesionó del cargo. Sus habilidades juveniles (y ya no es tan joven) no se entienden en la Unión Europea.  

Los hombres de la generación intelectual madurada alrededor de 1914, con Ortega y Gasset a la cabeza, entendieron que España, sin dejar de serlo y precisamente por serlo, debía zambullirse en la realidad europea para curar sus cíclicas catalepsias aportando su tradición, su experiencia y su Historia. Ese camino fue bien con quiebras y altibajos. Y muy mal cuando bullen en el Gobierno personajes como el vicepresidente Iglesias al que en la Unión Europea se considera un recadero político de Maduro, patrón e impulsor de ideas totalitarias para el sur de Europa.

Un digital que presume de denunciar los bulos –no los suyos– opinó que la Resolución del Parlamento Europeo de 2019 «no es vinculante». Un buen amigo, político europeo de fuste, ex ministro en su país, se rio mucho cuando se lo conté. Vino a decirme que la Unión Europea es un Club y sus socios deben sentirse obligados por las Resoluciones de su Parlamento, y otra cosa es que se pongan de perfil cuando no les convienen. «Allá ellos», concluyó. El comunismo está fuera de tiempo y en el pasado arruinó, y arruina en el presenta, a países que fueron prósperos.


Objetivo: la Monarquía parlamentaria


Es otra fase de la subversión. Podemos leer en internet: «las fuerzas sociales y políticas expresadas en forma de mayorías en el ciclo 15-M deben tomar las riendas de un cambio profundo y radical», «deslegitimamos este régimen y por tanto sus leyes y nuestra guía es actuar en base a lo legítimo y no a lo legal», «exigimos la abolición de la Monarquía, institución arcaica, clasista y antidemocrática». Y un reciente ejemplo más que anecdótico: la ministra Irene Montero, pareja del vicepresidente (otra curiosa circunstancia que nunca se había dado en España) fue entrevistada en RTVE luciendo una pulsera republicana. El Ejecutivo tiene el deber institucional de denunciar este acoso y detenerlo. Pero es que en el Gobierno están ellos.

El ataque a la Monarquía parlamentaria ha creído descubrir un nuevo filón: el Rey padre Juan Carlos I (no empleo Rey emérito porque me parece una cursilería). La acusación se ha reiterado hasta el cansancio en medios afines y beneficiados ignorando la presunción de inocencia y sin ninguna condena ni acusación concreta previa. La Fiscal General del Estado encargó impropiamente a un fiscal del Tribunal Supremo investigar al Rey de la Transición, sin prueba alguna, el mismo día en que se movió para salvar las responsabilidades del Delegado del Gobierno en Madrid que autorizó el 8-M y para rebajar la responsabilidad de Trapero, jefe de los Mozos de Escuadra durante la jornada golpista del 1-O. La Fiscal General, hasta entonces ministra de Justicia y diputada socialista, hace sus deberes de militante, hasta el punto de que se ha sabido que visitó en la cárcel a Villarejo, el hombre de las mil salsas, para asegurarle su libertad si desvelaba supuestos secretos sobre el Rey padre o el PP. El ex-policía se lo contó a la diputada de Vox Macarena Olona en una reciente entrevista en la prisión de Estremera.

El acoso a la Monarquía parlamentaria tiene un objetivo: Felipe VI y como consecuencia el acceso a una República sectaria calcada de la amarga experiencia de 1931; una República que llegó por unas elecciones municipales que, además, en su conjunto ganaron las candidaturas monárquicas, y con una Constitución no sometida a referéndum. Fue la Constitución de una mitad de España contra la otra mitad. El presidente de la Comisión Constitucional, Luis Jiménez de Asúa, la definió en el Congreso: «Una Constitución avanzada, democrática y de izquierda». Cuando ganó las elecciones el centro-derecha, la izquierda dio un sangriento golpe de Estado. No se contemplaba una República de derecha, grave lastre y motivo último de su fracaso. Hay quien quiere repetirlo olvidando los errores y sublimando los éxitos. 

Mientras, el ministro de Justicia proclama que vivimos «una crisis Constituyente». No fue un desliz sino un anuncio más. La sociedad española debe decidir entre ser Europa o Venezuela y Cuba. De no resolverse este dilema puede acabar todo como tantas veces en España: como el rosario de la aurora.  


Subversión / revolución y apatía social


La subversión propiciada por Podemos, ejerciendo al tiempo de poder y de oposición, coincide con un independentismo rampante en Cataluña al que jalea también el irresponsable Iglesias a cambio de apoyos a Sánchez sin ver ni uno ni otro más allá de sus narices. El nacionalismo excluyente crece en las etapas de debilidad de la Nación. Es como el pandillero que quiere ser gerifalte del barrio porque aquel con quien ha de medirse está convaleciente. A menudo se alzan en defensores de un nacionalismo recalcitrante personajes rufianescos sin categoría y sin más credenciales que la autoestima desorbitada y la chulería.

A esa falta de pulso la llamó Galdós «pérdida de la fe nacional». El mejor retratista de los avatares de nuestro xix, escribe: «Ahora que la fe nacional parece enfriada y oscurecida, ahora que en nosotros ven algunos la rama del árbol patrio más expuesta a ser arrancada, demos el ejemplo de confianza en el porvenir». El optimismo galdosiano.

Vivimos una crisis plural: sanitaria, económica, social, institucional y, según el sesudo ministro de Justicia, constituyente, que parecen desembocar en la pérdida de pulso de una sociedad que no reacciona. Salen a la calle minorías de terroristas callejeros que queman, destrozan, roban tiendas, porque un indeseable condenado y reincidente ingresa en prisión y el conjunto de la sociedad no reacciona ante decenas de miles de muertos y una gestión gubernamental desastrosa de la pandemia. El ejemplo de la apatía y la amnesia social es el voto recibido por el inútil Illa en Cataluña.

Basta haber leído al líder de Podemos para concluir que el caldo de cultivo de una revolución como la que él apetece es precisamente una situación de crisis que produzca pobreza y desesperación social. Por eso no le preocupa, y parece fomentarlo, que al amparo de la pandemia quiebre la economía. El radicalismo no consigue sus metas sin el clima de frustraciones sociales que se fortalece desde las crisis y el ahogo económico propicio a la acción de los iluminados que se identifican con la pobreza mientras se hacen ricos y en sus vidas desmienten lo que predican.

Y no soy optimista sobre la disposición de las nuevas generaciones. Resulta preocupante que los jóvenes españoles no conozcan la Historia de su país, no sepan quién fue Isabel de Castilla, qué sucedió el 14 de abril de 1931, ni tengan una idea clara de quién fue Franco (lo siento por Carmen Calvo), ni sean capaces de opinar con conocimiento de causa sobre ETA. Según una encuesta del CIS previo a Tezanos es escaso el porcentaje de españoles que estarían dispuestos a defender a España ante una agresión exterior –el 16%–. Una gran mayoría de encuestados afirmó que no iría más allá de la defensa de su familia; no identificaban su entorno más cercano con su país. Todo ello supone un pavoroso desenfoque de la realidad y una falta de pulso nacional.

La desembocadura de un diseño nuevo y claro en el espacio político debería suponer más pronto que tarde la reconstrucción del espacio de centro-derecha y, desde él, la vuelta del bipartidismo apetecido por los constituyentes que supusieron que los dos grandes partidos (PSOE y PP) centrados en la moderación, desde la renuncia al radicalismo en la Transición, se apoyarían cuando se necesitasen en una fórmula a lo Cánovas y Sagasta. Pero ya no hay figuras como aquellos líderes históricos. Cuando PSOE o PP necesitaron apoyos los buscaron en los nacionalismos y luego Sánchez los buscó en los extremos más delirantes, y de paso salvó a Podemos, ya entonces una coalición a la deriva.


Resumen en cinco líneas


La subversión, preparada y ejecutada con método, avanza. Iglesias y su comunismo caviar vaguean y mienten en una resurrección de Orwell y de Huxley. El viejo socialismo, reconvertido en sanchismo, se mira en el ombligo de Sánchez. El centro-derecha no asume su responsabilidad y se tira los trastos a la cabeza en beneficio último del inquilino de Moncloa. Sobre el futuro no soy tan optimista como Galdós en su tiempo.