RAZONES Y ARGUMENTOS

José Antonio y sus equívocos

Durante la II República, la Guerra Civil y el periodo franquista, el falangismo, sus supuestos valores y la figura de su fundador son, con altibajos pero de una forma ininterrumpida, una constante en la política española. Sin embargo, este hecho constatable contrasta con la realidad del falangismo.


Publicado en Gaceta de la FJA, núm. 15, de mayo de 2015. Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP (un envío semanal).​

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José Antonio y sus equívocos

José Antonio y sus equívocos


Pocas figuras en la historia de España han sido más citadas, utilizadas, seguidas y mitificadas que José Antonio Primo de Rivera (JA). Pocos han tenido un peso específico mayor y una más intensa presencia en el imaginario colectivo español. Durante la II República, la Guerra Civil y el periodo franquista el falangismo, sus supuestos valores y la figura de su fundador son, con altibajos pero de un forma ininterrumpida, una constante en la política española. Sin embargo, este hecho constatable contrasta con que el falangismo:

a) No queda  bien definido en sus perfiles ideológicos, no se configura como un corpus coherente y estable.

b) El conjunto de sus seguidores forma un grupo muy heterogéneo. Vistieron la camisa azul, en distintas épocas, personajes tan diversos como José Antonio Girón, Eugenio d'Ors, Pedro Laín Entralgo, Agustín de Foxá o Torcuato Fernández Miranda; gente entre las que sería dificultoso encontrar un factor común. En el ámbito intelectual tenemos a un conservador ecuménico de proyección europea como d'Ors, liberales como Tovar o Torrente Ballester, que evolucionarían, en algunos casos, a posiciones de centro-izquierda o a un neo-escolático como Antonio Millán-Puelles [1]. En cuanto a los políticos, los hay cercanos a planteamientos totalitarios (Serrano Suñer), o populistas con un fuerte componente social (Girón, Licinio de la Fuente, Solís).

c) Las interpretaciones de la doctrina falangista y del legado joseantoniano son también diversas y, a veces, sujetas a contradicciones y polémicas. En nombre de JA se han propiciado políticas conservadoras, defensoras del status quo o políticas sociales avanzadas; políticas liberales en el sentido económico o fuertemente intervencionistas y proteccionistas (un ejemplo, la legislación laboral del Fuero del Trabajo, una de las leyes de la época de Franco con una más clara impronta falangista).

Todo esto supone un  gran equívoco, quizá uno de los mayores de la historia política de la España contemporánea.

¿Cuáles son las posibles causas de esta anomalía? Intento aportar unas cuantas hipótesis.

a) Ya hemos dicho que la teoría política de JA no supone un corpus elaborado, con perfiles nítidos. Es, más bien, un esbozo, una serie de proyectos y líneas programáticas. Y, sobre todo, una actitud de novedad frente a los viejos hábitos de la política antigua. Intenta basar la actividad pública en valores morales (heroísmo, espíritu de sacrificio, generosidad) frente a la defensa de los intereses de partido o de clase de los viejos partidos de la agotada Restauración. Todo esto no impide que no llegue a configurar un teoría política sólida. Un gran conocedor del tema, Gonzalo Fernández de la Mora, reconoce que Falange «no había elaborado un modelo de Estado. ¿República o Monarquía?, ¿centralización o descentralización?, ¿separación o unificación de poderes?, ¿consejos o Cortes?, ¿partido único o pluralismo?, ¿sufragio universal o censitario? (…) En la bibliografía falangista no había nada parecido al 'Estado Nuevo' de Víctor Pradera» [2].

b) Lo anterior puede explicarse, en parte, por esta circunstancia biográfica: la trayectoria política y pública de JA es sumamente breve. Si tomamos como punto de partida la fecha de fundación de Falange, 29 de octubre de 1933, y, lógicamente, como punto final, su prematura muerte, fusilado por los republicanos en la cárcel de Alicante, el 20 de noviembre de 1936, tenemos un periodo de casi 3 años justos. En este tiempo tan breve, JA realizó una enorme labor política, propagandística y cultural, pero no pudo configurar a Falange como un partido de masas. En realidad, «su militancia fue mínima. De hecho, funcionó más como grupo de presión intelectual que como instrumento oposición y gobierno» [3]. En las elecciones de 1933, durante la República, el partido no consigue ningún diputado y JA logra su acta por la Unión Agraria y Ciudadana de Cádiz.

c) Hay un tercer factor que me parece de lo más relevante (quizá el más relevante) para explicar este fenómeno: la difusión y desarrollo de estas ideas, su aplicación práctica se lleva a cabo a posteriori, durante el periodo franquista; con diversa intensidad en las distintas etapas, con distinta suerte, con personajes políticos, como hemos dicho, muy diversos; con tensiones con otras corrientes ideológicas presentes en el franquismo. Franco (tan distinto, por otra parte, a JA [4] promueve el culto del “ausente” convirtiendo a JA en un verdadero mito, en uno de los grandes mitos políticos de la historia de España. Crea, como partido único en la arquitectura política del nuevo régimen, la Falange Tradicionalista y de la JONS, uniendo orgánicamente falangismo y tradicionalismo. Ahora bien, creo que los estudiosos de la historia política contemporánea no han destacado suficientemente lo “anómalo”, lo extraño de esta unión desde un punto de vista puramente teórico:

  • El tradicionalismo es un movimiento que basa su modelo de sociedad en la doctrina cristiana: el Reinado de Cristo sobre el mundo, representado icónicamente en la devoción al Corazón de Jesús. El falangismo respeta la tradición católica de España, pero plantea la separación entre religión y Estado. De todas las derechas españolas, es quizá la más laica.
  • El tradicionalismo defiende la monarquía tradicional, que se distingue de la monarquía absoluta –de tradición francesa– y de la monarquía constitucional o parlamentaria (lo que ellos llamarían una “república coronada”). El falangismo, respetuoso también con la tradición monárquica española, tiene más bien el alma republicana.
  • El tradicionalismo defiende las realidades sociales anteriores al Estado moderno (municipio, región, familia, gremio, comunidad religiosa) cada una con su autonomía y su norma (fuero) dentro de su ámbito. Por eso nunca, ni en los momentos de mayor radicalización de las derechas, se desliza hacia el totalitarismo estatalista. La Falange es más partidaria de un Estado fuerte, abarcador, aunque no caiga del todo en el totalitarismo fascista. Ambos son claramente antiliberales (como lo era Franco, como lo era también la izquierda de la época), pero de forma distinta.
  • El tradicionalismo se opone a la Ilustración, al comienzo del Estado moderno con la Revolución Francesa y, de alguna forma, intenta la pervivencia de las esencias del Ancien Regime. El falangismo se inserta en los movimientos antiliberales y antiparlamentarios anteriores a la Guerra Mundial y se enfrenta a un sistema que considera antiguo y caduco, pero no para restaurar viejas esencias, sino para alumbrar un Estado nuevo.
  • La unión de estas dos doctrinas políticas tan distintas y distantes sólo se podía hacer en un momento de gran necesidad (final de la guerra, comienzo de una nueva etapa, ausencia de una doctrina política articulada para el nuevo Régimen) y por una persona como Franco. Esto es, un líder que, desde el punto de vista político es también anómalo (de hecho, él nunca se consideró a sí mismo un político [5]), fuertemente pragmático, con un sentido “instrumental” de las ideologías. Un sentido que yo resumiría así: la ideología está al servicio de principios fundamentales e inamovibles. Es normal que, en esta tesitura, el falangismo y el legado joseantoniano, en parte se desdibuje y diluya, que se aplique con equívocos y parcialidades y, según la época, por conveniencias de equilibrio político.

La conclusión de todo esto no puede ser otra que la necesidad de acercarse a la figura de JA y a sus textos sin prejuicios ni anteojeras; comprendiendo su peculiaridad y el contexto histórico convulso en que surgen. Acercarse a ellos, no como un elemento de confrontación ideológica, sino como una parte (una clave) de la historia de la España contemporánea.




[1] La obra de Julio Rodríguez Puértolas Historia de la literatura fascista española, Madrid, Ediciones Akal, 2008, 2 vols., aunque escrita desde una parcialidad ideológica nunca ocultada por el autor, recoge una gran cantidad de datos de autores y obras y muestra claramente esta diversidad. También puede verse José Carlos Mainer, Falange y literatura, Madrid, Labor, 1971.

[2] “Estructura conceptual del nuevo Estado”, en Altar Mayor, nº 160, tomo 24, p. 511.

[3] Fernández de la Mora, loc. cit., p. 510.

[4] Veáse el capítulo “Franco y José Antonio” (págs. 185 ss.) del libro de José María Zavala La pasión de José Antonio, Barcelona, Debolsillo, 2013. Hay poca química entre los dos personajes de talantes, orígenes y estilos tan distintos.

[5] Álvaro d'Ors en su obra La violencia y el orden, Madrid, Ediciones DYRSA, 1987, hace un análisis muy certero de la figura política de Franco (“Franco en la postguerra”, págs. 28-40) basándose en su idiosincrasia fundamentalmente militar. De ahí derivan, para el autor, todos sus aciertos y limitaciones. Uno de los resultados de esta praxis fue “la disolución real de las fuerzas políticas que hubieran podido dar a la Cruzada la eficacia de una guerra civil constituyente” (pág. 38); en general, “Franco anuló lo político de su contorno por creer que la política había sido causa de muchos males para España” (Ibíd.).

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