OPINIÓN | RAZONES Y ARGUMENTOS

Del idioma

Es falso que «el español es la cuarta lengua más hablada del mundo, detrás del chino, del inglés y del hindi». El castellano, patrimonio común a españoles, americanos y a algunos africanos y asiáticos, es la primera de las lenguas habladas en el mundo, pues el inglés no llega a 400 millones.


Publicado en el número 190 de 'Altar Mayor', 2º trimestre de 2020
Editado por Hermandad del Valle de los Caídos.
Ver portada de Altar Mayor en La Razón de la Proa.

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Hace unos días, en una espera prolongada, me encontraba sentado en uno de los macro centros comerciales, de los que tanto abundan en estos momentos por cualquier parte del territorio nacional, y muy especialmente en las grandes ciudades como Madrid. Y mientras tomaba un café en espera de la persona con la que había quedado, fui repasando los rótulos de los locales comerciales que alcanzaba a ver desde mi observatorio apreciando cómo pocos de ellos aparecían con una denominación en nuestro idioma, el español.

La mayoría respondían al logotipo de la marca española o extranjera a la que pertenecían, bien formando parte de la misma bien por franquicia. Muchos otros establecimientos eran instalaciones comerciales de españoles que habían tomado un nombre con caché para llamar la atención del cliente, fundamentalmente inglés, aunque alguno echaba mano del francés si se trataba de ropa femenina o productos de cosmética, sin que faltara alguno italiano.

Y me preguntaba: ¿Acaso el español no ofrece posibilidades para rotular los establecimientos con cierta gracia, con la palabra atractiva que atraiga a la clientela, con el contundente reclamo de qué es lo que van a encontrar allí? Parece ser que no. Quizá se ha colado tanto en la juventud las expresiones inglesas que les dicen más que las españolas. ¿Será por falta de conocimiento del idioma propio? Es posible que los planes de enseñanza no lo hayan hecho muy atractivo, la falta de lectura, la escasa escritura al aprender más por el ordenador que hincando codos –como se decía antes– ante el libro abierto.

Citaré algunos de los rótulos que anoté pensando en escribir en algún momento algo sobre el particular. Por ejemplo: Womem’Secret, Bedland, Llao Lao, Five Guys, Mister Mint, Douglasm Courir, Nails Factory, Phone House, The Body Shop, Feu Vert Autocenter, Fashionkids, Street Gallery, Misako, Intimissimi, Eggo, Foot Locker… y me cansé de anotar en el teléfono nombre tras nombre.

Curiosamente en cuestión de bares y restaurantes, aunque no faltan los rótulos foráneos correspondientes a marcas o franquicias, son mayoría los que se intitulan en puro español, no faltando el gracejo de uno u otro lugar, la imaginación, o el puro español. Así podemos encontrar a la Taberna de la Micaela, Los pinchos del Tío Bernardo, La sidra de Villaviciosa, La tortilla de Betanzos, etcétera.

Un amigo mío, que tiene a sus espaldas numerosos premios, algún que otro Honoris Causa, el reconocimiento internacional de su saber, etc., comentaba, hace años, en una reunión, que España estaba atrasada porque no sabíamos inglés. El comentario venía a cuento porque una industria estaba paralizada por la avería de una máquina y estaban esperando a que vinieran de la fábrica a repararla dado que ninguno de sus empleados sabía inglés para acometer el arreglo de acuerdo con el manual.

Mi punto de vista es que la empresa en cuestión era un poco dejada, pues si toda su actividad dependía de la dichosa máquina alguien debería haber en la misma para su conservación y mantenimiento que, o conociera la máquina al dedillo, o supiera inglés para manejarse con el manual, pero no por eso todos los empleados tenían que estar impuestos en inglés.

Quizá la culpa la tiene la España de siempre, la que no se ha preocupado de mantener sus conquistas en todos los aspectos, dejándose llevar por la confianza, no dando importancia a lo que iba haciendo a través de la historia, y así, a través de los años, fue perdiendo todo lo descubierto y conquistando, dando lugar a leyendas negras y a soportar todo lo que los envidiosos quisieran adjudicarnos.

Dejadez que, al parecer, perdura en el espíritu nacional. Hemos de importar todo lo que surge como novedoso, desechar nuestro rico idioma por términos concretos de otras lenguas, aguantar que Argelia se meta en las aguas españolas, soportar las continuas trampas de otros países. Y la inepcia de nuestros gobernantes dejándose dominar por cualquier funcionario de organismo internacional que nos dice qué hemos de hacer, sin dar un golpe encima de la mesa.

Entre otras cosas habría que empezar por reivindicar el idioma español en todos los foros habidos y por haber para situarlo en primer lugar de los reconocidos, haciendo uso del español al ser el idioma actualmente más hablado del mundo actualmente.

Si echamos mano del inglés como idioma hablado por toda la Gran Bretaña, nos encontraremos que hasta 1755 no fue estandarizado mediante el Dictionary of the English Lenguaje de Samuel Johnson. Hasta entonces habían funcionado los numerosos idiomas existentes en las Islas Británicas, de los cuales perduran no pocos.

Incluso la guía de Oxford de 1893 contaban con solamente una página, lo que pone de manifiesto lo escaso que se consideraba el idioma inglés tal como se concibe hoy. Y, en la misma línea, en el siglo xx se llegan a escribir numerosos libros con el fin de servir de guías gramáticas y de uso del inglés, tales como el Modernode Fouler y el The Complete Plain Wordws de sir Ernest Gawers.

Sin embargo el español ya arranca sus raíces del latín vulgar hablado de la época del Imperio Romano, que mejoró en el siglo V con el latín culto tras la caída del Imperio, llegando a ser la lengua romance más extendida por aquellos tiempos. Surge la chispa de su impronta más destacada a finales del siglo X con las Glosas Emilianenses y es Alfonso X el Sabio el que lo utiliza en sus escritos.

La primera tarea que afronta la Real Academia Española cuando se funda en 1713 es recoger el habla común y todo lo desperdigado en otros documentos. Pero es Antonio de Nebrija el que en 1492 publica en Salamanca la primera gramática de la lengua española, primer tratado español y europeo de una lengua. Es evidente, por lo tanto, que la lengua española es la primigenia entre las modernas. Y ahora nos queda puntualizar que es la más hablada, lo que hacemos a través de un artículo de Alberto Buela, que publicamos en el número 182 de Altar Mayor, bajo el título de «Sentido metapolítico del castellano o español», en el que deja meridianamente claro cuántos pobladores de la tierra hablan el español y cuántos el inglés.

Empieza aseverando que

La primera de las razones falsas es que «el español es la cuarta lengua más hablada del mundo, detrás del chino, del inglés y del hindi». Esto, como salta a las claras es falso de toda falsedad, pues el castellano es hablado por 240 millones en América del Sur (incluidos los 20 millones que lo hablan en Brasil), 45 millones en Estados Unidos, 68 millones en América Central y Caribe, y 130 millones en México. Lo hablan 1 millón en Guinea Ecuatorial, Israel y Europa Oriental; 45,9 millones en España, 10 millones en Filipinas –sin contar los que hablan el tagalo o el chabacano que, por ejemplo, cuando saludan dicen: kamustá (= cómo está= y así tiene unas 8.000 palabras en castellano. Claro está, que no hablan como nosotros pero cuando el Papa Francisco estuvo en Filipinas habló todo en español, porque se percató que hablando italiano no le entendía nadie, y alrededor de 2 millones en Marruecos –aunque el Instituto Cervantes sostiene que son solo 6.586 personas– más 3 millones en el resto del mundo, lo que suma un total de 547 millones de hispano hablantes, con lo cual se desmienten totalmente las cifras divulgadas por el artículo de marras. En este racconto no tenemos en cuenta que el número de estudiantes que lo aprenden en Estados Unidos son algo más de ocho millones, número que supera la población de Cataluña. El aprendizaje del español en las universidades de la Costa Este, es decir, entre los wasp, se disparó estos últimos años.

El castellano, patrimonio común a españoles, americanos y a algunos africanos y asiáticos, es la primera de las lenguas habladas en el mundo, pues el inglés no llega a 400 millones –Nigeria con 191 millones que declara el inglés como lengua oficial reconoce 510 lenguas vivas. El inglés es «coto exclusivo de una pequeña minoría», afirma Google– y el chino no es un idioma sino 129 a la vez, de los que se destacan el mandarín, idioma oficial desde la revolución cultural de 1966, el wu, el cantonés o yué, el min, el jin, el xiang, etc.) cuyas diferencias entre sí son mayores de las que existen entre el castellano y el portugués. Pues si a sumar fuéramos –julio de 2017– nosotros contabilizaríamos juntos la bicoca de 831 millones (Brasil: 211,5 millones; Mozambique: 29,5 millones; Angola: 26,6 millones; Portugal: 10,5 millones, Timor Oriental: 1,2 millones; Macao: 600 mil; Goa: 1,6 millones; Santo Tomé y Príncipe: 195 mil; Guinea Bissau: 1,9 millones; Cabo Verde: 550 mil).

Además, esto que estamos afirmando no es ninguna novedad, porque buscando en Internet hay muchas páginas que muestran que el castellano es el segundo idioma hablado del mundo, pero estas páginas no hacen la distinción que hacemos nosotros entre las distintas lenguas que se hablan en China.

La segunda falsedad es que «el español es la lengua de 18 países». Solo en América somos 19 países, a saber: Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. En Europa está España y en África, Guinea Ecuatorial y lo que queda de la República Saharaui. De modo tal que no son 18 los países de lengua castellana sino 22. No es pequeño el error cuando se comete sobre cifras tan menudas y precisas, lo que denota una intención para desviar y desvirtuar los datos objetivos y reales. Y así a renglón seguido afirma «la gallega» –en Argentina es costumbre denominar a todos los españoles «gallegos», pero no en forma peyorativa sino por brevitatis causa–. Lo cual nos evita entrar en una polémica infinita, que nos es extraña, como la interminable entre los distintos regionalismos españoles, que se nos hace incomprensible– que «no tenemos datos confiables del español pero si del inglés».

Llegados a este punto poco nos queda decir. Quizá que nuestros políticos tendrían que tomar nota de la importancia del español para que la gramática de nuestra lengua fuera una asignatura básica que habría que machacar concienzudamente –junto con la literatura– para que no apeteciera rotular en otros idiomas los establecimientos –sin que ello quiera decir que dejemos de aprender otras lenguas, tan necesarias hoy día–, así como exigir el derecho de figurar el español en primer puesto en foros y organismos internacionales.

Y que los manuales de todo tipo de máquinas sean traducidos al español, cosa que, en gran medida, ya se viene produciendo.

Con ello quizá tendríamos un subidón que nos incitara a reconocer la historia de España en toda su grandeza, y con ello exponerlo donde sea menester, sin arriar en ningún momento la bandera.


 

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